Fiction-Non fiction: sobre el lenguaje y la violencia
Viene esta digresión a propósito de una novela: Ojos que no ven de González Sainz (Anagrama 2010). Los críticos ya han hecho sus valoraciones durante el año y la comparan con El Jarama o Tiempo de silencio. A ellos remito. Como botón de muestra sugiero disfrutar de las tumbativas reflexiones que se hace el protagonista, un emigrante castellano de nombre Felipe Díaz Carrión, cuando acompaña a su hijo menor a recoger plantas para el herbario. O la furibunda discusión con su hijo mayor que, desde que se fueron a vivir a un pueblo de las cuencas guipuzcoanas, cada vez se ha ido alejando más de su padre, a quien considera culpable de no se sabe qué injusticia primordial, reo de haberle dado esos apellidos y atreverse a llamarlo "hijo mío". Con los ojos de este hombre cabal miramos el clima de fanatismo y de tergiversación que ha sido caldo de cultivo para el terrorismo y nos resulta incomprensible. Lo mismo que le pasa a Felipe.
Un relato de ficción hace justicia a los hombres y mujeres que han sufrido durante tantos años esa violencia irracional. Aviva en quien lo lea la certeza de que el corazón de cada hombre es capaz de distinguir la verdad de la mentira, lo humano de lo inhumano. No se puede evitar la gratitud hacia quien con tanta belleza despierta esta experiencia elemental de la justicia. Es el criterio para valorar todo lo que nos rodea y también ese mundo que ha alimentado al terrorismo.
Por razones similares, mutatis mutandis, sería muy deseable volver a disponer en las librerías de la excepcional novela de José Jiménez Lozano La Salamandra, que es un antídoto eficaz frente a la tentación cainita de reescribir una memoria contra la reconciliación de los españoles. Entretanto podemos consolarnos, dicho sea de paso, con su nueva serie de "poemillas" recogidos en La estación que gusta al cuco (Pre-textos 2010).
Los best-seller anuales siguen insistiendo sobre los temas de la guerra civil, con tanta corrección política como languidez artística (aunque supongo que con notable rédito comercial). Necesitamos relatos como los que he mencionado, que persuaden por la fuerza poética con la que el escritor da voz a la exigencia de la verdad y del bien que nos hace respirar. Al encontrarlos nos felicitamos por la grandeza de la literatura, en estos tiempos nuestros donde estamos tan sedientos de palabras que evoquen presencias reales. Lo borda al final Felipe: "tuvo la seguridad de que, si pronunciaba alguna frase y se ponía a decir algo, por bajo que lo hiciera o aunque fuese en alto, las palabras habrían vuelto a adquirir todo el significado cuya restitución hasta ellas mismas estaban clamando a gritos".