Esto hay que arreglarlo
Una ola de indignación ha sacudido Occidente. No es para menos. La difusión del video en que el Daesh, el autoproclamado Estado Islámico, quema vivo al piloto jordano Kasasbeh nos revuelve hasta la última fibra de nuestro cuerpo a quienes hemos recibido cierta educación. Otra cosa diferente es lo que ha venido después de esa indignación. Nos parece inconcebible que se produzca tamaña crueldad y pedimos soluciones rápidas. ¿Cómo es posible que en la era de la información las grandes potencias occidentales no hayan sabido poner fin a este monstruo que sacude Oriente Medio? ¿Por qué no se avanza en la guerra contra el terror? ¿Por qué no se toman medidas más drásticas? En cualquier caso esto hay que arreglarlo.
Nuestro alto consumo de información es proporcional a nuestra incapacidad para convivir con la complejidad y, sobre todo, para aceptar el hecho de que el mal adquiere en ocasiones un protagonismo en la historia de los pueblos que es difícil vencer de forma inmediata.
El asesinato de Kasasbeh es un acto de propaganda de un grupo terrorista que ha conseguido un gran éxito. La emergencia y el desarrollo del Daesh no son ajenos a los errores de Occidente en la región y tienen mucho que ver con algunos países del Golfo, nuestros aliados en tantas cosas.
El que ahora se llama a sí mismo Estado Islámico hasta hace unos años se denominaba Al Qaeda de los Dos Ríos, la rama local de la organización de Bin Laden en Iraq. El monstruo creció porque era funcional. Servía a los intereses de Arabia Saudí y de Qatar que querían patrocinar una alternativa sunní a la expansión chiíta. El Daesh no hubiera crecido tanto si no le hubiera llegado dinero, donaciones privadas, de esos dos países. La guerra entre Irán y Arabia Saudí se ha librado y se libra en muchos frentes. Pero el Daesh no habría medrado si la política estadounidense no hubiera provocado que Iraq, en ciertas partes de su territorio, se convirtiera en un estado fallido.
Nadie sabe a ciencia cierta por qué Bush se empeñó en derrocar a Sadam. No seamos simples, no fue por el petróleo. Su decisión es el claro ejemplo de que, ante una decisión estratégica, más importante que la información de la que se dispone es la posición de la que se parte. Antes de que llegaran a Washington los datos parece que la decisión estaba tomada. Luego se produjo un segundo error que nunca se subsanó: el desmantelamiento del ejército. El Daesh ha cuajado porque el ejército iraquí era un ejército corrupto que decía ganar batallas cuando las perdía. Por eso estuvo tan cerca de Bagdad. Y la tercera equivocación fue apoyar al gobierno del chiíta Al Maliki que nunca apostó realmente por la unidad y que aumentó la sensación que tenían los sunníes de haberse convertido en las víctimas de un proyecto poco integrador.
Lo peor del caso es que este tercer error, en cierto modo subsiste. Todavía hay en Occidente quien piensa que la mejor solución es la creación de estados de una sola religión o de una sola confesión. La vieja tesis del secretario de Estado Kissinger parece que, por desgracia, sigue más viva que nunca. Los convencidos explican que, de hecho, Iraq ya esta partido en regiones monoconfesionales. Es la solución que ha defendido Netanyahu con un Israel confesionalmente judío.
Los acuerdos Skyes-Picot con los que se construye el Oriente Medio contemporáneo (1916), tras la caída del Imperio Otomano, tenían mucho más realismo que algunos sueños recientes. Aquellos pactos con sus extrañas fronteras reconocían la necesidad de Estados con identidades plurales, con chiítas y sunníes conviviendo juntos, con minorías cristianas y judías. No puede ser de otro modo si no queremos ver, como ya estamos viendo, grandes movimientos de población forzados por una guerra que puede prolongarse. No le conviene a Oriente Medio que se creen guetos ensimismados en los que no haya diálogo. Es políticamente incorrecto decirlo, pero los dictadores de Iraq y de Siria, a los que pretende sustituir el Daesh, mantenían vivos esos Estados plurales.
El Daesh ha sido un monstruo manejado por varias manos que ahora tiene vida independiente. La toma de Mosul le permite financiarse sin recurrir a ayudas externas. Y mientras Turquía le siga abasteciendo de yihadistas de todo el mundo será un enemigo difícil de derrotar. Por cierto que con Turquía también se equivocó Occidente. Obama estaba convencido de que Erdogan era un socio fiable. Y la Sublime Puerta ha preferido una identidad sunní conflictiva que la colaboración con Europa y el amigo americano.
Como toda lucha contra el terrorismo, uno de los frentes fundamentales –y de eso sabemos mucho en España– es el de la legitimidad. El terrorismo se mantiene vivo mientras el pueblo al que dice servir considera que su lucha si no es legítima al menos es justificable. El pueblo al que dice servir el terrorismo es el pueblo del islam y solo el islam puede quitarle la legitimidad que se ha atribuido, nada más y nada menos que en nombre del califato. Solo hace un siglo que se perdió el califato y eso en la larga historia de la comunidad política musulmana es poco tiempo.
Se han dado pasos, pero en este que será un camino lento y fatigoso lo que puede hacer Occidente para ayudar a que el islam afronte sus contradicciones es no dar munición a los terroristas. Para un musulmán es inconcebible que la libertad de expresión se utilice con el fin de burlarse de Mahoma. Para un musulmán es intolerable que todas las estrategias de democratización pasen por la privatización de la religión. Y para un musulmán de la zona siempre será un agravio inaceptable que los occidentales toleren una Palestina sin Estado.
La información se revela inútil cuando se ha tomado una decisión sin tener en cuenta que el factor religioso es decisivo. Hemos tenido demasiadas prisas y demasiada falta de inteligencia desde 2001. Con frecuencia nos precipitamos como si cualquier tipo de acción o de intervención fueran útiles. Y eso a menudo aumenta la desgracia.