Editorial

Feminismo realista

Editorial · Fernando de Haro
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23 abril 2016
Los nuevos derechos tienen límites. No ha sido un iusnaturalista quien ha criticado una “libertad genérica no vinculada a nada” y el destrozo que causa absolutizar los derechos subjetivos. Ha sido Beatriz Gimeno, líder del movimiento gay y diputada de Podemos.

Los nuevos derechos tienen límites. No ha sido un iusnaturalista quien ha criticado una “libertad genérica no vinculada a nada” y el destrozo que causa absolutizar los derechos subjetivos. Ha sido Beatriz Gimeno, líder del movimiento gay y diputada de Podemos.

En el Parlamento de la Comunidad de Madrid se ha debatido hace unos días una proposición no de ley en favor de la regulación de la gestación subrogada. En España los contratos para hacer uso de vientres de alquiler se consideran nulos. Se establece que el parto determina la maternidad. Pero desde 2010 se da la posibilidad de inscribir una relación de filiación declarada por un tribunal extranjero. Con lo que, por la vía de los hechos, se permite recurrir a vientres de alquiler en otros países.

La Asamblea de Madrid no era competente en la materia. La iniciativa legislativa solo respondía a un intento de Ciudadanos, apoyado por el PP, de levantar la bandera de los nuevos derechos. La propuesta no ha salido adelante. Pero ha generado un interesante debate. Desde la izquierda feminista y gay se han vertido críticas muy sugerentes. La diputada Beatriz Gimeno ha expuesto sus argumentos en este periódico. Para la líder de Podemos, el uso de vientres de alquiler mercantiliza “el embarazo y el parto”, mercantiliza “a los niños” y abre un mercado mundial que someterá a las mujeres más pobres. “Todo el mundo tiene el derecho a querer formar una familia y a intentarlo, pero ningún deseo de tener hijos se puede convertir en el derecho a pasar por encima de los derechos de otra persona”, ha sostenido la que fue presidenta de la Federación Estatal de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales.

Ni Gimeno ni el movimiento gay han renunciado a sus postulados tradicionales. Pero hacen una interesante reflexión sobre el perfil de los nuevos derechos, especialmente en el ámbito de la reproducción y de la maternidad.

Las bases del debate las puso hace 50 años el Tribunal Supremo de Estados Unidos. En el caso Griswold versus Connecticut consagra el derecho a la autonomía personal en el ámbito de lo privado. En 1973 también el Supremo de Estados Unidos, en el caso Roe versus Wade, invoca el derecho a la autonomía para permitir un aborto. La transformación jurídica se produjo al tiempo que se libraba una batalla en el campo del pensamiento. Simone de Beauvoir desarrollaba en esos momentos un feminismo en defensa de la autonomía de las mujeres que reclamaba capacidad de autodeterminación. Liberación frente a la opresión masculina. Esa es la misma terminología utilizada más recientemente por Lilia Rodríguez en el Fondo de Población de Naciones Unidas. El derecho de autodeterminación se articula con la teoría de género, se desarrolla con la reclamación de nuevas formas de familia. Y termina por proclamar la maternidad y la paternidad como un derecho para las parejas que no pueden concebir ni gestar biológicamente a un niño.

Las reflexiones de Gimeno son interesantes porque, desde dentro del feminismo y del movimiento gay, reconocen un límite a lo que parecía ilimitado. El deseo de autonomía (en este caso de paternidad/maternidad), transformado en derecho, se convierte en limitación de la autonomía de alguna mujer en otra parte del planeta. Mujer que resulta explotada y sometida a relaciones machistas de dominación por el desarrollo de los nuevos derechos. Hablamos de un machismo abominable que, en efecto, conlleva explotación económica. El norte rico, deseoso de una autodeterminación infinita, intenta comprar con dinero la dignidad humana del sur.

El caso muestra que no estamos ante un juego de suma cero. Los derechos por definición se limitan unos a otros. Pero el deseo es irrefrenable, ilimitado, y el hombre del siglo XXI no está dispuesto a conformarse. Incluso se vuelve violento para garantizarse el objeto que cree que le va a dar satisfacción. La ecuación es irresoluble. A menos que derecho y deseo no sean sinónimos. Y a menos que ese deseo de autonomía, de plenitud, de felicidad que late en los nuevos derechos encuentre un camino proporcionado al origen del que surge. Todo deseo, por contradictorio que parezca, tiene origen en un pálpito inabarcable.

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