Eros es insuficiente

Cultura · Pablo Luque Pinilla
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4 marzo 2008
El 2007 nos ha dejado un breve pero intenso testimonio poético. Eros es más, de Juan Antonio González-Iglesias (Salamanca, 1964), XIX Premio Internacional Fundación Loewe, concita el elogio en los mentideros poéticos, es recomendado por libreros, aparece siempre destacado en las listas de ventas y ha logrado el aprecio de la crítica.

En él se aborda sobre todo el tema recurrente del amor con la pretensión de arrancarle algunos jirones de verdad humana, de estatus para todos. Para ello emplea un lenguaje discursivo, en diálogo con el mundo, lleno de alusiones a sus protagonistas, a menudo extraídos del ámbito clásico, sin obviar otros procedentes de contextos diversos. De esta manera, desde sus páginas nos interpelan Julio Casares, Aristóteles, Valéry, Tito Livio, Agustín de Hipona, Robbie Williams o un gimnasta Dj, por sólo citar algunos. Nos confirma así el autor una admirable capacidad para erigirse en testigo de una época y sus referencias; para mostrarnos su concepción del hombre y las relaciones de éste con su trama histórica y social. Para ello emplea una técnica tan exigente como deliberadamente disimulada, en la que el verso blanco se despliega con sentido del ritmo y se encabalga con acierto. Esto permite al destinatario percibir una armonía sutil entre eficacia en la exposición y magia poética, que es una de las claves de esta escritura. A su vez, utiliza un lenguaje de línea clara que, sumado a lo anterior, consigue parte de lo más difícil: una poesía que, subrayando las virtudes del género, interesará antes al hombre que al lector, convirtiéndose en una cuestión de conmoción y esclarecimiento.

Los poco más de seiscientos versos del poemario parten de un juego léxico y semántico con la máxima del minimalismo, extraída de una entrevista que el propio JAGI realizó al poeta Vicente Núñez. En ellos se incide, como se ha apuntado, en la fuerza de eros como elemento unificador de la realidad, pues, según se anticipa en el prólogo: "Nada se puede comparar a ese principio que cohesiona todo lo que existe, más rico que el amor, que el sexo y que el deseo" (Pág. 9).

Pero es aquí donde este texto, estimable en los aspectos mencionados, resulta escasamente verosímil y acaba deparando aburrimiento. El poeta nos ofrece una visión del amor que subestima una de sus dimensiones. Si "el amor es más fuerte que la muerte", como dice un emocionante endecasílabo de "In Joyful Memory" (Pág. 73), es necesaria la concurrencia del amor ascendente, eros, y el amor oblativo o descendente, ágape. De hecho, el ideal que se subraya en nuestro libro atiende en su mayoría al expuesto por Platón en El Banquete, a partir del diálogo Sócrates-Diotima , en el que eros coincide con la búsqueda de la felicidad, lo bueno perdurable, y la procreación en la belleza corporal y espiritual como testimonio del amor, con la única mediación de voluntad humana para lograr estos objetivos. De esta forma, la participación del Misterio en la experiencia amorosa queda apenas esbozada en el poemario, lo que no impide que se destaque la posibilidad de "la mañana en la que no habrá límites", como se dice en "Exceso de vida" (Pág. 13); y que haya "algo en el amor que no es de este mundo. / Algo que no es abstracto", como lo encontramos en "Hay algo en el amor" (Pág. 75).

También se habla en el prólogo de la contribución del cristianismo a la causa del amor que, según el poeta, "en los mejores momentos de su historia ha confluido felizmente con la literatura grecolatina" (Pág. 10), y sin embargo se sucumbe ante una de las concepciones que más han funcionado como malentendido en la historia de la cultura occidental. Nietzsche lo expresaba diciendo que el cristianismo había dado de beber al eros un veneno, pues para éste la Iglesia con sus preceptos y prohibiciones había convertido lo hermoso en amargo. JAGI parece suscribir tal aseveración en estos versos reveladores de su poema "Ultimus Romanorum", en los que Robbie Willians repite la oración de un joven Agustín de Hipona de apenas diecinueve años: "Hazme puro Señor / pero no todavía" (Pág. 47). Esto se subraya en el poema "Jueves Santo", en el que dos amantes tendidos en la arena contemplan el paso de una procesión: "El caos católico. La apoteosis. / La yuxtaposición. El más perfecto / modo de conocer. De los contrarios / incluso incompatibles creen algunos / firmemente que son sólo sinónimos" (Pág. 69), reflejando que ambos extremos no pueden caminar unidos si no es por equiparación, lo que equivale a decir por el protagonismo excluyente del uno sobre el otro.

Todo amor verdadero es eros y ágape a un mismo tiempo, de manera complementaria. El amor como preferencia y voluntad; el amor como entrega y gratuidad, reflejo del amor primero de Dios, manifestando el carácter de su verdadero alcance: la plena satisfacción de lo humano. Así lo percibe Leonard Cohen en la célebre "Sisters of Mercy". Así lo entendemos quienes consideramos que el hecho cristiano no supone una mera aportación, sino la culminación de un itinerario antropológico; la evolución de una comprensión del amor que lo equipara a la propia naturaleza del Misterio. Y la implicación de Éste con la vida del hombre.

Enterrada en la mentalidad contemporánea la pregunta sobre la esencia de lo Divino y su expresión en la experiencia humana, siempre acaban cobrando fuerza las manifestaciones culturales que certifiquen esta defunción. El éxito de Eros es más, mucho más que el propio libro, nos parece un ejemplo como otro cualquiera; y, probablemente sin pretenderlo, un reconocimiento por los servicios prestados al pensamiento dominante.

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