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Es la vida, amigo, (la que cuenta)

Editorial · Fernando de Haro
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21 enero 2018
La frase sonó como una pedrada: “es el mercado, amigo”. La pronunció en Madrid, en la sede del Congreso de los Diputados, hace unos días, el que fuera el gran mago de la economía de los gobiernos de Aznar. Un mago caído ahora en desgracia y enfrentado a muerte con Rajoy.

La frase sonó como una pedrada: “es el mercado, amigo”. La pronunció en Madrid, en la sede del Congreso de los Diputados, hace unos días, el que fuera el gran mago de la economía de los gobiernos de Aznar. Un mago caído ahora en desgracia y enfrentado a muerte con Rajoy.

La sentencia, pronunciada por Rodrigo Rato, fue como una pedrada en la frente. Cierta arrogancia liberal, después de lo sucedido en el mundo durante los últimos diez últimos años, es ya insostenible. Duele que se lancen palabras como golpes. Y duele aún más que tanto el que la pronunció como los socialdemócratas tradicionales que la criticaron sigan haciendo gala de cierta arrogancia cuando utilizan fórmulas ideológicas que no explican lo nuevo.

Rato comparecía ante el Congreso no para evaluar su política económica sino para informar sobre su gestión al frente de Bankia (segunda Caja de Ahorro del país, ahora pública). Obstinadamente defendió una salida a bolsa en la que los jueces ven indicios de una gran estafa. No hay mercados perfectos cuando se trata de finanzas. Nos ha quedado claro. La mano invisible que reparte, supuestamente con justicia, éxitos y fracasos, en el caso de Bankia les va a costar a los españoles 14.000 millones. El coste total del rescate financiero va a suponer unos 60.000 millones. Falló el mercado, falló el Estado, que a través de sus órganos supervisores (Banco de España) tendría que haber impedido la venta fraudulenta de productos financieros (acciones y participaciones preferentes) que nadie entendía. Hemos aprendido, desde la quiebra de Lehman Brothers, que la regulación y la supervisión es esencial y que cuanto más europea y más global sea, mejor. Ya no podemos decir, como decíamos en los 90, que la mejor solución es “menos Estado y más sociedad”. No podemos decirlo sin explicar a continuación que, en realidad, queremos decir “mejor Estado para una mejor sociedad”. Sin saber bien, además, qué significa mejor Estado. Todos los que hemos tenido nuestro propio Lehman Brothers vivimos con la inquietante intuición de que el viejo Estado, el que vigila a los banqueros, el que nos paga la pensión, el que provee de servicios, no está en condiciones de darnos lo que nos dio.

Parece que las nuevas experiencias sociales y económicas que vivimos no encuentran un cauce crítico adecuado. Un buen ejemplo es lo que le ocurre al partido que, según las encuestas, puede suceder al PP. Ciudadanos sigue confiando en la teoría ingenua del mercado, tanto como lo hace el discurso de los populares (su política en realidad es socialdemócrata). Ciudadanos ha presentado hace meses en el Congreso una propuesta en favor de los vientres de alquiler. Aunque formalmente se hable de un contrato sin contraprestación para la maternidad subrogada, todo el mundo sabe que al final se extenderían las relaciones comerciales hasta ese pequeño reducto (relación madre-hijo) en el que todavía la única regla es la gratuidad.

La necesidad de encontrar un modo de pensar nuevo es apremiante porque tenemos encima la IV Revolución Industrial. La digitalización, en principio, va a crear más empleo, pero las transiciones no son inmediatas ni fáciles. Celebramos que haya salido adelante la Gran-Coalición, el acuerdo de Merkel con SPD permitirá reforzar el eje franco-alemán. Pueden darse pasos tímidos hacia un mayor peso político de la Unión, venciendo las resistencias de los votantes naturales de la CDU y manteniendo en el centro a Merkel. Pero la agenda de Macron está centrada, sobre todo, en reformas para adelgazar un Estado francés descomunal y para reformar la legislación laboral y económica. Tampoco hay novedades esenciales en Berlín.

Nos empeñamos, iniciada una nueva revolución industrial, en pensar con los binomios Estado/Mercado, interés/regulación y gestión estatal. Hace unos días David Sangokoya, responsable de innovación de una institución tan defensora del mercado como el World Economic Forum, abría otra ventana. Recordaba que, durante las anteriores revoluciones industriales, durante el siglo XVIII y XIX, las organizaciones del Tercer Sector fueron auténticos “laboratorios sociales de innovación”. Esas organizaciones estuvieron junto a los trabajadores, la población marginal, cuando el progreso de la industria y los gobiernos no fueron capaces de atenderlos. En un artículo titulado “5 challenges for civil society in the Fourth Industrial Revolution” señala que “los líderes de la sociedad civil usaron bienes privados para lograr beneficios públicos de un modo diferente. La extensión de la educación, del sistema sanitario y de otros servicios fue posible porque los gobiernos siguieron sus modelos. Las políticas públicas fueron provocadas desde finales del siglo XIX, y lo son todavía hoy en muchos países del mundo, por la sociedad civil”. Un buen ejemplo en el que los hechos y la teoría caminan juntos. Es la vida, amigo, lo que cuenta, y la que juzga los discursos.

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