“Tú que no puedes ver, piensa en los que sí pueden” (Capítulo 4 de Euphoria)

Estoy cansado

Cultura · Jota
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7 febrero 2022
"Hey Lord you know I'm tired". Así empieza el diálogo con Dios de la última canción de Labrinth. Este tema concebido para la banda sonora de Euphoria pudimos verlo por primera vez acompañando a Rue, la protagonista.

Con un historial de dependencia de las drogas, traiciones a las personas más queridas y a sí misma, nos hace entrar en este momento de intensa redención. A tientas se mueve de una iglesia llena, pasando por rostros queridos para llegar a un abrazo, el tan deseado abrazo a toda nuestra humanidad frágil y llena de errores. Intercaladas las imágenes del abrazo al cantante de la iglesia, Labrinth, con el abrazo a su fallecido padre, mantiene este diálogo:

– Siento haberte decepcionado.

– ¿Por qué?

– Porque no soy una buena persona.

– Eso no es verdad.

– Ya no me conoces.

– Claro que sí, siempre estoy a tu lado.

– Te echo tanto de menos, te echo tanto de menos papá.

En estos días posteriores al último episodio se podía buscar la canción en Spotify sin ningún éxito. Hasta que esta semana Timothy Lee McKenzie escribió un tweet diciendo que las publicaría próximamente. Desde el pasado viernes ya se puede escuchar. Al lanzar esta canción y otra más, publicó otro tweet explicando: “Me pidieron que escribiera una canción sobre ese momento crucial en el que quieres transformarte, pero también quieres morir, como matar al viejo yo para dejar espacio a uno nuevo”.

I’m tired no responde a ninguna estructura formal al uso y eso es una genialidad del compositor porque rompe con los usadísimos sistemas de estrofa/estrofa/estribillo/estrofa/estribillo/puente/estribillo/estribillo. Este estilo libre llena de inestabilidad la canción que es algo buscado y necesario para el mensaje. Como si se tratara de un hijo pródigo del siglo XXI, el abrazo se entrelaza con las palabras de una voz solista acompañada por un sencillo órgano. Poco a poco la sencilla melodía se repite añadiendo intensidad y discretamente nuevas voces e instrumentos, algo que en ningún momento rompe el estado de súplica intensa para tornarse en grito de desesperación, no se atrevería a estallar. Ni si quiera en la parte final, en la que entran coros, percusión, cuerdas, aun aumentando la intensidad y llevándolo al momento de mayor tensión. Al mismo tiempo, consigue que todo en nosotros pida, suplique, precisamente, un estallido de afecto sobre nosotros, sobre ese cansancio. ¿Por qué no es desesperación? Porque es una súplica, aunque sea tensa. Porque habla a un Tú. Cuando hablamos con un tú incluso la desesperación más desesperada encierra un punto de esperanza. Si no, no diríamos nada, daríamos todo por perdido. En este caso el tono de la canción se entrelaza sobre este punto en el que, cansado, quieres abandonarte y que la marea te lleve. ¿Cuánto tiempo puedo aguantar en un lugar que no puede contenerme? La necesidad desborda absolutamente cualquier medida humana y tratar de ponerle cortapisas nos hace rebelarnos y preguntarnos algo así. La única posibilidad, aunque sea inverosímil, es que suceda lo imposible. En la película Belfast dice el niño protagonista: “Paddy Kavanagg me dijo que, si los católicos se confiesan con el cura de todo lo malo que hacen, entonces pueden hacer lo que sea y Dios siempre los perdona”.

Abrir la herida, no apartarla, ni taparla, ni anestesiarla, ni distraerla, es la única posibilidad para entender la vida. En el diálogo desde la miseria de cada uno, sólo ahí, puede darse un afecto por todo lo que nosotros somos, una misericordia. Todos queremos ser queridos tal y como somos, pero ¿nos atrevemos a ser nosotros mismos?, ¿nos atrevemos a desear que nos quieran por lo que somos exactamente? A menudo nos parapetamos en nuestro miedo y cortamos el recorrido del deseo que tenemos, volviéndonos escépticos y cada día un poco más desesperados.

¡Qué paradoja más triste: aspirar a y confiar en llegar más allá de lo humano y quedarnos cortos en humanidad! Es decir, perdernos, y no advertir que el horizonte más importante no se encuentra más allá —más lejos—, sino más adentro.

Herida infinita es el término que, finalmente, veo más apropiado para expresar la incisión, profundísima y en forma de cruz apaisada, que nos llega hasta el centro del alma —o, mejor dicho, que genera nuestra alma—. De tal modo que vivir es, en el mejor de los casos, estar cerca de esta herida y obrar a partir de su vibración”.

(Esquirol, Josep Maria. Humano, más humano. Una antropología de la herida infinita, El Acantilado nº 418)

No nos quedamos sólo en la parte del hijo, tratemos de ponernos misteriosamente en la posición imposible del que abraza. ¿No es acaso algo inmensamente correspondiente? Abrazar a quienes queremos, querer toda su humanidad y sus heridas es algo imposible, pero si lo imposible pudiera suceder, qué feliz y dulce momento el de ese abrazo. Todos podemos percibir que un mundo lleno de ese abrazo es el deseo más verdadero y más profundo de nuestra naturaleza. No somos más nosotros mismos por romper vínculos y quedarnos solos, sino porque hay al menos un vínculo que nos rescata de nuestra autodestrucción y nos conecta con lo más verdadero de nosotros mismos y de la realidad. Queremos huir, dejarnos ir con la marea porque este mundo ha acabado con nosotros, no somos capaces de luchar más, no somos capaces de llorar más, estamos cansados, estamos agotados.

Y, sin embargo, el abrazo.

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