Editorial

Eutanasia: fuera del bucle

Editorial · Fernando de Haro
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17 febrero 2020
Ezra Klein es un periodista judío, liberal en el sentido norteamericano del término, que trabajó para medios tradicionales y que desde hace años ha puesto en marcha un producto multimedia llamado Vox. La plataforma es aire fresco en un panorama estadounidense de periódicos y televisiones, en muchos casos anclados en fórmulas tradicionales. El sesgo de los contenidos a menudo es demasiado evidente pero sus videos y sus podcasts, con un inteligente tratamiento de postproducción, se han convertido en un buen modelo para que la opinión pública entre en la complejidad de asuntos a menudo demasiado simplificados. Ezra Klein acaba de publicar `Why We’re Polarized` (Por qué estamos polarizados), un libro en el que intenta describir las razones del conflictivo clima que reina en su país. Klein sostiene que las coaliciones políticas de los últimos 50 años se han tejido en torno a preferencias ideológicas, geográficas y culturales. Parecería lógico que así fuera. 

Ezra Klein es un periodista judío, liberal en el sentido norteamericano del término, que trabajó para medios tradicionales y que desde hace años ha puesto en marcha un producto multimedia llamado Vox. La plataforma es aire fresco en un panorama estadounidense de periódicos y televisiones, en muchos casos anclados en fórmulas tradicionales. El sesgo de los contenidos a menudo es demasiado evidente pero sus videos y sus podcasts, con un inteligente tratamiento de postproducción, se han convertido en un buen modelo para que la opinión pública entre en la complejidad de asuntos a menudo demasiado simplificados. Ezra Klein acaba de publicar `Why We’re Polarized` (Por qué estamos polarizados), un libro en el que intenta describir las razones del conflictivo clima que reina en su país. Klein sostiene que las coaliciones políticas de los últimos 50 años se han tejido en torno a preferencias ideológicas, geográficas y culturales. Parecería lógico que así fuera. Pero esta dinámica ha provocado una serie de bucles en los que los medios, los partidos y las instituciones se han ido extremando para responder a una audiencia y a una ciudadanía cada vez más polarizadas hasta que el mismo sistema ha acabado cuestionándose. Que el sistema se cuestione, esto no lo dice Klein, pero es fácil de deducir, pone en duda que exista un espacio común. Los partidos, las instituciones, en lugar de poner freno a la espiral, la han aumentado. Probablemente porque son demasiado débiles para sostener unas referencias que ya no son evidentes para nadie.

La descripción que hace Klein es perfectamente extrapolable a España, a Italia y a buena parte de Europa. En este contexto y en este clima, en el que las preferencias ideológicas y culturales, las opciones identitarias, se convierten en un absoluto, se debate, por tercera vez en España, una proposición para despenalizar la eutanasia. Es sin duda el peor escenario posible para afrontar una cuestión tan importante. De un lado una ideología que concibe los nuevos derechos como la ocasión de afirmar la autonomía absoluta del individuo (para la que la eutanasia se presenta como la última meta). De otro, aunque con voz minoritaria, un esencialismo incapaz de tener en cuenta los límites de la razón, sometida a los avatares de historia, frente a los desafíos más exigentes de la ética. Cualquier posibilidad de conversación desaparece. El modo de vivir los últimos días es combustible para la polarización. La que sería una ocasión preciosa para dialogar sobre el momento en el que todas las preferencias ideológicas y todas las identidades son puestas a prueba, se convierte en un gallinero de voces estridentes. Habría que pedir a los políticos y a los moralistas que hablaran de estas cosas como si estuvieran al pie de la cama de un enfermo severo y crónico, de un enfermo terminal o en el pasillo de un hospital, junto a las habitaciones de quien acaba su vida. El primer debate parlamentario, sin embargo, ha sido todo lo contrario. La derecha, con absoluta ceguera, ha utilizado como gran argumento que la eutanasia se promueve para ahorrar costes y la izquierda ha insistido en presentarla como la última libertad.

Sobre el problema real, la dificultad que hay en España para vivir hasta el último minuto una vida digna, en realidad se habla poco. El problema tiene una dimensión médica relativamente sencilla de resolver con recursos, sensibilidad y voluntad política para mejorar los cuidados paliativos. Y tiene otras dimensiones relacionadas con el sentido, cuando el límite y el sufrimiento adquieren protagonismo, que son metapolíticas. Es necesario hablar sobre ellas, es necesario hablar sobre el modo de reflejarlas en las leyes.

En España se muere mal y las iniciativas para mejorar los cuidados paliativos no han tenido un adecuado desarrollo legal. El Atlas de Cuidados Paliativos en Europa 2019 refleja que España está en el puesto 31 de los 51 países europeos analizados. Unas 228.000 personas mueren al año con necesidad de los cuidados propios del fin de la vida y 80.000 personas no los reciben. Faltan unidades especializadas, a los familiares y a los pacientes en no pocas ocasiones no se les facilita información adecuada ni la suficiente intimidad. La medicina española, tan eficaz en muchos campos, no ha resuelto muchos de los retos de la formación de sus profesionales para las situaciones en las que ya no se puede curar.

El PSOE ha querido que la tramitación de una ley dedicada a una cuestión tan delicada como la eutanasia se hiciera sin las consultas que habitualmente se llevan a cabo con órganos de la sociedad civil. Demasiada prisa. Voluntad de silenciar una conversación muy necesaria.

Conversación que se puede mantener y en la que es necesario ser realista sobre la capacidad que tienen las leyes de mantener ciertos valores que no son reconocidos socialmente como tales. Es conveniente que la regulación de la eutanasia haga el menor daño posible. Pero es iluso pensar que, gracias a la ley, se puede defender la evidencia no compartida, y cada vez más escasa, de que la vida vale la pena en cualquier circunstancia. Hay un modo de defender ciertos valores que culpabiliza y separa de los otros, polariza, destruye el espacio común. Es contradictorio afirmar la vida si incluir la libertad de los que la viven. Al final todo es más sencillo y más dramático, más exigente: ¿cuándo, a quién y por qué el sufrimiento, el dolor, la soledad, no han hecho aborrecibles nuestros días y los días de los que queremos? Sin partir de esta pregunta, todo es combustible para el bucle autodestructivo del que habla Klein.

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