Debate sobre el manifiesto de la CdO para las elecciones europeas

´Es crucial apostar por la primacía de las personas y de la sociedad civil´, Fernando Vidal, sociólogo y militante socialista

España · PaginasDigital
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26 mayo 2009
"Acepto agradecido que me invitéis a participar en el debate sobre el contenido del manifiesto que la Compañía de las Obras ha hecho público con motivo de las Elecciones Europeas de 2009 bajo el lema ‘Defendemos la libertad, apoyamos la responsabilidad'". Así responde Fernando Vidal, profesor de sociología en la Universidad Pontificia de Comillas, afiliado al PSOE: 

¿Qué le llama la atención del  manifiesto?

El manifiesto de la Compañía de las Obras apela a principios compartidos por la mayoría de la ciudadanía. Los problemas aparecen cuando chocan con otros principios que también reciben igual apoyo y la sabiduría posiblemente reside en saber encontrar soluciones a las encrucijadas. Actualmente hay varias encrucijadas en las que el Manifiesto se posiciona y otras que están ausentes. La primera encrucijada en la que se sitúa es en la que cruza al Estado y la persona, y en ella toma partido por la persona. El Manifiesto hace prevalecer una Europa de las Personas. La afinidad con los principios personalistas es explícita. Al respecto, comparto la idea de que una ciudadanía procedimentalista acaba vaciando moralmente a la democracia y generando indiferencia.

Por otra parte, se apuesta por la primacía de la sociedad civil y de la creatividad de las personas y comunidades. Es éste un punto crucial: el emprendimiento, la resiliencia -superar las dificultades-, la responsabilidad y la solidaridad de las comunidades -comenzando por la familia- son principios que están al comienzo de cualquier regeneración y profundización en la democracia y la justicia. Es necesario un justo liberalismo social que empodere a las personas, sus familias y comunidades, especialmente a aquellos más vulnerables. En cuanto a la responsabilidad en la que insiste el Manifiesto, entiendo que es una dimensión todavía poco trabajada. Quizás a algunos les suene culpabilizante pero no es así. Hacer énfasis en la responsabilidad es reconocer y esperar que las personas pueden hacer mucho por sí y los suyos; es poner fin al paternalismo estatalista y dar protagonismo y participación a la gente. Sólo los prejuicios frente a la semántica moral clásica pueden hacer que no se le esté dando un papel mucho más importante a la educación y promoción de la responsabilidad personal y a la responsabilidad respecto a los otros.

Apliquémoslo a una cuestión que la corrección política no suele abordar: la cultura sexual. Aunque las constituciones reconocen libertad en estas cuestiones, lo cierto es que la legislación y las declaraciones orientan una cultura sexual determinada. En ese sentido, es necesario un enfoque que no sólo promocione el sexo desde una función de utilidad o hedonista sino que promueva una cultura sexual de comunicación, vinculación y responsabilidad. Éste es un capítulo que no se quiere abrir y que está comprometiendo seriamente la formación de la persona y sus relaciones más íntimas, así como de la familia en Europa y en la cultura global dominante. Esta cuestión debería ser especialmente promovida por aquellas ideologías que arraigan en la tradición obrera cuya esencia es la promoción de la solidaridad, la comunidad y la responsabilidad del trabajo. Aplicar los principios del obrerismo a la cultura sexual entraría en conflicto con las ideologías neoliberales que convierten el sexo en objeto comercial o en signo de individualismo posesivo.

¿Qué importancia tiene el principio de subsidiariedad en la construcción de Europa?

La primacía de las personas y el empoderamiento de la sociedad civil son condiciones sin las cuales la democracia está en riesgo. Tiene mucho que ver con la subsidiariedad, las políticas sociales de proximidad y de autogestión. Permítanme que separe esta pregunta en dos secciones bien distintas. La responsabilidad es un principio que debía informar casi todas las políticas como una llamada a la necesidad de ayudar a la formación de personas consistentes, sabias y solidarias. No hay ningún aspecto que deba escapar de esto. Incluso en el ámbito de la exclusión social extrema, la responsabilidad es una idea que revoluciona los métodos de intervención social dándole mayor peso al protagonismo de los sujetos y la reconstitución de vínculos y comunidades. 

Aplicado a la educación, es claro el principio de titularidad social. En realidad, creo que el programa tiene que ir más allá. Lo que es necesario promover es una nacionalización del Estado que devuelva a la gente aquello que la sociedad civil puede autogestionar, que puede multiplicar el capital social y el capital simbólico y profundizar la proximidad.

¿Y la libertad religiosa?

Sinceramente, creo que la libertad religiosa está garantizada en Europa y especialmente los cristianos estimo que cuentan con una posición suficientemente potente como para hacer llegar sus propuestas al último rincón del continente. Los cristianos no son perseguidos. Otra cosa es que la cultura política sea suficientemente profunda como para que sean escuchados. Y otra cosa es que la pastoral de la vida pública sea lo suficientemente apostólica como para que sepa encontrarse con la gente y comunicarse.

La inmensa mayoría de los cristianos no sólo sienten libertad religiosa en Europa sino que son el principal sector social que da soporte y legitimidad a las instituciones constitucionales y europeas. Pero en la misma medida que asume la legitimidad de la soberanía popular en la razón pública, siente que la deliberación pública sea justa. Respecto a la justicia de la deliberación pública, hay mucho por mejorar. Eso no cuestiona la legitimidad jurídica de las decisiones pero sí su justicia moral. Dos cuestiones especialmente sensibles a las religiones monoteístas son las de la vida del no nacido y la familia. Respecto a la familia, la cuestión es si es un valor público la promoción de lo familiar: la paternidad, la maternidad, la fidelidad conyugal, la filiación, el parentesco. Creo que todos esos tipos de vinculación están amenazados por un neoliberalismo que disuelve los vínculos. Y en ese punto recibe el decidido apoyo -posiblemente por frivolidad- de un libertarismo que se ha puesto como horizonte el principio de autonomía comprendido de un modo que cae en el más extremo individualismo. Así, se nos presenta como libertades públicas lo que es puro individualismo posesivo. Por supuesto que puede existir una ley de disolución del matrimonio civil y que es posible -lo ha sido a lo largo de toda la historia- la monoparentalidad. Pero entiendo que una cosa es asumir la legitimidad de dichas condiciones y otra es promoverla. El horizonte de la sociedad de bienestar no debe ser la autonomía sino la responsabilidad solidaria. Las políticas de familia no deberían ser políticas fiscalistas de desgravaciones sino que deberían tener en el centro de su empeño la promoción de las relaciones de familiaridad.

Están los ataques a la vida….

Especialmente sangrante es la cuestión del aborto, que está siendo debatida en estos meses en nuestro país. Creo sinceramente que es posible una mejora legislativa de la ley anterior que sin penalizar el aborto condicionado evite la profusión de la práctica abortiva. Creo que es posible aprobar muchas medidas que eviten el aborto -apoyo a las madres, reflexión con especialistas, conciliación laboral, promoción social, adopción, etc.- que no resuelven el conflicto entre abortistas y abolicionistas pero crea una base compartida. Sin embargo, como ya he declarado en distintas ocasiones, la vía elegida es una de las peores y entiendo que para muchas personas sea razón suficiente para negar el voto a los candidatos que apoyen esta campaña. La escenificación pública del debate sobre el aborto ha sido frívola e irresponsable. Lejos de plantearlo como un problema frente al que hay que decidir la despenalización ha sido planteado como un derecho de la mujer. Se ha rebajado al mínimo el estatuto antropológico del no nacido y las medidas, lejos de trabajar por la erradicación de una práctica tan lesiva y a favor de la reconciliación en una cuestión que tan radicalmente divide a las ciudadanías, se ha optado por la división y el silenciamiento del problema. El uso electoralista de la cuestión del aborto para ofrecer una imagen más maniquea de la derecha y la izquierda es condenable. Quienes han trabajado desde dentro del partido socialista por una ley más reconciliadora que viera el aborto como problema y no como derecho; que trabajara por que ninguna mujer tuviera que verse en esa tesitura; que buscara la aplicación de un principio precautorio y la responsabilidad sexual y procreadora, tienen que haberse visto totalmente decepcionados. Lejos de aplicar principios de izquierda, la cuestión del aborto se plantea desde el más radical individualismo posesivo propio del capitalismo más salvaje.

Estas dos cuestiones no violan la libertad religiosa, pero sí frustran a aquellos que desean poder aportar sus razones en una deliberación pública densa y tolerante. Si dicho debate público se secuestra, ¿qué queda de la democracia efectiva? Dicho esto, es claro que la lucha es cultural. El problema no es táctico sino antropológico. Y ése debe ser el horizonte de soluciones.

¿Qué le parece la valoración que se hace en el texto del manifiesto de la misión de la política y economía?

Aquí es donde incluiría el capítulo de ausencias irrenunciables. Europa es una potencia mundial que causa a través de sus políticas y sus multinacionales, de sus consumidores y de sus intereses, graves injusticias en el planeta. La dimensión de la desigualdad internacional y de la responsabilidad de Europa en dicha injusticia es un fenómeno que requeriría inexcusablemente presencia en un Manifiesto como éste. Aplicando los mismos principios de responsabilidad, llegamos a las ideas de multilateralidad, mediación y pacificación que tanto han sido violados en la doctrina internacionalista de los últimos años.

Asimismo, la presencia de un 20% de exclusión social en España y el aumento en Europa de la pobreza infantil, femenina y de mayores, y la vulnerabilidad de los inmigrantes, es difícil que no esté presente. Asimismo, la existencia de amplios territorios de exclusión en nuestras sociedades, la degradación de los servicios públicos y la creación de segregación es algo patente en Europa y, en especial, en España. Madrid, por ejemplo, tiene un insoportable nivel de pobreza extrema caracterizada por la pasividad y una ínfima movilidad social. La necesidad de alianzas públicas de Administraciones y sociedad civil -y las religiones- a favor de estas amplias capas de población parece algo prioritario. Dicho esto también añadiré que en la cuestión de la justicia y el bienestar, hay que avanzar mucho en la protección social, pero la mayor parte de los problemas son de carácter cultural. Las luchas culturales por la justicia son cruciales.

Pese a la necesaria desestatalización de la iniciativa popular, al Estado le caben muchas competencias, responsabilidades y liderar procesos de innovación, desarrollo y equidad. Precisamente como movilizador de dichas dinámicas, no está claro que la desestatalización tenga que verse acompañada de un descenso de la capacidad fiscal pública. Es ésta una cuestión compleja pero aquí está una de las mayores encrucijadas: fiscalidad y titularidad de la acción pública. Finalmente, junto con el relativismo siempre hay que incluir a su hermano gemelo, que es el autoritarismo y que es una tentación de la que no siempre hemos hecho gala de estar liberados en Europa ni en la historia de la cristiandad. El problema de fondo es no creer en el ser humano, ser escépticos frente a la posibilidad de que exista el bien, la verdad y la belleza: eso provoca que la gente caiga en el fundamentalismo del yo -relativismo, subjetivismo, etc.- o en el fundamentalismo del grupo -autoritarismo, integrismo, etc.-. Pero cierto es que el peligro más importante para la corrosión de la democracia procede de la indiferencia. El problema no es que un décimo de Europa sostenga ideas autoritarias sino que haya una mayoría a la que sea igual.

Lo más preocupante en esta campaña electoral para el Parlamento Europeo es la superficialidad del debate público. Los intentos de generar polarización y maniqueísmo no hacen sino degradar el debate público convirtiendo al adversario en un esperpento. Celebro la difusión de un Manifiesto que, como éste, nos hace pensar algo más allá del mero espectáculo, la propaganda o la manipulación.

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