¿Europa termina en Damasco?

Todo esto hace más difícil las perspectivas de una inminente conferencia por la paz en Siria programada en Ginebra bajo la égida de los Estados Unidos y de la propia Rusia. En la sede del Consejo Europeo de ministros de Exteriores, la iniciativa para oponerse a los propósitos bélicos de París y Londres parece que procede de Austria, pero al terminar la sesión incluso la ministra de Exteriores italiana, Emma Bonino, declaró a la prensa que ella, personalmente, es contraria al envío de armas a los insurgentes de Siria. Sobre este punto tendrá que consultar con sus colegas del gobierno italiano, pero añadió – loablemente en mi opinión- que, por lo que respecta a los insurrectos contra Assad, no recibirán armas desde Italia (aunque eso sólo será cierto en la medida en que la ministra controle los grifos de todos los oscuros canales que recorren los suministros de este tipo de mercancía, algo que no se puede dar por descontado).
Más allá de cualquier aspecto específico, este asunto confirma que, si alguna vez fuera necesario, una política exterior común de la Unión Europea no se puede improvisar bajo el impulso extemporáneo de tal o cual crisis. O se abre un verdadero debate político, no sólo en el seno del Consejo sino en primer lugar en la sede del Parlamento europeo, donde emergen y se confrontan las distintas líneas de gravitación geo-política que caracterizan a las grandes zonas en las que se articula la Unión, y se llega a formular una síntesis equilibrada, o siempre terminará sucediendo lo mismo que ha sucedido ahora, es decir, que cada uno va por su camino.
En este contexto, Italia tiene el derecho y el deber de hacer valer su legítimo interés mediterráneo. Es decir, su interés por esa paz de Oriente Próximo que al norte de Europa le importa poco o nada. Y por tanto su interés por que Siria no sea sacrificada en el altar de una catastrófica transición del régimen de Assad a algo que sin duda sería mucho peor. Por mucho que gran parte de su historia política y de su cultura nos haga temblar, debemos reconocer que Emma Bonino es más consciente que cualquiera de sus predecesores del papel primario y potencialmente positivo que la historia y la geografía asignan al país italiano en el Mediterráneo. Por tanto, si el gobierno de Letta nos quisiera sorprender aplicando en el Levante una política activa a medida del interés legítimo de su país, con esta ministra de Exteriores podría contar incluso con una cierta posibilidad de éxito.
Hay que tener en cuenta que Italia en esta área puede valerse no sólo de los canales diplomáticos sino también de una amplia red de positivas relaciones culturales y económicas, de las que ningún otro país europeo dispone. Ante nudos tan intrincados que la fuerza militar no consigue nunca desatar y que normalmente la diplomacia no puede resolver por sí sola, a veces la clave está en un uso combinado de varias palancas en cada una de estas esferas. Cada día que pasa sin que la paz vuelva a Siria crece el número de muertos, crece la destrucción, el dolor, la miseria, como recientemente nos recordaba, entre otros, un nuevo llamamiento del Custodio de Tierra Santa, cuyos hermanos también están presentes en ese país martirizado, al lado de una población impotente tras más de dos años de guerra civil. Todo lo que razonablemente se pueda intentar para poner fin a esta locura debe intentarse.