Envidia de Alemania

Mundo · Ricardo Benjumea
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7 noviembre 2013
Las negociaciones para la formación de la tercera gran coalición en Alemania avanzan de forma lenta pero inexorable. Las comparaciones son odiosas. Mientras, en torno a la Conferencia Política del PSOE, se conjuran en España los espíritus frentepopulistas, produce malsana envidia la renuncia de los socialdemócratas alemanes a encabezar una sencilla coalición de gobierno con Los Verdes y La Izquierda.

. Las urnas han dado el triunfo a la CDU/CSU con el 41,5% de los votos, y eso zanja el debate. Al menos, por ahora…

Envidia también produce la unidad de todos los partidos en la gestión del escándalo de las escuchas, liderada a tres bandas, desde la cancillería (CDU), desde la cúpula saliente del Ministerio de Exteriores (FDP) y desde el Parlamento, con gran protagonismo del diputado berlinés Hans-Christian Ströbele, que se ha reunido en Moscú con Edward Snowden y ha actuado como puente entre éste y Angela Merkel y la Comisión de Secretos Oficiales del Bundestag. Ströbele, por cierto, es miembro del ala izquierda de Los Verdes. En el pasado fue conocido por su cercanía al grupo terrorista Fracción del Ejército Rojo. Incluso se le ha acusado de connivencia con secuestros de aviones por parte de la OLP palestina, aunque él lo ha negado.

«No somos una asamblea de héroes y santos –decía hace unos días el reelegido `presidente del Bundestag, Norbert Lammert–, pero hemos sido votados». O dicho de otra manera: respondemos ante los ciudadanos, y los ciudadanos –incidan claramente las encuestas– quieren estabilidad política y dirigentes que resuelvan problemas, no que los creen. Alemania pierde competitividad, y afronta de forma mucho más consciente que la mayoría de países de Europa, casi con pánico, el gran reto de la “transformación energética” o el drama del declive demográfico. El Reino Unido y Francia le habrán superado en población en 2060. Y aunque los alemanes ejerzan hoy casi por obligación su papel hegemónico en Europa, menos gracia todavía que ejercerla, les hace perder esa hegemonía, un declive agravado por coincidir con la imparable decadencia del continente. En pocos otros lugares del planeta se escucharán advertencias como la archiconocida de la canciller Merkel, que resalta que Europa tiene hoy sólo el 7% de la población mundial, el 25% del PIB y el 50% del gasto social, una ecuación inasumible.

«No somos héroes ni santos». Habrá gran coalición, porque la opinión pública lo demanda, pero muchos en el SPD no están satisfechos. En la elección de la Mesa del Bundestag, los socialdemócratas han obtenido dos vicepresidencias, en lugar de la única prevista. No ha sido un gesto de buena voluntad de los democristianos. El ala izquierdista y la moderada de la fracción parlamentaria del SPD están divididas, y darles un cargo a cada una evita problemas mayores en un momento inoportuno.

Pero en contra de pactar con Merkel no está sólo el ala izquierdista. La última experiencia (2005-2009) fue nefasta para el SPD, engullido electoralmente por la canciller. Dejar a la CDU en la oposición tendría además enormes ventajes para los socialdemócratas. Serviría para jubilar a Angela Merkel, y la CDU sin ella estaría hoy probablemente condenada a una larga travesía por el desierto. El azar, los plagios de tesis doctorales y el resultado de algunas batallas internas han dejado a la canciller virtualmente sin rivales ni alternancia dentro de la CDU. Sin candidatos alternativos y también sin programa. Porque con Merkel, los democristianos han perdido sus señas ideológicas, más allá del puro pragmatismo.

Por el contrario, el panorama se le despeja al SPD por su izquierda. Die Linke (La Izquierda), la tercera fuerza en el actual Bundestag, ya no es el indeseado heredero del Partido Socialista Unificado de la RDA, aunque todavía mantiene un discurso con respecto a Europa que dificulta su salto a la gran política nacional. Gobierna con el SPD en el land oriental de Brandemburgo, y las mayores muestras del viejo radicalismo provienen más bien de su vertiente occidental. En Renania del Norte-Westfalia, por ejemplo, La Izquierda batalla por la abolición de la fiesta católica de san Martín, que considera discriminatoria contra los musulmanes.

Ese tipo de planteamientos son los que han contaminado el partido verde, relegado a la cuarta posición, tras haber perdido cerca de un millón de votos. Pero el batacazo ha producido ya un importante reequilibrio interno de fuerzas. En la clásica división entre “realos” (realistas, moderados) y “fundis” (fundamentalistas), han tomado clara delantera los primeros. Winfried Kretschmann –el católico Presidente del Land de Baden-Württemberg, que el día de las elecciones en las que resultó elegido, dijo que, antes que ir a votar, lo más importante que iba a hacer ese día era «ir a misa») ha dicho que las fracasadas conversaciones entre CDU y Los Verdes han supuesto «un cambio para el futuro», a partir del cual «podemos construir».

La autocrítica se ha producido en todos los niveles. Lena Kürschner, cargo local del partido, ha dirigido una carta abierta a la dirección de Los Verdes, que ha alcanzado cierta resonancia nacional. A su juicio, el programa con el que la formación concurrió a las últimas elecciones toma por «estúpidos» a los electores, con propuestas como el Día Vegetariano obligatorio. Pero sobre todo, Kürschner critica la «difamación y discriminación» contra las familias durante la campaña. Si Los Verdes quieren ser un partido popular o de masas (Volkspartei), no pueden pretender penalizar fiscalmente a las familias, ignorando que el 80% de los niños se crían en hogares con padres casados, o que el 65% de los padres preferirían cuidar a sus hijos pequeños en casa, antes que enviarles a guarderías (la CDU, con la oposición en contra, propone ayudas indistintamente para guarderías o para el cuidado de los hijos en casa). Ésas son las personas «normales», a las que el partido ha dado la espalda, para echase en brazos de minorías radicales; personas «que, porque tienen familias e hijos, no tienen tiempo ni energías para participar en política», pero que sí ejercen después su derecho al voto.

Hay, pues, una clara convergencia hacia el centro de los cuatro partidos con representación en el Bundestag. Y no porque sus dirigentes sean «héroes ni santos», sino porque existe una sociedad civil fuerte, consciente de los grandes retos que afronta hoy Alemania. Eso supone una garantía de estabilidad política, aunque, paradójicamente, abre también la puerta a importantes incertidumbres. Si tanto la CDU –con Los Verdes–, como el SPD –al frente de un tripartido–, decidieran en un futuro no lejano explorar nuevas posibles coaliciones de gobierno, todo entraría dentro de la normalidad.

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