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Europa sí

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20 abril 2014
Estamos a poco más de un mes de las elecciones europeas. Y está claro que lo que se va a producir el próximo 25 de mayo es un auténtico referéndum sobre la Unión. En España, sin embargo, es difícil percibirlo tan claro. Se interpreta la convocatoria en clave absolutamente interna. Es muy probable que el bipartidismo que ha presidido la vida política en las últimas décadas salte por los aires.

Estamos a poco más de un mes de las elecciones europeas. Y está claro que lo que se va a producir el próximo 25 de mayo es un auténtico referéndum sobre la Unión. En España, sin embargo, es difícil percibirlo tan claro. Se interpreta la convocatoria en clave absolutamente interna. Es muy probable que el bipartidismo que ha presidido la vida política en las últimas décadas salte por los aires.

Parece que ha llegado la hora de la abstención, de dejar claro que “todos los políticos son iguales”. O de votar a los comunistas, a UPyD o a cualquiera que no tenga nada que ver ni con el PP ni con el PSOE. Incluso entre el electorado más fiel habrá deserciones: para demostrar el cansancio en unos comicios en los que, en el fondo, muchos piensan que no hay nada en juego. Rajoy se ha equivocado al retrasar la designación del cabeza de lista. Le ha intentado quitar peso a una cita con las urnas decisiva.

En Italia es más evidente la amenaza del populismo, esa marea que ha crecido de forma escalofriante. El Frente Nacional francés, después de su avance en las municipales, espera en mayo demostrar su impulso y puede estar muy cerca de ser la primera fuerza. En Holanda, Wilders, con su Partido de la Libertad, puede también ser el más votado. En Austria, la mayoría de los sondeos brindan al FPÖ (Partido de la Libertad) al menos el 20 por ciento de los sufragios. Su objetivo es superar a una de las formaciones que se encuentran en la actualidad en el poder. El Partido de los Finlandeses, por su parte, cuenta con casi el 18 por ciento del electorado de su país, lo que lo ubica en tercera posición. Los eurófobos del UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido) y los antieuro de la AfD (Alternativa para Alemania) han ganado fuerza. Es muy probable que en el nuevo Parlamento Europeo las fuerzas que no creen en la UE tengan una influencia que supere la de la socialdemocracia, el centro-derecha y los liberales. Las sensibilidades que han construido el proyecto de los 28 en las últimas décadas estarían en minoría.

¿Esta pataleta antieuropea es solo el efecto momentáneo de las duras políticas anti-crisis o es algo más serio? Los liberales (The Economist) están convencidos de que tan pronto como retorne el crecimiento las aguas volverán a correr tranquilas. Pero sin duda hay algo más. La incapacidad para desarrollar una política económica común ha generado mucho cansancio. La falta de una respuesta contundente, los frenos que han impedido que el BCE fuese rotundo (a pesar de la baja inflación), los retrasos en la Unión Bancaria y un largo etcétera han provocado escepticismo. Bruselas y Estrasburgo son percibidas, cada vez más, como las capitales de una burocracia distante e impotente.

No les falta razón a los que piensan que la incapacidad para hacer política de verdad ha llevado a Europa a “entretenerse” en el desarrollo de unos nuevos derechos subjetivos de laboratorio. Derechos que se fabrican en contra de la experiencia de la vida y de los problemas reales de los europeos. La ciudanía europea, definida como tal en el Tratado de Maastricht (1992), ha procurado algunos beneficios evidentes como la libertad de circulación. Pero muchos la consideran insuficiente. Digámoslo con sinceridad: la memoria de la postguerra, el impulso de los padres fundadores (Schuman, Monnet, De Gasperi) se ha disuelto. Ni siquiera el recuerdo de la refundación europea tras la caída del Muro de Berlín está vivo, a pesar de que solo han transcurrido poco más de 20 años. El olvido es sin duda fruto de una mala educación.

¿Y, a pesar de todo, esta Europa merece la pena? Sin duda. Aunque es necesario un cambio. La necesidad, por mucho que no sea percibida, es evidente. La crisis ucraniana la ha puesto de manifiesto. El nacionalismo sigue siendo la ideología amenazante que reaparece cuando todas las demás se difuminan. La globalización hace más necesaria que nunca la lucha por un sistema del bienestar que debidamente reformado pueda seguir haciéndonos diferentes. La paz y la prosperidad son dos razones suficientes para votar sí (votar centroderecha o socialdemocracia) en el referéndum del 25 de mayo. Ante el avance del modelo asiático y la omnipresencia del modelo estadounidense, se hace evidente que el nuestro es un mundo que concibe de un modo diferente el trabajo, el descanso y la vida en común. Nos conviene defenderlo y desarrollarlo. No estaría de más saber qué es la ciudadanía europea, más allá de ciertas fórmulas legales.

El cambio empieza por la conciencia de la necesidad. No podemos concebirnos solo como titulares de unos derechos que se multiplican hasta el infinito, olvidándonos de que el protagonista de la historia es el que asume responsabilidades y construye. Y a partir de ahí una revolución: menos política ficción y más política real; menos burócratas y más personas; más subsidiariedad y más solidaridad.

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