Europa se construye en la crisis

Mundo · Ricardo Gómez Laorga
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3 junio 2024
La pandemia puso a Europa «frente al espejo» de su excesiva dependencia de la producción foránea en determinados bienes básicos y estratégicos. Esto auspicio un nuevo rumbo en la política exterior hacia una «autonomía estratégica abierta».

Analizando la recién finalizada Comisión Von der Leyen puede destacarse como uno de sus principales dinamizadores al Alto Representante Josep Borrell. Pese a que el veterano político español no tenía una labor fácil al suceder a Federica Mogherini -hasta la fecha la última responsable de la política exterior comunitaria en publicar una estrategia de seguridad que rija todos sus designios- el leridano asumió su rol como máximo gestor y garante de esta rama de la política europea, llevando a cabo un mandato dinámico y activo.

Huelga decir que dicho dinamismo por parte de Borrell fue inducido igualmente por un panorama internacional cargado de sucesos de enorme trascendencia y profundidad estratégica. En este sentido, pueden señalarse eminentemente dos: la pandemia de COVID-19 y la guerra de agresión de Rusia a Ucrania.

La primera de ellas arribó a los pocos meses de tomar posesión la nueva Comisión elegida de las elecciones de 2019; en efecto, en marzo de 2020 saltaban las alarmas mundiales acerca de un suceso que nos iba a retrotraer a épocas pretéritas en las que una pandemia y/o epidemia era capaz de alterar el ritmo de vida de sociedades enteras. En este caso se añadió el agravante -no menor- de afectar de forma síncrona a prácticamente la totalidad del orbe. En este contexto, la sociedad mundial y su frenético ritmo descarrilaron bruscamente, no siendo la UE un caso aislado ni, mucho menos, exento.

En efecto, la pandemia puso a Europa «frente al espejo» de su excesiva dependencia de la producción foránea en determinados bienes básicos y estratégicos. En esta tesitura, desde Bruselas se auspiciará un nuevo rumbo de su política exterior, la cual debía virar progresivamente hacia la adopción de formas de lo que en ese momento se denominó -o mejor dicho renombró- como «autonomía estratégica abierta». Pese a que el término existía desde al menos un lustro atrás para referirse a aspectos eminentemente militares y securitarios, desde 2020 la UE fue verdaderamente consciente de su excesiva dependencia del exterior y de la necesidad imperiosa por reducir dicha brecha comercial.

Precisamente, uno de los sectores en los que la UE mostró menor capacidad autónoma será en el ámbito de la energía. Dicho sector -y su excesiva dependencia- volverán a situar a la Unión en una posición incómoda a raíz del segundo de los eventos que alterarán -y definirán- la acción exterior europea del quinquenio Von der Leyen. La invasión rusa de Ucrania desde febrero de 2022 afectará aún más que el fenómeno pandémico en los resortes de la política exterior comunitaria.

La causa de esta mayor influencia sobre la acción exterior europea se deberá a la enorme profundidad estratégica que traerá consigo la unilateral e ilegal acción rusa sobre Ucrania. Europa asistía tras más de siete décadas de paz ininterrumpida en el continente -con la salvedad localizada de los conflictos de desmembración de Yugoslavia en la década de los noventa de la pasada centuria- a un nuevo episodio bélico a la usanza tradicional. En un momento que desde Bruselas se estaban comenzando a vislumbrar los brotes verdes posteriores a la pandemia, un nuevo evento de dimensiones desconocidas se cernía sobre la paz y el statu quo europeo.

La UE -por auspicio del propio Borrell- se encontraba buscando un nuevo encaje a su aún en ciernes Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD), la cual se esperaba contara con una mayor ambición tras la salida fáctica del Reino Unido -tradicional escéptico en materia de defensa común- a comienzos de 2020. En este contexto se proyectó y trazó el célebre Strategic Compass, documento de ruta de esta vertiente de la acción exterior europea que, como no podía ser de otra manera, se ha visto quebrantado por las acciones dirigidas desde el Kremlin.

En este contexto, la UE asumió que debía «aprender a hablar el lenguaje del poder» en términos del propio Borrell; la empresa no era sencilla pues, la UE ha basado su política exterior desde su puesta en marcha en la década de los noventa, en una defensa de los sacrosantos valores y normas que forman parte del núcleo epistémico de la propia Unión desde su surgimiento tras la Segunda Guerra Mundial.

La nueva Comisión que salga de las urnas en los próximos comicios deberá buscar un justo medio entre esta defensa normativa innegociable, y el también sine qua non desarrollo de una acción exterior que permita defender los intereses comunitarios allende sus fronteras. El reto es mayúsculo pues, el sistema internacional al que nos dirigimos, parece transitar de forma ineludible hacia formas de multipolaridad sin un liderazgo claro o, al menos único.

En este contexto, la UE debe responder aplicando dos de los principios básicos de la Estrategia Global de Seguridad de 2016 aún vigente: la resiliencia frente a estos nuevos escenarios de incerteza, y la defensa de una acción exterior basada en un nuevo y necesario pragmatismo que no abandone el sustrato normativo consustancial a la propia existencia de la UE.

En este sentido, crisis de enorme profundidad como la mencionada guerra ruso-ucraniana, o la acontecida en paralelo en el entorno de la Franja de Gaza suponen un escenario idóneo para medir el alcance de una política exterior europea necesitada de asumir una nueva dimensión de ambición, cooperación y profundidad.

La atemporal y recurrente reflexión de uno de los padres fundadores de Europa, Jean Monnet vuelve a mostrar la máxima a la que la Unión debe acogerse: «Europa se forjará en las crisis y será la suma de las soluciones adoptadas para afrontar esas crisis». Sin lugar a duda, el reto es superlativo y la nueva Comisión deberá tener la profundidad estratégica necesaria para poder acometerlo.


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