Europa en salida

Mundo · Ángel Satué
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29 marzo 2017
Esta semana la Unión Europea y los 27 Estados miembros han rendido homenaje a la firma de los Tratados de Roma de las Comunidades Europeas (CEE y EURATOM) el 25 de marzo de 1957. Sin embargo, un escaso número de los 508 millones de europeos se ha manifestado por esta causa. En Madrid, fuimos apenas unos 140. En Roma, 5.000.

Esta semana la Unión Europea y los 27 Estados miembros han rendido homenaje a la firma de los Tratados de Roma de las Comunidades Europeas (CEE y EURATOM) el 25 de marzo de 1957. Sin embargo, un escaso número de los 508 millones de europeos se ha manifestado por esta causa. En Madrid, fuimos apenas unos 140. En Roma, 5.000.

El impacto de la UE en nuestras vidas podría ser más conocido si la Europa de los 50.000 funcionarios (¡ni siquiera fueron a Roma!) y de los escasos 751 eurodiputados se predicara aún más. Europa en salida, o no será. Como le pide Francisco a la Iglesia. Sin duda, será más conocida a medida que los trabajos y las decisiones empresariales exijan un planteamiento a escala europea. Llegará, cuando las relaciones de amistad fragüen en matrimonios mixtos y en amistades para siempre. Llegará, cuando exista un pueblo de la Unión Europea, pues el pueblo europeo actual es amalgama y superposición de identidades nacionales, salvo para aún una muy pequeña élite de trabajadores, funcionarios y estudiantes. Cuando se hablen idiomas.

Con motivo de esta celebración tuve ocasión de representar, junto con otros compañeros, a la Unión de Europeístas y Federalistas de España, invitado por Ramón Jáuregui, en un interesante debate que se celebró en el Parlamento europeo.

Asistimos a la entrada del presidente Antonio Tajani a un Parlamento que se puso en pie, tomado por la ovación apagada de más de 750 ciudadanos de la inaudible y casi inexistente sociedad civil europea, algo incipiente y algo tímida aún. El europeísmo se daba por descontado, pero era un europeísmo contenido, lejos de la euforia, casi burocrático, de gentes que nos movemos, nos hemos movido, o aspiramos a hacerlo en el entorno europeo institucional. Falta aún ese paso de incorporar Europa a la vida cotidiana. Falta tomar conciencia de que se pertenece a una comunidad humana de intereses y valores, que tiene una escala que trasciende lo nacional y que aglutina diferentes naciones, pero que precisa de ese estrecho vínculo con lo nacional.

El debate entre ciudadanos y euro-representantes fue totalmente libre y transparente, respetuoso y lleno de aplausos. En verdad se dio un fructífero diálogo con 24 eurodiputados de las más diversas ideologías en torno a los siguientes temas: el desempleo juvenil, escuchándose que se necesita invertir más y evitar que los jóvenes sean trabajadores itinerantes, o aumentar la empleabilidad de las mujeres, o sobre la necesidad de fijar la población al territorio en las zonas rurales; la globalización, donde la UE puede hacer mucho para que sea cooperativa; la Europa post-Brexit; el terrorismo y la seguridad; y finalmente el cambio climático. “¿En qué lugar en el mundo se da esta libertad?”, preguntaba la vicepresidenta McGuinness.

En ese momento uno piensa si existen motivos para el Parlamento y para la unidad. Si sería deseable que tuviera iniciativa legislativa y que lo estados no pudieran vetar en asuntos de defensa, política exterior y materia fiscal. Si no será un sueño parlamentar y testimoniar un deseo compartido de construir una sociedad europea, y una comunidad política europea. ¿Cómo inspirar el deseo de Europa cuando saliera de ahí?

¿Existe acaso un pueblo europeo? Estaba sin duda en las calles de Bruselas y en el aeropuerto, y en la bancada, pero ciertamente no era esa otra Europa de inmigrantes de segunda y tercera generación, que si bien los había entre los asistentes, eran una minoría. O no son tantos, o están infrarrepresentados por autoexclusión, pues las asociaciones y los partidos en absoluto les excluyen, y gozan del disfrute de estados del bienestar que les han hablado durante décadas a su estómago, pero que tal vez hayan olvidado hablarles a su alma. Creo que es una mezcla de todas estas razones.

Sobre el terrorismo una compañera se sorprendió de que fuera un problema, pues Europa es el lugar del mundo con menos atentados terroristas. Pero es que no se trata de terrorismo cuando se habla de él, sino de la sensación que provoca cada acto terrorista. Éste nos cuestiona nuestro orden de valores, nuestras prioridades en la vida, nos sacude y nos recuerda en qué nos fiamos y ponemos nuestra confianza. Nos interpela, como lo hace el cambio climático y sus consecuencias, y como lo hace la globalización y la tensión sobre los derechos laborales.

Un dato a valorar en el análisis es que se partía de la base de euroconvencidos, que ven la Unión como una solución a los problemas, y no su causa, lo cual es un enfoque que puede ser erróneo a futuro, pues en todo caso la UE es un instrumento y no un fin, para trabajar por el bien común de los que se sienten una comunidad histórica y política desde hace milenios. Ahí es donde hay que indagar… ¿Por qué me uno con estos y no me uno con estos otros? ¿Qué nos une? Tal vez el diálogo libre y sin censuras. Tal vez que durante la interpretación del Himno de la Alegría se pasara de un registro solemne a una especie de blues, para sorpresa de los asistentes.

60 años después Europa no es algo evidente. No lo es que en una misma conversación se pase del español, al inglés, al francés, mientras se entiende el italiano, o se pone los cascos uno para comprender el maltés o el finés.

Las evidencias se pierden cuando no se trabaja en su búsqueda. Por eso alguien concluyó diciendo que necesitamos hacer mucha más experiencia juntos, hacer amigos y buscar espacios para trabajar con otros europeos.

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