La cuestión social y la cuestión medioambiental

España ante el diván

España · Angel Satué de Córdova
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13 junio 2019
En estos momentos es necesario en España un partido, o un movimiento, o que los partidos se centren en la cuestión social y en la cuestión medioambiental, así como en el avance del municipalismo (sin abandonar la conciencia de que el mundo se ha globalizado). Esto es poner a la persona en el centro, y no al dinero, a las leyes, a los valores.

En estos momentos es necesario en España un partido, o un movimiento, o que los partidos se centren en la cuestión social y en la cuestión medioambiental, así como en el avance del municipalismo (sin abandonar la conciencia de que el mundo se ha globalizado). Esto es poner a la persona en el centro, y no al dinero, a las leyes, a los valores.

Partiendo de estos cuatro ejes (social, medioambiental, municipalismo y globalización) se puede construir una alternativa al pensamiento colectivista y estatalista, propio de la izquierda, y al pensamiento individualista y de mercado, propio del liberalismo y del capitalismo. Ambas “nociones” están siendo superadas por la realidad, si bien el estado como lo conocemos es muy necesario para garantizar en la globalización una serie de derechos y bienestar (Mario Losano), y el mercado, en una dimensión cercana, para garantizar una mínima prosperidad y creatividad.

Desde el principio de solidaridad y de subsidiariedad, tan vinculados ambos a la libertad para hacer con los demás y a la responsabilidad, se pueden asentar las bases para un ciudadano responsable, capaz de, en comunidad, hacer frente a los retos que tenemos por delante, profundizando en relaciones de amistad social, cívica, operativa. Es importante situar a la persona-ciudadana (que trabaja, tiene hijos…), por delante de la persona-usuaria, cliente o consumidora, la gran adversaria de la dignidad humana cuando la persona se cosifica. No cabe la “cosificación” de la persona por el estado ni por el mercado. La persona se “descosifica” en sus ambientes sociales y humanos más cercanos.  

Los aspectos morales, relativos a la vida como el aborto o la eutanasia; la prostitución; las drogas; el útero de alquiler; la investigación con animales o humanos; su regulación debería de realizarse, a mi juicio, desde los principios que informan la cuestión social y la cuestión medioambiental. Esto es, siempre la defensa de la parte más débil o desfavorecida –en cualquier relación comercial, humana, laboral… siempre la hay (cuestión social)– y favorecer las condiciones de cuanta más buena vida mejor como ideal (cuestión de algún modo medioambiental, pues somos biología, aunque en mi opinión “animada, con alma”).  

Por una parte, hay que liberar las energías de la sociedad civil española, de la nación, de todas sus personas, de su capital humano, político, social, sindical, empresarial y comprender a España dentro del fenómeno cambiante y poliédrico de la globalización, que impacta en las condiciones de vida y antropológicas de las personas, que impacta en la noción de estado y en la noción de mercado.

Ante la globalización, su humanización debe pasar por la construcción de relaciones sociales, dentro de los grupos sociales, entre los grupos sociales, dentro de un estado, entre otros estados. De vecinos a hermanos.  

Por otra parte, debemos adaptarnos estructural y orgánicamente a una globalización que desborda todo lo conocido hasta la fecha, actuando además en: A) la cuestión territorial, y B) la cuestión del equilibrio entre el estado social, el democrático, el de derecho y el autonómico.

A) Sobre la cuestión territorial, debe actuarse desde el respeto a lo local y a una descentralización administrativa, tanto aguas abajo como aguas arriba, hacia Europa, en aplicación del principio de subsidiariedad:

Autonomías y entes locales

El actual estado autonómico ha sido perfilado por una sucesiva acción de los distintos gobiernos de la democracia, tanto del central como de los autonómicos, junto con los pronunciamientos del Tribunal Constitucional. Las más de las veces se ha mercadeado competencias sobre materias por apoyos puntuales a la acción de gobierno o a la misma constitución de gobiernos, priorizando el poder a la persona-ciudadano y sus derechos.

Si una crítica puede hacerse es que el sistema parece que esté siempre en construcción, estando basado más en la noción de autonomía que en la noción de comunidades, en la preponderancia de los territorios sobre los ciudadanos, de unos intereses influyentes frente al resto.

La finalidad que se persiguió, de contentar a los nacionalismos centrífugos, no se ha cumplido, por mor de la ley electoral (piedra angular de toda democracia (Sartori)).

El verdadero reto con relación al sistema autonómico es su descentralización al nivel local, incluso de barrios, para la distribución más eficiente y eficaz de las competencias y funciones de las entidades administrativas, fijando en la Constitución el nuevo modelo.

Si en la II República la cuestión agraria fue la piedra angular del debate parlamentario, debería introducirse la cuestión municipal y local en la discusión social y parlamentaria, puesto que esta está basada en la subsidiaridad y a su vez ésta en la libertad de la persona. El estado autonómico es incapaz también de atisbar esta necesidad, pues tal es el entramado de los intereses creados.

En estos momentos, las autonomías son mini estados, y son incapaces de dar esa libertad de acción y de administración, e incluso de participación ciudadana, a los habitantes de sus localidades o a sus provincias. El gran ideal de república democrática donde los ciudadanos participan en su propio gobierno y justicia son los EE.UU., en los que el pueblo elige a sus juzgadores, a los sheriffs, bomberos y hasta al bibliotecario en algunas localidades. ¿Qué hay de malo en esto, acomodado a nuestra mejor tradición de participación local, si el mundo globalizado inevitablemente va a dar mayor peso a las grandes ciudades? La urgencia es imperiosa.

Gibraltar, Portugal y Marruecos

Estas cuestiones siguen teniendo impacto en política nacional, interior. Son esenciales para la proyección exterior de España, pero también para la definición final de la cuestión territorial española.

España reconoce al Reino Unido como amigo y aliado. El Reino Unido sigue siendo potencia nuclear, y con un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, lo que, sin duda, tras el Brexit, complicará toda aproximación al contencioso de Gibraltar. A día de hoy, es improbable que el resto de naciones del mundo que transitan por el Mediterráneo y por el Canal de Suez –es decir, todas– quieran que un paso tan relevante no esté controlado por al menos tres países (Marruecos, España y Gran Bretaña, sin contar la base de EE.UU. de Rota). Que vuelva a España una de las columnas de nuestro escudo, hoy por hoy, incompleto, aun es política ficción.

La europeidad de Gibraltar es la garantía de la soberanía española en la Roca. España debe trabajar decididamente por un retorno de Gran Bretaña a la Unión Europea, y proponer un período de cosoberanía para Gibraltar. Para ello, hay que creer en la Unión Europea. Igual que una incipiente y aun desconfiada unidad ibérica está lograda ya desde 1986, en la misma Unión Europea. Pero los problemas de España no pasan por culminar su geografía ibérica, sino más bien por incluir a Andorra, Gibraltar, Portugal y España en una Unión ibérica superior.

Con respecto a Marruecos, solo basta echar un vistazo a la historia del Norte de África en los últimos 2200 años, para que caigamos en la cuenta de que sigue siendo, de uno u otro modo, una cuestión fundamental.

Cuestión europea

Apostar por una unión cada vez más estrecha entre los estados de Europa, de la Unión Europea, es apostar por estabilidad, prosperidad, bienestar, libertad e igualdad.

Siguiendo a De Gasperi, en su discurso ante el Senado para la aprobación de la moción federalista europea, recordaba que no cabe ya ser un mundo circunscrito a los problemas internos nacionales, o perderse en concepciones de carácter retrospectivo, casi reaccionario, de visiones medievales.

Frente a un riesgo de un neomedievalismo neopopulista –falto de la parafernalia militarista–, cabe la propuesta popularista “degasperiana” de un estado social, basado en la solidaridad de hecho, también en Europa, y en el principio de subsidiariedad, aguas abajo, con autonomías y poder local, y aguas arriba hacia Europa, “a través del camino trazado por la democracia” (Eduardo Martínez, en “Alcide de Gasperi”), rescatando el plano trascedente y trabajando por la convivencia entre todo tipo de ciudadanos, también entre creyentes y no creyentes, pues en el diálogo y las preguntas, Europa siempre se encuentra.

Inevitablemente, no cabe construir Europa sin caer en la cuenta de que no se puede negar lo que es, y parte de lo que es, sin duda, es lo que quiere ser, pero no será nunca si olvida las bases fundacionales, su alma.

Cuestión global

España no puede acudir a la globalización sola, sin Europa, pues Europa la necesita, dado que le aporta a Europa su particular visión global del mundo. Necesariamente ha de ser así cuando estamos ligados por sangre a muchos pueblos de la tierra, y hemos colaborado en la creación de una nueva cultura.

En un mundo donde hay grandes cuestiones globales, que deben contar con una regulación de orden especializado, pero abierta a la participación de todos los afectados, ciudadanos del mundo, como las cuestiones medioambientales, el comercio, el blanqueo de capitales, las catástrofes y pandemias, la seguridad colectiva, las guerras, los organismos internacionales, etc., la soberanía nacional es un melancólico pensamiento y Europa es una buena solución.

España ha sido global desde que ha sido España, y cerrarse en sí misma, otra vez, es de una visión muy corta de miras que pasaría factura antes o después.

Hoy por hoy es imposible en un mundo cambiante, en un mundo global, con China, con Rusia, con Estados Unidos y con otras potencias emergentes, vivir de manera independiente. De hecho, a mayor dependencia, más necesidad de cooperar sin por ello tener una visión hegemónica. Es la gran fortaleza que tiene España en estos momentos. Su capacidad de llegar acuerdos con prácticamente todo el mundo.

B) Cuestión del estado de estados. Asimismo, la capacidad de comprender que la cuestión política española pasa, hoy por hoy, en buscar un punto de compromiso alcanzable, posible, justo, en el marco del verdadero “estado federal” español, el conformado por el estado de derecho, el estado autonómico, el estado social-intervencionista y el estado democrático, destensando y variando el rumbo de colisión que sus respectivos principios informadores mantienen en la actualidad.

El estado social exige sin duda un pacto social que pase por su sostenibilidad en el tiempo, siendo el más urgente el necesario respecto a la glaciación demográfica que vive España, así como una nueva educación del siglo XXI que no deje al 30% de los jóvenes sin terminar apenas el bachillerato, así como introducir una visión respetuosa del principio de intervención pública, en particular, con relación a la antropología natural, aceptando otras, pero no imponiéndolas como modelos o referentes.

Para ello, las tesis de Putman sobre elevar el capital social de los países, a través de iniciativas que generen capital puente entre clases sociales –y añado, generaciones– y capital pegamento dentro de ellas.

Asimismo, en la reforma del estado, la cuestión fiscal parece un elemento fundamental, como elemento distributivo para afianzar una clase media depauperada, que puede echarse en los brazos de los populistas a poco que pierda nivel de vida y seguridad.

El estado autonómico debería poner el acento en fijar unas competencias para cada administración, con inspecciones del estado central en las más relevantes, garantizando que se conozca y se pueda usar el castellano en toda España, y, sobre todo, acentuando la idea de comunidades, más que la de autonomías. Asimismo, iniciando la descentralización hacia los entes locales de determinadas materias transferidas a las CC.AA. En la práctica, sería muy útil dejar a País Vasco y Cataluña como CC.AA. y al resto como territorio común, pues ciertamente la cuestión no es que sus ciudadanos se sientan vascos y catalanes antes que trabajadores o heterosexuales o deportistas. La cuestión es que el nacionalismo habla de la incompatibilidad de pertenencias cuando el ser humano es justamente lo contrario, una suma de identidades y de pertenencias (¿qué es si no la familia de mi mujer que una pertenencia nueva?).

El estado democrático podría reconducirse a una mejor y mayor participación del pueblo español en la toma de decisiones, en los ámbitos que sean previa y constitucionalmente abiertos. No obstante, hay que evitar que este estado incurra en el riesgo del democratismo, donde todo se puede votar y aprobar si lo dice la mayoría, pues sabemos que las mayorías no lo pueden todo, pero evitar que el principio de representación se asiente sobre la base de la influencia de los grupos de presión.

El estado de derecho debería reformarse asentando que en España todos somos iguales ante las leyes, y que la constitución jurídica, efectivamente, es posterior a la nación. En estos momentos, la quiebra del principio de legalidad e igualdad ante la ley, la ausencia de listas abiertas, la escasa participación ciudadana, el fin de la presunción de inocencia en algunos supuestos, la educación insuficiente, la deshumanización de las relaciones personales, los nuevos retos digitales y medioambientales, los salarios bajos, la escasa cualificación, el ocaso de la visión de una Transición ejemplar, sin violencia física, de la ley a la ley, el papel de la religión (y la Iglesia) en la vida pública y en la construcción del bien común, la separación de poderes (inexistente), la cuestión laboral, la cuestión de la vivienda y el precio de las cosas (y la inflación encubierta), la sostenibilidad del sistema de salud, el reto del desarrollo de África, la acogida y asistencia e integración de los inmigrantes, y tantos asuntos, son retos clave que empezar a estudiar, a solventar.

Subyace un miedo inmenso a escuchar la voz de las personas, pues esta voz nos habla de aspiraciones, deseos y necesidades. No somos una nación de borregos, pero sí somos una nación de pastores.

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