Es la antropología, estúpido

España · Manuel Oriol
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17 octubre 2012
El "conflicto catalán" ha levantado una enorme polvareda de argumentos de todo tipo: económicos, políticos, históricos, lingüísticos y educativos. Tanto entre quienes quieren la independencia como entre los que no la quieren. No seré yo quien reste importancia a estos argumentos, pues desde luego no se puede construir nada estable, duradero y, en definitiva, bueno si no es sobre la verdad.

Sin embargo, echo en falta reflexiones que traten deresponder a una pregunta fundamental: ¿por qué toda esa gente quiere laindependencia? Pues lo novedoso de la ocasión es la multitud, no losargumentos. De nuevo, se puede volver sobre las razones económicas, políticas,históricas, lingüísticas y educativas. Pero, con ello, quedaría fuera, a mijuicio, la cuestión fundamental que está detrás y por encima de todas ellas: ladimensión antropológica, la persona concreta. Quiero aquí apuntar algunosaspectos de esta dimensión, sin pretender ni de lejos agotar la cuestión, perosí ponerla sobre el tapete del debate nacional.

En primer lugar, es evidente que el ideal nacionalista tieneuna fuerte carga de exigencia de libertad. Expresa la necesidad de tomar enmano la propia vida, de ser protagonista, de asumir la propia responsabilidad.Y de no vivir tutelados. En este sentido, el deseo de independencia es lícito yjusto.

Además, el nacionalismo expresa una paradoja antropológicadecisiva: la tensión irresoluble entre individuo y comunidad, entre libertad ypertenencia, entre comunión y liberación. "Libertad no conozco sino la libertadde estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío", escribíaLuis Cernuda. El poeta sevillano expresaba una verdad incómoda en nuestrosdías, pero patente en el caso del nacionalismo: que la auténtica libertad sólose alcanza en una pertenencia. Y que si para algo sirve la libertad es parapertenecer. En este caso, el nombre que a muchos provoca escalofrío es"Catalunya". La búsqueda común de la independencia provoca un sentimiento dehermandad que, en una sociedad huérfana y desarraigada como la nuestra, esnovedoso y cautivador. El sentimiento superficial pero verdadero de fraternidadque se produce con las victorias deportivas, se ve multiplicado en el caso delos nacionalismos.

Por último, en cuanto promesa de respuesta a estasexigencias, el nacionalismo ofrece un ideal, algo "justo" por lo que merece lapena luchar, arriesgarse, destruir y construir. Caídas otras ideologíasrevolucionarias en las que ya no creen ni quienes tratan de resucitarlas aprovechandola crisis, el nacionalismo es el último ideal político vivo de nuestro tiempo.En medio de una sociedad en el que reina el nihilismo y por tanto, aun en mediode tanta distracción, el tedio, propone una vida más viva, más auténtica. Elhombre necesita salir de sí mismo. "¿Para qué sirve la vida sino para darla?",se preguntaba Anne Vercors en Laanunciación a María de Claudel. Aquella verdad, que en la obra de Claudeltenía tintes teológicos, expresa también, análogamente, una verdad meramente humana:a pesar de todo el individualismo y el hedonismo que caracterizan la vidaburguesa de nuestras sociedades occidentales, una vida entregada es másauténtica, más deseable. 

En este sentido, incluso entre los críticos con laposibilidad de la independencia catalana hay una escondida envidia de, almenos, vivir por un ideal, que se refleja en una debilidad cultural. Limitarsea defender el statu quo no escautivador para nadie, ni siquiera para quienes piensan que es lo más adecuado.Y, viceversa, desde las filas nacionalistas es necesario proponerconstantemente nuevas metas, como la independencia, que mantengan esa tensiónideal que favorece la adhesión, especialmente de los más jóvenes. El paso delcatalanismo al secesionismo tiene mucho que ver con esta búsqueda permanente denuevos horizontes, del paraíso.

El movimiento independentista tiene su principal apoyo enestos deseos -de ideales, de libertad, de pertenencia, y otros análogos- queconstituyen el corazón de cada hombre, aunque se articulen con argumentos deotro tipo. Desde luego estos deseos pueden estar manipulados, pueden serconvertidos en instrumento para conseguir fines particulares, partidistas o declase. Es más, pueden haber sido exacerbados como parte de esta manipulación.Pero el hecho es que están, y si no estuvieran ahí no podrían ser utilizados.El desafío al que hay que responder, por lo tanto, está a este nivel.

Otra cuestión es si la anhelada independencia está o no a laaltura de la respuesta que estos deseos exigen, si es capaz de cumplir lapromesa que despierta en el corazón de tantos, sobre todo jóvenes. "El error esuna verdad que se ha vuelto loca", decía (o dicen que decía) Chesterton. Lasexigencias verdaderas de las que hemos hablado se vuelven locas cuando se absolutizan,excluyendo otras y proclamándose la única medida de lo real, aunque ellasmismas no se vean satisfechas.

En cualquier caso, si no queremos cerrar en falso estacrisis, es necesario responder al reto independentista al nivel antropológicoque he apuntado aquí. Cualquier otra salida no hará más que posponer el conflictoo hacernos mirar hacia otro lado (aunque podemos pasar décadas mirando haciaotro lado). Ahora bien, ¿hay algún otro ideal al que sacrificarnos, un idealque no defraude, y que podamos proponer a todos?

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