¿Es justa la vida?
Quizá esta pregunta tiene múltiples respuestas, pero plantearla suscita en nosotros el deseo de encontrar la respuesta, de indagar dentro de nosotros para entender qué somos y cómo estamos hechos. Es sorprendente ver cómo, gracias a un hecho que le ha acontecido a otros, nosotros podemos ensimismarnos con su dolor y reflexionar sobre nuestra experiencia. En el fondo no somos distintos de ellos: somos pequeños y frágiles en el universo infinito. Somos un punto insignificante en el universo, pero el hecho mismo de que tengamos la razón y que, con ella, nos damos cuenta de que nosotros mismos sufrimos y nos conmovemos por personas que ni siquiera conocemos, nos une a ellos.
Todo esto nos suscita otra pregunta: ¿es justa la vida?
Una cosa es cierta: no podemos erigirnos en jueces e inculpar a Dios de esta catástrofe porque no conocemos hasta el fondo nuestro Destino y porque nuestra vida no nos pertenece, sino que pertenece definitivamente a Él, y sólo Él sabe verdaderamente por qué hacemos el mal y por qué suceden hechos como este.
Y es cierto también que, si bien no sabemos claramente el porqué suceden ciertas cosas en la historia humana, somos hombres libres, es decir, capaces de aceptar semejante dolor y semejante devastación como punto de partida para cambiar y tomar conciencia de nosotros mismos y del significado de la vida y de cada instante: nuestra vida pende de un hilo y el hecho mismo de estar vivos ahora nos dice, instante tras instante, que somos queridos, aquí y ahora, por Otro.