Entendiendo a mi amigo populista

Decía Javier Cercas en una columna reciente en El Semanal que “hoy la lucha no es tanto entre izquierda y derecha sino entre liberales e iliberales”. Después de varios movimientos populistas, en los últimos años, de tendencias de izquierda (Podemos, Zyriza, Movimiento 5 estrellas…) hoy surgen con fuerza movimientos populistas de derecha (Vox, Trump, Orban…).
Criminalizar a su votante, sea de un signo u otro, es el mejor modo de que sigan aumentando. Es necesaria la crítica hacia los populismos, pero tan necesario o más es, entender por qué surgen. ¿Es razonable su cabreo? ¿Están las opciones moderadas agotadas?
Entre los factores para la explosión de las opciones populistas se ha señalado, con razón, la crisis económica o la globalización, pero el abrazo de gente normal (que puede ser tu amigo, tu hijo o un padre conocido del colegio…) a aquellas es sintomático de un malestar de fondo.
Es cierto, que las opciones que tradicionalmente hemos denominado de centro derecha y de centro izquierda no han sabido o no han puesto la voluntad debida para si no solventar, al menos aliviar, algunos de los desafíos que afectan a la vida cotidiana del ciudadano: el problema de la vivienda, la integración de la inmigración, la conciliación vida familar/laboral… Además, sus casos de corrupción dejan una huella de escepticismo hacia lo político. En el caso concreto de España nadie, que mire con un mínimo de honestidad la realidad, podrá decir que la corrupción es una exclusividad de la derecha o de la izquierda pues hemos visto casos flagrantes en ambos lados del espectro ideológico.
Todos estos factores explican, en parte, la irrupción de “partidos protesta” pero me gustaría detenerme sobre dos factores más que pueden también explicar el malestar del hombre corriente: La tiranía del mérito y la cultura de la cancelación. Ambas ideas parte de un aspecto positivo, pero como sucede cuando una verdad se absolutiza, que acaba degenerando.
La tiranía del mérito fue un concepto acuñado en el famoso libro, de nombre homónimo, de Michael Sandel que ocurre cuando “quienes acaban en la cúspide de la pirámide social terminan creyéndose que se merecen el éxito que han tenido”. El reverso de esta mentalidad es que el pobre también lo es porque lo merece. Una cosa es la cultura del esfuerzo en la que cualquier persona debe de aprovechar los dones que tiene y otra es la cultura del mérito, concepto mucho más voluble porque a lo que hemos llegado está entretejido por circunstancias que no dependen solamente de nosotros. Lo que somos ¿es sólo mérito nuestro? Le he dicho a mi hijo que no es lo mismo que haya nacido en Madrid que si lo hubiera hecho en Gaza. O en Madrid o en un pueblo de la España vaciada.
La tiranía del mérito significa que si fracasas toda la responsabilidad es tuya. Poner en valor no tanto el mérito (que parece que es una cosa que hago yo de forma individualista) frente a la cultura del esfuerzo porque si es humano aprovechar los talentos que uno tiene.
Por otra parte, existe una mentalidad de los políticamente correcto que es asfixiante como vemos en la cultura de la cancelación. Lo explica Ricardo Dudda en su ensayo La verdad de la tribu (DEBATE) cuando dice que: “La diversidad, las sociedades abiertas, la inmigración son fenómenos positivos, pero eso no significa que todo el mundo lo vea así. La izquierda ha pecado de arrogancia al considerar que lo que es bueno para la sociedad no necesita explicarse”. Para afirmar más adelante que “hay ciertos cambios culturales y sociales que generan ansiedad en algunos sectores de la sociedad”.
Darío Villanueva comenta, en Moderse la lengua (ESPASA), que «Quienes ejercen como guardines de la corrección política, actitud que les dota de un plus de autoestima y de presunta dignidad pública por su ostentación de supuestas virtudes que no tiene por que ratificar sus actos, atribuyen sin mesura a sus víctimas los calificativos de machistas, sexistas, racistas, imperialistas…» Una cosa es tratar con respeto y dignidad a cualquiera y otra cosa es el no poder pensar libremente sobre cualquier tema sin más límite que respetar lo que establece el ordenamiento jurídico, aunque no estemos de acuerdo con ello y lo que la conciencia de nuestra educación nos de a entender.
También genera mucha confusión el tema migratorio. A muchos les parece que el dinero se va en mantener a inmigrantes ilegales. Habría que hacer mucha pedagogía al respecto porque un inmigrante que consume en España ya está “pagando” impuestos al comprar distintos bienes. Al mismo tiempo, el modo en el que se está gestionando los flujos migratorios pone en riesgo las vidas de estas personas y favorece muy poco la “paz social” que requiere una confianza mutua.
La gente no es tonta y se da cuenta que muchos que hablan de feminismo, de derechos humanos o de medio ambiente… pero en el fondo en un mero eslogan político en el que no creen pero que es un discurso que resulta rentable. Por eso, lo subversivo hoy entre los jóvenes es ser de derecha porque es la contestación frente a esta cultura dominante.
La tiranía del mérito (mentalidad extendida predominantemente en la derecha) y la cultura de la cancelación (mentalidad extendida predominantemente en la izquierda) han hecho un “sándwich” al individuo común que ve cómo su realidad es que no tiene modo de “realizar” su vida y ambas teorías le hastían porque sus problemas cotidianos están en otra onda.
Los populismos, de un signo u otro prometen dar cobijo y “calor” a los temores frente a los desafíos que nos presenta la realidad (la revolución tecnológica, la inmigración… los cambios sociales y culturales en general) volviendo a un pasado, más o menos inventado, idealizado y así soñar con una identidad en la que sentirse seguro mientras que el discurso liberal, que puede ser mucho más razonable suena mucho más frío y distante aunque pueda estar cargado de razones.
Para un buen discurso populista basta unos pocos ingredientes necesarios para captar nuestra emotividad:
1) Elija un problema real
2) Busque un chivo expiatorio al que culpar de ese problema
3) Si usted estuviera en el poder (a lo mejor incluso lo está, pero habla como si no lo estuviera) las cosas serían muy distintas
En el fondo estos movimientos no tienen nada de original, no son una exclusividad de nuestra época. Basta leer los Episodios Nacionales de Galdós para darse cuenta que todo lo que nos irrita de la política actual ya ha ocurrido antes. Lo novedoso de nuestro tiempo es la celeridad con la que la información se propaga. En ese sentido las redes sociales son un nuevo paradigma pero el sujeto humano es el mismo.
El hombre está bien hecho y en su experiencia puede juzgar si la tiranía del mérito, o la cultura de la cancelación o los cantos de sirena de los movimientos populistas son una respuesta adecuada a la realidad o no. A nuestro amigo que está entusiasmado por las opciones populistas, en lugar de demonizarlo, habrá que animarle a que juzgue si son adecuadas o no. A juzgar juntos. Por supuesto, habrá que denunciar a los populismos cuando se considere que conllevan un juicio errático como a cualquier opción política ¡faltaría más! Pero el fantasma de que viene la extrema derecha y la demonización de su votante es añadir leña al fuego. Lo único que habrá que pedir a las llamadas extrema derecha (o extrema izquierda) es que no se traspasen los límites del ordenamiento jurídico. Línea que sí ha traspasado Donal Trump.
Para leer más sobre el tema:
- La tiranía del mérito de Michael Sandel (DEBATE)
- La verdad de la tribu de Ricardo Dudda (DEBATE)
- Los ingenieros del caos de Giuliano da Empoli (OBERON)
Lee también: Corrupción política e inhibición feedback
 
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