Es ya un hombre aquel que lo será

Mundo · Nicolás Jouve
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17 febrero 2015
La Genética del Desarrollo es una moderna y atractiva rama de la Genética que trata de explicar cómo a partir de una célula se organiza un organismo completo. Nos revela las causas genéticas de la transformación morfológica observada a lo largo del desarrollo de los seres vivos, y esto se aplica por igual para un insecto, una planta o un ser humano.

Cuando se escuchan afirmaciones tales como que un embrión humano no es un ser humano, o que se trata tan solo de un conglomerado de células, o se cuestiona su significado biológico u otras frasecillas parecidas que tratan de minimizar o restar importancia a los primeros estadios de la vida humana, habrá que recordar algo tan elemental como que tras la fecundación, el cigoto humano, resultante de la fusión de un óvulo humano con un espermatozoide humano, que recibe genes humanos, es la primera realidad biológica de una vida humana. Constituido el cigoto, se pone en marcha el reloj de la vida y los elementos integrantes de esa sencilla célula se disparan a favor de un proceso dinámico e imparable, salvo la intervención de factores externos, para que se desarrolle la vida que acaba de constituirse.

La Genética del Desarrollo es una moderna y atractiva rama de la Genética que trata de explicar cómo a partir de una célula se organiza un organismo completo. Nos revela las causas genéticas de la transformación morfológica observada a lo largo del desarrollo de los seres vivos, y esto se aplica por igual para un insecto, una planta o un ser humano. En una primera aproximación, sabemos que cualquier ser pluricelular empieza a partir de una célula, que por sucesivas divisiones y réplicas de la información genética que ya poseía el cigoto, va a ir dando paso a las distintas etapas del desarrollo, creciendo no solo en número de células sino también en complejidad. Al principio las células que constituyen el embrión parecen equivalentes, pero no es así, ya que prácticamente desde la primera división celular ya existe una división de papeles y las dos células resultantes seguirán caminos distintos en el desarrollo, una dará origen a las estructuras externas protectoras, la otra el propio embrión. Desde la primera división celular y a partir de entonces cada vez con mayor contraste, se van demarcando territorios diferentes en lo que es un mismo embrión. De este modo, cada célula, por la posición que ocupa en el embrión, utilizará la parte del programa genético que le corresponda.

Los avances de la Genética del Desarrollo y el análisis de los genes que intervienen en cada momento y lugar del embrión, han puesto en evidencia que, en lo que afecta a las decisiones de organización corporal, todas las especies pluricelulares poseen dos tipos de genes: los “genes estructurales” que son los responsables directos de las estructuras morfológicas, dado que cuando se activan dan lugar a los tipos de proteínas que determinan la función específica de cada célula, y los “genes reguladores”, que son los que dan las instrucciones de expresión para que se activen los genes estructurales en el momento y lugar adecuado. El sistema funciona como una orquesta en la que el director, los genes reguladores, decide cuándo debe entrar en funcionamiento cada miembro de la orquesta, cada gen estructural, de modo que la partitura, el programa de desarrollo, se cumpla de forma armónica y poco a poco se vaya completando el concierto.

En el desarrollo embrionario nada es casual o improvisado, como no lo es el desarrollo de una buena sonata de Mozart o una sinfonía de Beethoven. Hay un guión, una partitura, un programa que ha de ir desarrollándose paso a paso de forma coordinada, gradual y continua.

Pues bien, precisamente las tres propiedades que caracterizan el desarrollo embrionario, desde la primera división celular son: “coordinación”, “continuidad” y “gradualidad”. El embrión, siendo siempre el mismo va creciendo en complejidad, pero no debe considerarse como un simple amasijo de células todas iguales, sino como un todo integrado y ordenado, en que cada parte cumple su función en plena interacción con las demás partes. Terminada la fecundación, el embrión no es un individuo en potencia, sino un individuo humano que ha comenzado su existencia y en el que se cumplen todas las condiciones necesarias y suficientes para alcanzar de forma autónoma y continua todo el potencial para el que está genéticamente equipado. El desarrollo del embrión tiene lugar de forma coordinada, debido a la existencia del programa de actividades genéticas perfectamente regulado en espacio y tiempo. El desarrollo es continuo, ya que de una etapa se pasa a la siguiente sin solución de continuidad. El desarrollo es gradual, ya que transcurre paso a paso y, a medida que pasa el tiempo y crece el organismo, van estableciéndose diferentes rutas de especialización de las células que lo integran.

Dicho lo anterior, surge una pregunta, ya satisfecha por los conocimientos de la Genética Molecular y gracias a los últimos descubrimientos del genoma humano: ¿qué determina que en unas células se activen unos genes y en otras otros diferentes, siendo que todas ellas contienen réplicas idénticas del genoma que se constituyó tras la fecundación?  El conocimiento de cómo en cada momento y en cada lugar del embrión se activan solo los genes que toca hacerlo, bajo la batuta de los sistemas de regulación, constituye una de las páginas más brillantes de la moderna genética. Cada gen regulador, de acuerdo con señales y estímulos provenientes del propio ambiente celular interno, a su vez dependiente de la posición que ocupa en el conjunto del embrión y el momento del desarrollo, dirigirá señales a los genes estructurales para que se activen o silencien. De esta forma las diferentes células adquieren distintas especialidades.

La siguiente pregunta lógica sería: ¿y cómo se dirigen las órdenes de unos genes a otros? La respuesta a esta pregunta constituye uno de los principales avances derivados del descifrado del Genoma Humano y en particular del programa ENCODE (Enciclopedia de elementos del ADN). Los genes reguladores envían la orden de actuar a los estructurales a través de proteínas de señalización, factores de transcripción o moléculas de ARN, que van a parar a las regiones activadoras, promotoras o represoras, próximas a los genes que se han de transcribir o dejar de hacerlo, cuando y donde corresponda.

Pero es muy importante recalcar que el embrión es un todo integrado en cada momento y que el programa de desarrollo transcurre en una perfecta coordinación e interdependencia de unas partes y otras a los niveles celular y molecular. Que durante el desarrollo se está produciendo una cascada de señales continuas y de mensajes de célula a célula y desde el entorno externo e interno de cada célula en el lugar del embrión que ocupa. Por ello insistimos en que desde la primera división celular el embrión tiene una organización hererogénea pero estructuralmente ordenada. No se trata de un mero conglomerado o acúmulo de células, término que según el diccionario de la RAE se aplica a la acción y efecto de unir cosas sin orden. En el desarrollo embrionario cada parte cumple su papel y todo se rige bajo un orden perfecto.

La palabra que mejor define este todo integrado es “organismo”. Lo que se desarrolla de forma asombrosamente ordenada, coordinada, continua y gradual es un organismo, un ser humano en sus primeras etapas de desarrollo. El mismo que pasadas las ocho primeras semanas revelará una figura humana a la que solo le falta el tiempo necesario para completar la formación de sus tejidos, órganos y sistemas. Ante esta realidad que nos ha desvelado la ciencia ¿quién tiene derecho a cortar este proceso imparable de desarrollo de una vida humana?

El Papa emérito Benedicto XVI recordó en su homilía por la “Vida humana naciente”, en San Pedro el 27 de noviembre de 2010, que «con el antiguo autor cristiano Tertuliano podemos afirmar que es ya un hombre aquel que lo será. No hay ninguna razón para no considerarlo persona desde la concepción». Totalmente de acuerdo y en consecuencia, si ya es una realidad humana aquel que lo será, no hay razones para la instrumentalización de la vida humana embrionaria ni para el aborto. Las leyes deben extender la protección de la vida humana desde el primer instante, desde la fecundación.    

Nicolás Jouve es presidente de CiViCa

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