Exploradores de un mundo ignoto
Indagar lo que no se conoce es un rasgo profundamente arraigado en la naturaleza humana. Desde la prehistoria, los seres humanos han ido cruzando progresivamente los confines de su medio, a menudo exponiéndose a graves riesgos, para buscar territorios inexplorados. Los antiguos navegantes surcaban los océanos para descubrir nuevas tierras y mares desconocidos.
Incluso en ausencia de previsibles beneficios, la exigencia de explorar el mundo siempre ha estado viva en la humanidad, motivada por un secreto atractivo hacia todo lo que existe. Nuestra necesidad innata de novedad representa una continua solicitación a “ir más allá”, a estar abiertos al encuentro con lo inesperado, con lo desconocido, con el “otro”, ya sea otra persona, un continente ignoto, un nuevo planeta. Los exploradores de todo tipo se apoyan en la intuición de que esa realidad que tratan de descubrir, aunque aún ignota, tendrá de algún modo un significado para nosotros, nos desvelará algo relacionado con nuestro lugar en el mundo, con nuestros orígenes y nuestro destino. La necesidad ancestral del hombre de navegar hacia lo misterioso, expresada por la literatura y el arte de todas las culturas, no solo ha llevado a una gran expansión de nuestro conocimiento del mundo sino también a un profundo conocimiento de nosotros mismos.
En la era contemporánea, la iniciativa científica representa en su conjunto una formidable forma de exploración que nos permite ampliar el conocimiento del mundo físico hasta límites nunca antes alcanzados. Pero existe una forma muy precisa de investigación que encarna en términos modernos la misma aventura que los antiguos navegantes: la exploración espacial. En este caso, de hecho, no realizamos experimentos en nuestros laboratorios ni somos meros observadores “pasivos” del universo que nos rodea, sino que viajamos por el “océano cósmico” lanzando naves espaciales, con astronautas a bordo o solo con sofisticados aparatos, para estudiar in-situ otros mundos e interactuar directamente con ambientes extraterrestres.
A pesar de los grandes riesgos, las dificultades y las graves pérdidas que puede implicar, los programas de exploración planetaria se desarrollan desde hace más de medio siglo sin interrupción. Gracias a un extraordiario desarrollo tecnológico, los científicos han llevado la navegación espacial mucho más allá de las órbitas terrestres, con el envío de decenas de sondas hasta otros planetas y lunas del Sistema Solar. Algunas de estas misiones, empezando por la conquista de la Luna con el programa Apolo y otras sondas europeas (ESA) y americanas (NASA) enviadas a la profundidad del espacio del Sistema Solar, han tenido y tendrán un enorme impacto en la percepción de nuestro lugar en el universo. Entre ellas, el programa Voyager emerge como una empresa de singular importancia.
Lanzada en 1977, Voyager 1 es la primera nave espacial que ha cruzado la frontera de nuestro Sistema Solar. Las dos Voyager, explotando una rara y favorable alineación planetaria, han llegado a todos los planetas, desde Marte hasta Neptuno, descubriendo nuevas lunas y devolviéndonos extraordinarias imágenes que nos acercan a mundos ignotos. La odisea de la Voyager ha revolucionado nuestro conocimiento del Sistema Solar y ha abierto el camino a una serie de misiones posteriores, con objetivos más orientados hacia planetas y satélites concretos. En agosto de 2013, la Voyager 1 completó su viaje por el Sistema Solar, convirtiéndose así en el primer objeto producido por el hombre que entra en el espacio interestelar.
Cada una de las dos Voyager contiene un “Disco de oro”, una especie de “cartulina cósmica” que lleva informaciones sobre nosotros, los seres humanos, sobre nuestra herencia cultural y científica, sobre nuestro planeta. Su objetivo es el de dar a conocer algo de nosotros mismos, en el improbable caso en que eventuales seres extraterrestres entren en contacto con una de las naves. Aparte de las ínfimas posibilidades de que algo así pueda efectivamente ocurrir, estos discos expresan un aspecto emblemático de la experiencia del explorador: la perenne necesidad de encontrar algo o a alguien. No solo exploramos para encontrar, sino también para ser encontrados.
Una exposición llevará a los visitantes del Meeting de Rímini a bordo de la Voyager para hacer un viaje interplanetario ideal, saliendo de la Tierra para llegar al límite externo del Sistema Solar. Mediante la presentación de imágenes históricas, reproducciones de modelos de las sondas espaciales, videos y material multimedia, los visitantes se verán envueltos en los extraordinarios desafíos técnicos de estas empresas y en los espectaculares vuelos de las últimas misiones enviadas. El público podrá entrar en contacto con varios paisajes extraterrestres, disfrutará de las fascinantes vistas de Marte, de exóticos planetas gigantes, de las grandes lunas de Júpiter, de los anillos de Saturno…
Al terminar este viaje, podremos apreciar nuestro planeta de un modo inédito: nos daremos cuenta de lo minúscula, maravillosa y acogedora que es nuestra Tierra. Observar la realidad desde las periferias más lejanas puede representar un punto de vista ventajoso desde el cual el centro, el lugar del que venimos, puede ser mejor considerado y comprendido. Como decía T.S. Eliot, “no dejemos de explorar, porque al final de nuestra exploración llegaremos a nuestro punto de partida y conoceremos por primera vez el lugar”.