Editorial

Exuberancia irracional

Editorial · Fernando de Haro
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5 enero 2019
El miedo y la insatisfacción son como dos grandes lentes que han acabado condicionando la percepción de la realidad y determinando buena parte de la actualidad política y social de España y del conjunto de Europa. El temor y la falta de satisfacción democrática actúan como inhibidores de cualquier conocimiento regido por los principios de universalidad. Y así tendemos a seleccionar aquellos aspectos particulares de la realidad que son negativos y que confirman una decisión tomada de antemano. Buscamos, como ciudadanos a los que el bien común les resulta una abstracción, los datos que justifican la queja o que confirman la incertidumbre que nos acompaña. 

El miedo y la insatisfacción son como dos grandes lentes que han acabado condicionando la percepción de la realidad y determinando buena parte de la actualidad política y social de España y del conjunto de Europa. El temor y la falta de satisfacción democrática actúan como inhibidores de cualquier conocimiento regido por los principios de universalidad. Y así tendemos a seleccionar aquellos aspectos particulares de la realidad que son negativos y que confirman una decisión tomada de antemano. Buscamos, como ciudadanos a los que el bien común les resulta una abstracción, los datos que justifican la queja o que confirman la incertidumbre que nos acompaña. La inseguridad previa opera como un filtro selectivo que engrandece los problemas de representación popular, el peso excesivo de las ideologías que nos parecen equivocadas, la amenaza de la inmigración o todo aquello que justifique la queja. Vivimos en un estado de exuberancia irracional negativa que silencia aquellos aspectos particulares positivos, los que todavía mantienen la sociedad en pie, aspectos que son cuantitativamente y cualitativamente más relevantes.

El proceso de exuberancia irracional se ve incrementado por agentes que necesitan explotar de forma muy agresiva los sentimientos. Los medios de comunicación generalistas han ido abandonando progresivamente la que debería ser la agenda más veraz. En la inmensa mayoría de las televisiones, radios y periódicos, el criterio de racionalidad periodística que tendía a distinguir lo importante de lo anecdótico (una traducción práctica del principio de universalidad) ha sido sustituido por “lo interesante”. Y “lo interesante” es simplemente lo que más vende o más cuota inmediata de audiencia proporciona. “Lo interesante” acaba siendo la particularidad negativa que confirma la pulsión sentimentalmente insegura e insatisfecha del público. Los partidos políticos caen en la misma dinámica. Las nuevas formaciones europeas, alimentadas en mayor o menor medida por el populismo, han nacido para explotar la irracionalidad y la inseguridad. Los partidos tradicionales, sin certezas ciudadanas, se ven desplazados hacia la exuberancia negativa. La incertidumbre inicial se alimenta por partidos y medios que quieren vender a toda costa.

El problema es pues de percepción. Hemos decidido no percibir la realidad tal y como es. En España se han sucedido en los últimos meses tres ejemplos que ilustran los mecanismos de la “exuberancia irracional de lo negativo”. Ejemplos referidos a la inseguridad ciudadana, la inmigración o la subsidiariedad vertical. En uno de los países más seguros del mundo, con una de las tasas más altas de estancia en prisión para los condenados, ha bastado un nuevo caso de presunta violación y asesinato de una joven en Huelva para que el público de todos los partidos se haya reforzado en su convicción de que hay que mantener la “prisión permanente revisable” (en la práctica una cadena perpetua). No importa que ese tipo de condena no estuviese prevista para el delito cometido o que no hubiera servido para evitar el crimen. Estamos hablando de una sociedad para la que el misterio del mal se hace insoportable y el sentimiento de indefensión se hace casi absoluto.

Algo parecido ha sucedido con la inmigración. España, es cierto, ha visto incrementarse de forma considerable el número de llegadas a través del Estrecho en 2017. En total han sido 57.000. Esas llegadas han provocado que algunos pueblos, pocos, del sur de Andalucía hayan sufrido el desbordamiento de los centros de acogida y de internamiento y que varios miles de menores no acompañados hayan acabado en la calle. Son problemas serios que requieren atención. Pero a través del Estrecho solo han alcanzado España un 10 por ciento de todos los inmigrantes llegados en el último año. Un aspecto particular negativo se convierte en categoría por la inclinación entre algunos de ver una avalancha donde no la hay. Los españoles creen que la población inmigrante supone más del 23 por ciento cuando hace unos meses estaba por debajo del 9 por ciento. Pero ha bastado que uno de los nuevos partidos haya explotado el miedo a la disolución de las esencias nacionales, en un país que necesita la inmigración, para que la preocupación haya aumentado considerablemente.

De igual modo la pretensión de secesión de Cataluña alienta la sensación de que toda España se disgrega por un sistema de descentralización autonómico (en la práctica federal) que, a pesar de sus defectos, ha traído evidentes beneficios. Con correcciones puede ser muy útil en una España que nunca fue jacobinamente centralista.

La solución es pre-política. Es necesaria una experiencia positiva de ciudadanía capaz de desatar el miedo. Muchos la tienen pero, por desgracia, la suelen considerar irrelevante. En realidad es el factor más importante de cambio porque permite ver las cosas en su justa proporción, ver lo mucho que suman los particulares positivos que nos rodean.

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