F1: ¿Por qué hacemos lo que hacemos?

Artículo libre de spoilers.
Brad Pitt vuelve a la gran pantalla con la película F1, dirigida por Joseph Kosinski, director también de películas como Top Gun: Maverick y Twisters. Pitt viene acompañado de actores como Javier Bardem, Damson Idris, Kerry Condon, entre otros. Y también de verdaderas estrellas de la Fórmula 1 como Lewis Hamilton, Max Verstappen, Frédéric Vasseur y Toto Wolff.
La trama de la película es sencilla: Rubén Cervantes (Bardem), dueño del equipo de Fórmula 1 Apex GP, está a punto de perder la escudería porque no han logrado conseguir ni un solo punto durante dos temporadas de carreras. Así, el ex conductor de Fórmula 1 busca a su antiguo amigo, Sonny Hayes (Pitt), un temerario genio al volante, para que ocupe el puesto restante en el equipo, como conductor de uno de los dos coches de Apex GP. ¿El problema? Que Sonny Hayes es mayor, mucho mayor que el resto de los competidores. Y que la historia personal de Hayes es, como dicen en la película, no una vieja gloria, sino aquel que soñó con ser algo que nunca pudo ser.
¿La película es una de esas llenas de coches lujosos, carreras, adrenalina, y que presentan una visión romántica de algo tan competitivo y complejo como el deporte? Sí. ¿Es una película que puede tener mucha fama porque ahora la Fórmula 1 vuelve a estar de moda? También. ¿Y es una película de un actor “viejo” de Hollywood como Brad Pitt que, con sus 61 años, no siente que está “viejo pa’ la gracia”, o quiere conquistar la nostalgia de las películas de acción de su juventud, y se quiere meter en verdaderos coches de Fórmula 1 y conducir a más de 200 km/h solo porque tiene el dinero, las ganas y el tiempo para hacerlo? Sí, también.
Sin embargo, nada de eso es lo que me interesa. Lo que me atrapó por completo de esta película es que le dan una profundidad humana que yo no había visto en este estilo de historias. Y lo hacen con una cosa sencilla y, por lo tanto, muy poderosa.
Desde el inicio, como leitmotiv de la película, está esta pregunta: ¿Por qué Sonny Hayes conduce?
Y cada vez que aparece la pregunta, surge en distintos escenarios. Cuando Rubén le ofrece el trabajo y Sonny no sabe si aceptar, se lo pregunta a una camarera: “¿Harías algo que parece demasiado bueno para ser verdad?” “¿Cuánto te van a pagar?”, le responde la mesera. “No lo hago por dinero”, replica él. Y ella da el golpe de gracia: “Entonces, ¿por qué lo haces?”
Lo mismo se pregunta Hayes en su primera carrera: “¿Qué haces aquí, Sonny?”
Al igual que se lo pregunta la ingeniero en jefe del equipo, Kate Mckenna (Kerry Condon): “¿Por qué Sonny Hayes ha vuelto a la Fórmula 1?” Pregunta que ella misma le repite cuando está en un bar de Las Vegas con Sonny y su compañero de equipo, Joshua Pearce (Idris): “¿Por qué conducen, chicos?”
Esta pregunta vuelve una y otra vez durante toda la película, de comienzo a fin, y en cada circunstancia toma una urgencia real. No podemos entender nada de la película si esta pregunta no se contesta. Así como en nuestra vida no podríamos tampoco entender nada de lo que hacemos si no nos preguntamos por qué.
Cuando Kate McKenna le pregunta a Sonny Hayes y a su compañero Joshua por qué conducen, Joshua contesta, irónico, que por la fama, el dinero y la ropa gratis. Sonny no contesta. No porque no sepa la respuesta a la pregunta, sino porque no es el momento ni el lugar para responderla. Pero es en esa conversación, con las otras preguntas que Kate le hace a los dos conductores, que se insinúa una cosa aún más sorprendente: la respuesta a esta pregunta –¿por qué hacemos lo que hacemos?– es la misma, siempre, en todos. Y ese “todos” nos incluye a nosotros.
En esa conversación, Sonny y Joshua se dan cuenta de que se parecen más entre ellos de lo que creían. Pero es que no solo se parecen entre ellos, nosotros, como espectadores, nos parecemos también a ellos. Quizás no hemos atravesado las mismas circunstancias personales –claramente no todos somos corredores de la Fórmula 1– pero en el fondo, hay una experiencia humana común, y es común precisamente porque es humana y en eso sí somos todos iguales.
La película, aunque parezca en la superficie que se trata solo de la Fórmula 1, es en realidad una provocación. Una provocación para que nosotros nos preguntemos por qué hacemos las cosas que hacemos. Con cada cosa que decidimos hacer, asumimos unos riesgos que, para otros, serían absurdos. Con cada cosa que decidimos hacer, nos exponemos de cierta forma que, para otros, no tendría sentido. Con cada cosa que decidimos hacer, nos sometemos a unos ritmos de vida, a unas rutinas, a unas formas concretas de llenar nuestros días que, para otros, son una pérdida de tiempo. ¿Por qué, para nosotros, estos riesgos no son absurdos? ¿Por qué, para nosotros, esta exposición tiene sentido? ¿Por qué, para nosotros, este someternos a un estilo de vida específico no es una pérdida de tiempo?
¿Qué hay dentro de nosotros que nos mueve a hacer las cosas que hacemos? ¿Qué razones nos damos para decidirnos por un camino y no por otro en la vida? Al final del día, ¿por qué podemos decir que no nos hemos equivocado al escoger hacer lo que hacemos? ¿Por qué podemos decir que hacer lo que hacemos vale la pena?
Sonny Hayes da sus razones en la película, y a mí, que la he visto varias veces ya, no solo me conmueven. Me convencen. Me he dado cuenta de que sus razones son mis razones, aunque él esté detrás de un volante y yo delante de un teclado escribiendo estas líneas. Pero no les diré cuáles son, prefiero que vayan a verlas y después me digan si nuestras razones —las de Sonny, que también son las mías— son las mismas que las suyas.
Quiero creer que sí, pero prefiero tan solo preguntarles, como Kate Mckenna a sus pilotos en un bar de Las Vegas, la noche antes de una carrera importante: ¿Y ustedes? ¿Por qué hacen lo que hacen?
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