Europa no puede eludir su responsabilidad

Mundo · Mario Mauro, vicepresidente del Parlamento Europeo
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17 junio 2008
El No al Tratado de Lisboa ha sido un fuerte varapalo para todos los que esperaban poder retomar el método que ha traído a Europa la paz y el desarrollo durante los últimos 50 años. No podemos sustraernos a la responsabilidad de esta derrota, fruto sin duda de la persistente lejanía entre las instituciones europeas y los ciudadanos.

No cabe duda de que el Tratado de la Unión Europea firmado en Lisboa en diciembre de 2007 podría haber hecho crecer la democracia en la Unión. El órgano legislativo por excelencia, que en todos los Estados nacionales tiene la competencia exclusiva (o casi) en materia legislativa, el Parlamento europeo, había sido considerado el gran vencedor del Tratado. Incluso con las insuficiencias del Tratado de reforma y los modestos progresos que evidencia en lo que respecta a los procesos de toma de decisiones. La extensión del proceso de codecisión al 95% de la legislación de la Unión, los poderes en materia económica, las nuevas competencias legislativas, la elección del presidente de la Comisión, la iniciativa en materia de revisión de los Tratados le habrían concedido una influencia nunca vista en Europa. El salto cualitativo era muy evidente.

Pero la avalancha del No irlandés ha interrumpido bruscamente este proyecto, traicionando el sueño de los Estados Unidos de Europa de los padres fundadores y dejando a los 500 millones de ciudadanos de la Unión con un singular déficit democrático. Para superar este déficit definitivamente es necesario suscitar un verdadero debate sobre política económica, crear una opinión pública europea, la dimensión europea debe desvincularse de las lógicas nacionales, la política europea debe entrar en el corazón y en la tarea cotidiana de los ciudadanos. Nuestra responsabilidad frente a la victoria del No en el referéndum irlandés está aquí, la derrota es fruto de la persistente lejanía entre las instituciones europeas y los ciudadanos.

El Parlamento europeo tiene que evidenciar una verdadera confrontación política. De otro modo, corre el riesgo de no interesar a los ciudadanos, y entonces será considerado para siempre como una entidad abstracta, lejanísima de sus exigencias. Aunque también tenemos señales positivas, como el caso de la directiva de servicios, o el debate actual sobre la inmigración. Sobre estos argumentos ha habido un debate en muchos países miembros, con una implicación exponencial de la opinión pública en todos ellos.

Por el contrario, cuando se ha cedido a la tentación de dejar hacer a los tecnócratas se ha provocado la crisis del sistema y se ha minado así la credibilidad de aquellos que intentábamos continuar con el proyecto político de los Estados Unidos de Europa, se ha dado paso a una generación de resignados a una suerte de Unión de Repúblicas Socialistas europea, hecha de homologación y falta de decisión.

Ahora será más difícil alcanzar el objetivo, aunque es cierto que nada está perdido y que no se volverá a la parálisis de 2005 después del No de Francia y Holanda. Todas las fuerzas políticas de la Unión tienen una jugosa ocasión en las elecciones europeas de 2009 para dar un impulso decisivo a la creación de una dimensión política europea. Más allá de la elección de los miembros del Parlamento, la presentación de candidatos a la presidencia de la Comisión antes de las elecciones por parte de los partidos políticos europeos puede ser un primer paso determinante, estimulado por la creación de fundaciones políticas ligadas a los partidos europeos con el objetivo de desarrollar este debate político. Las mayorías que se alcancen serán así cada vez más políticas y por tanto más estables, ya sea en el Parlamento o en el Consejo.

Por último, a pesar de perder su carácter constitucional, el nuevo Tratado habría mantenido los discutibles aspectos de la Constitución en materia de legitimidad democrática, eficacia y reforzamiento de los derechos de los ciudadanos. Por tanto, es urgente que después de este enésimo suspenso empecemos a entender que éstos son los frutos de un acercamiento erróneo al proceso de integración, de una posición política que no quiere partir de la realidad, de la pregunta "¿qué es Europa?", una cuestión emblemática sobre los fundamentos mismos de la integración europea. Benedicto XVI señala cómo los grandes peligros contemporáneos para la convivencia entre los hombres llegan a través del fundamentalismo, la pretensión de utilizar a Dios como pretexto para un proyecto de poder, y del relativismo, la idea de que todas las opiniones son igualmente verdaderas. La involución del proyecto político que llamamos Unión Europea sólo se puede reconducir desde estos factores. El problema nace del hecho de que la relación entre la razón y la política se ha desviado de la noción de la verdad. El compromiso, justamente presentado como el sentido de la vida política, se concibe hoy como fin en sí mismo.

Es por esto que hay que poner a prueba las principales políticas de la Unión utilizando como hilo conductor las intuiciones de los padres fundadores y la promoción de la dignidad humana implícita en la experiencia cristiana. "Lo que os une es más fuerte que lo que os separa". Es el juicio sencillo y grandioso del que partieron Schuman, Adenauer y De Gasperi. Si a la luz de este juicio retomamos los errores de los últimos 20 años, nos daremos cuenta de lo difícil que es para una generación pensar en Europa como un bien indispensable.

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