¿Esta semana Zapatero, Gallardón y Aguirre también serán aliados?
En vísperas del Comité Ejecutivo de este martes se ha hecho evidente que la lucha de los últimos días entre la presidenta de la Comunidad de Madrid y el alcalde ha sido el enésimo asalto para suceder a Rajoy. Tanto uno como otro, si no han buscado deliberadamente los resultados de la encuesta del País, han creído que les beneficiaba. ¿Qui prodest? "¿A quién beneficia el desgaste de Rajoy y un retroceso del PP en las encuestas? Al que aspira a sucederle. Eso explica más que el odio personal y la ambición desmedida, su comportamiento durante la crisis de Caja Madrid.
Para explicar su actuación puede pensarse en la falta de consideración hacia las siglas que les han dado el triunfo o en un error de cálculo sobre el daño que le estaban haciendo a la única alternativa al Gobierno de Zapatero. Pero se comprende mejor el espectáculo que han dado por una mentalidad revolucionaria. Bajo el liberalismo o el centrismo, estéticamente progresista y obsesionado por la obra pública, lo que se ha puesto de manifiesto es que, cuando algo les importa realmente, se comportan con esa mentalidad revolucionaria que en los dos últimos siglos ha legitimado racionalmente lo negativo como motor de la historia.
Hegel, Marx y demás compañeros mártires teorizan que el mal genera bien. En este caso también era necesario "acelerar la historia", provocar una descomposición del liderazgo. Con esta perspectiva una derrota del PP en las próximas generales no es considerada un problema sino más bien la gran oportunidad. Y en Génova pueden haber visto con cierta complacencia el juego. Nunca ha sido más útil a Rajoy Ricardo Costa como este jueves cuando se proclamaba secretario general del PP valenciano. No venía nada mal que dos barones se devorasen. Los intereses de algunos líderes del PP han coincidido con los de Zapatero.
Afortunadamente la mentalidad revolucionaria no es compartida por muchos votantes del centro derecha que, lejos de sentirse atraídos por el idealismo hegeliano, prefieren la otra gran escuela, la tradición del realismo. Aguirre y Gallardón han quedado definitivamente quemados. Estudiantes tardíos de dialéctica, no parecen haberse dado cuenta de que antes de llegar a la síntesis, la tesis y la antítesis (presidenta y alcalde en este caso) están condenados a la desaparición. En los 200 últimos años hemos aprendido que la revolución se come a sus protagonistas y empeora las cosas. El realismo político exige desterrar cualquier coincidencia de intereses con Zapatero y una labor paciente de oposición. A Gallardón y a Aguirre sólo les resta pasar con dignidad a la historia. Para eso Aguirre tendría que realizar la remodelación de Gobierno que tanto ha retrasado y entregar el testigo a las que todavía son jóvenes promesas de su Ejecutivo regional, como su consejera de Educación, Lucía Figar, o su consejero de Inmigración, Javier Fernández-Lasquetty. Los que han sido hasta ahora sus hombres de confianza están aún más quemados que ella. Otro tanto le ocurre a Gallardón. Realismo y no revolución.