Ensayos de Natalia Ginzburg

Siempre he pensado que cuando una mujer está en posesión de su feminidad, a cualquier edad (esto se puede ver en las fotos buenas, y no sabría decir por qué), contiene todas las fases y dimensiones de la condición femenina: así, una mujer de 71 años, como lo es la Ginzburg ahí, aparece potencialmente como madre, como niña, como amiga, como hermana, como amante (para mí mantiene todo su atractivo a la vez fuerte, tierno, sensual), y hasta como abuela. No se trata sólo de aquello de que el que tuvo retuvo; hay algo más profundo que hace que una mujer sea, siempre, todas las mujeres que ha sido y que será. Algunas fotos captan esta realidad, y ésta es una de ellas.
Conocí la obra de Natalia Ginzburg por un artículo magistral de Carmen Martín Gaite, publicado en la tercera de ABC (quién te ha visto y quién te ve, periódico de mi infancia). La novelista de Salamanca había traducido con pasión (y lo que es más importante, con acierto) la novela Caro Michele. Corrí a comprarla y creo que a día de hoy sigue siendo, tout court, mi novela favorita. Después he leído toda la obra de la italiana (incluido el teatro), pero nunca con la inspiración y el don literalmente arrebatador con el que leí, en el parque de la Media Luna de Pamplona, mientras mi hijo dormía en su cochecito azul, las cartas de la madre de Miguel.
Me ha gustado todo lo de la Ginzburg, sin excepción, desde su primera novela extraordinaria, La strada che va in città. Pero lo que más me ha interesado (dejo aparte aquella primera novela que leí, que está en otro estadio para mí, el de las verdaderas revelaciones, el de lo místico e íntimo, el de nuestra educación sentimental y nuestra formatio) han sido sus ensayos. Políticos, literarios, autobiográficos. El mejor ensayismo (lo que es mucho decir) del siglo. Lumen ha publicado, en un solo volumen y con el título general de Ensayos, dos libros importantes: Nunca me preguntes y No podemos saberlo. Dos frases de las que Natalia Ginzburg hizo buen uso a lo largo de su vida.