Entrevista a Daniel Gascón

`Existe una percepción de la identidad amenazada, y es por los nacionalismos`

Entrevistas · Juan Carlos Hernández
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28 enero 2019
Daniel Gascón, editor de Letras Libres

Entrevistamos a Daniel Gascón, es escritor, traductor y editor de la edición española de la revista Letras Libres. “A pesar de las circunstancias actuales, de una conversación pública irresponsable y propensa al antagonismo, las instituciones de la democracia liberal resisten”, afirma el articulista del periódico El País.

En un editorial de este periódico se afirmaba que “la democracia requiere de una conciencia del nosotros, de un bien común para aquellos que pertenecen a una comunidad siempre superior a los intereses de los grupos particulares y a sus diferencias. Es lo que ha desaparecido”. ¿Qué le sugiere esta afirmación?

Me parece que se produce una especie de rechazo a ciertos impulsos disgregadores: social y culturalmente rompen algunos vínculos; económicamente estamos en una situación más inestable e individualista. El mundo del trabajo ya no es como antes, una cierta idea de identidad que tenía que ver con la clase, con lo que eras y hacías, se debilita. El Estado-nación tampoco sirve para muchos de esos problemas. No hay otro modelo económico viable que la economía de mercado desde el 89, pero este tiene fallos y produce injusticias. Creo que son factores que influyen en una percepción de la identidad amenazada, y que eso tiene que ver con el rebrote de los nacionalismos, del repliegue. Defiendes algo que crees que corre peligro de desaparecer.

Muchos grupos tienden a intentar defender sus intereses particulares, que pueden ser legítimos, pero que a veces pueden caer en una estigmatización del que piensa distinto. Mark Lilla habla de una “política de la identidad”. ¿Podría ayudar el juicio de Lilla a explicar lo que está ocurriendo?

Estamos en un tiempo de subjetivismo y polarización. Es más importante el elemento expresivo, nuestra visión sobre el mundo, que lo que sucede fuera. Lilla dice que el énfasis en la identidad por parte de los progresistas ha sido contraproducente, porque debilita la unión que permitiría la victoria de la izquierda. Para él, tienes que ganar para defender los derechos de las minorías, tienes que buscar un discurso que unifique para luego implementar tu programa. Un problema de esa idea es que a lo mejor estás hablando de un mundo que ya no puede ser. El discurso encajaba en una comunidad más homogénea y afianzaba una coalición de votantes que ahora parece más complicada por muchos factores. Otros dirían que ese universalismo, que se presenta teñido de nostalgia, no dejaba de ser un particularismo, y que lo que se presentaba como algo para todos era menos inclusivo de lo que pensamos.

¿Cómo se pueden traducir sus ideas a la realidad española?

Me parece que mucha gente ha malinterpretado sus tesis, y que en España se traducen de formas un poco groseras: él habla de un sistema político muy diferente, y de una sociedad muy distinta, con una diversidad mayor. Decir, como se hace en la traducción al contexto castellano, que una política feminista es una política de minorías no se sostiene: es la mitad de la población. También reprocha una mezcla de autoindulgencia y narcisismo: es un movimiento evangélico, preocupado por sentirse bien, más que un movimiento político. Como han señalado desde otros campos estudiosos como Jonathan Haidt, hay una visión un poco absolutista, que enfatiza lo que sientes, que ve el mundo en términos maniqueos, que exagera la fragilidad del receptor de los mensajes y que se preocupa sobre todo de mostrar su propia virtud, la pureza de sus intenciones más que el cambio del mundo y los comportamientos. Creas ortodoxias y persigues a quien se aparta un poco de ellas, aunque tengas muchas cosas en común.

Tampoco hay que caer en una crítica total de las políticas de la identidad. Algunas políticas identitarias posibilitan la expresión y la articulación de las demandas de muchos grupos que hasta ahora estaban marginados. Otras tienen una vocación más excluyente: hay políticas identitarias con ideas comunitaristas que nos dicen quiénes son buenos franceses o españoles, cuáles son las esencias de un país.

Estamos en un momento de políticas identitarias. No es solo una cuestión de izquierda y de derecha, va más allá: es un momento en que leemos la política en esos términos. Con todo yo creo que en vez de pensar en los esencialismos es interesante recordar que las identidades son complejas, contradictorias, provisionales. Uno nunca es una única cosa.

Brexit, separatismos, populismos… Cuando parecía que la democracia era un sistema asentado, algunos viejos fantasmas vuelven. ¿Estamos en un cambio de época?

Siempre nos falta perspectiva, probablemente todos pensamos que vivimos en un cambio de época en todo momento. Sí diría que vivimos una transformación del trabajo, el fin de un modelo económico y social que había funcionado durante un tiempo. Hay una crisis de autoridad y credibilidad de todas las instancias mediadoras (de la prensa a la justicia), nuevas formas de expresión que alientan la polarización, una compresión del espacio pero sobre todo del tiempo, un nacionalismo que surge cuando el Estado-nación es incapaz de resolver muchos de los desafíos. También hemos perdido en muchos lugares de Occidente la conciencia de lo mal que pueden salir las cosas: podemos estar mucho peor, pero creemos que las derivas no tienen consecuencias. Surge una tentación autoritaria, purificadora, con el modelo de democracias mayoritarias o autocracias electas. Me parece que el recorrido puede ser limitado: son protestas contra la realidad, y si sabemos algo de los nacionalistas es que acaban chocando entre sí. Una visión optimista es que vayamos a una conversación pública irresponsable y propensa al antagonismo, pero que las instituciones de la democracia liberal resistan.

Vivimos en una sociedad plural, lo que conlleva el desafío de encontrar elementos comunes. ¿Existe una posibilidad de encuentro? ¿Es posible buscar juntos el bien común?

Aceptar el pluralismo significa que tienes que hablar con quienes piensan de manera muy distinta. Que vas a trazar un terreno de juego, un campo de discusión, donde puedes estar en desacuerdo. El bien común es difícil de definir, porque suele coincidir con mi propio bien. Pero creo que se llegan a acuerdos, a visiones más o menos comunes, a pactos donde todos ceden. A veces, la parte más espectacular y táctica oculta otros logros y avances.

En una entrevista para nuestro periódico, Joseba Arregi afirmaba que “no somos tolerantes porque el tolerante se deja cuestionar por otras formas de vivir, por otros valores, y le pone en cuestión […] Eso es ser tolerante y eso es difícil, lo otro es indiferencia”. El exconsejero vasco veía necesario pensar desde el otro. ¿Puede ser una receta válida para afrontar los desafíos del momento actual?

Creo que es bueno tener una cierta ironía, en el sentido de ser consciente de tu propia contingencia. Y es un buen consejo intentar imaginar cómo piensa o se siente el otro. No tienes por qué estar de acuerdo, pero es interesante porque convives con él y vas a tener que coexistir en paz, porque te ayuda a evitar errores intelectuales, porque también te puede ayudar a entender tu propia posición. A mí me gustan las sociedades abiertas y diversas: me parece que está bien que haya ese esfuerzo imaginativo hacia los demás, pero creo que también es útil una cierta indiferencia hacia las cosas de otros grupos o personas que no nos gustan pero no ponen en peligro los principios esenciales de la convivencia.

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