Entrevista a Julia Kristeva

´Enfermedad del ideal´

Cultura · Farian Sabahi
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27 noviembre 2015
Así empieza la conversación con la psicoanalista e intelectual Julia Kristeva. Nació en 1941 en Bulgaria, francesa de adopción, es una de las figuras más destacadas del panorama cultural europeo. Estamos en París, al lado de los Jardines de Luxemburgo, en el apartamento de Julia Kristeva y su marido, Philippe Sollers, ensayista y filósofo. Es ella quien abre la puerta de su apartamento, situado en el tercer piso. Nos mira con curiosidad, se esperaba a un periodista, no a una madre con su hijo pre-adolescente detrás…

Así empieza la conversación con la psicoanalista e intelectual Julia Kristeva. Nació en 1941 en Bulgaria, francesa de adopción, es una de las figuras más destacadas del panorama cultural europeo. Estamos en París, al lado de los Jardines de Luxemburgo, en el apartamento de Julia Kristeva y su marido, Philippe Sollers, ensayista y filósofo. Es ella quien abre la puerta de su apartamento, situado en el tercer piso. Nos mira con curiosidad, se esperaba a un periodista, no a una madre con su hijo pre-adolescente detrás…

Parece que la pillamos un poco a contrapié, pero cuando le explico que estamos pasando en París unos días de vacaciones, nos muestra un sillón y mi hijo se sumerge allí en su lectura. Me acompaña hasta el diván y en una bandeja de plata me ofrece un poco de Perrier en un vaso de cristal. Percibo una inteligencia extraña y un carácter riguroso, muy agudo. Por un instante me siento intimidada, por el personaje, por el ambiente. Miro las preguntas que llevo apuntadas en mi cuaderno y eso me devuelve cierta seguridad. Enciendo la grabadora.

Empecemos por los atentados de París, realizados por jóvenes nacidos y criados en Francia. En su trabajo como psicoanalista, ¿qué malestar percibe entre los jóvenes de la periferia de París?

Llevo décadas trabajando con chavales que entran en el huracán de la radicalización y se marchan a Siria en busca de ideales que nosotros, en Europa, evidentemente no somos capaces de ofrecerles. Hace diez años tuvimos un seminario en la Universidad de París-VII, que ahora hemos organizado en el hospital Cochin, donde hay una sección dedicada a los adolescentes, dirigida por una amiga mía, la profesora Marie Rose Moro. Allí recibimos a los adolescentes por indicación de sus padres o profesores, que han constatado de algún modo que estos chavales han tomado el camino del radicalismo. Les anima un ideal, a veces religioso, y caen en la intoxicación de las bandas integristas. Yo lo llamo así porque se difunde mediante el uso de drogas y armas. En estos casos, psicólogos y psiquiatras no saben por dónde agarrarles. Por eso imparto estos cursos y participo en debates, para ofrecer a estos profesionales una formación que les dé instrumentos para afrontar mejor los problemas vinculados a estos jóvenes.

¿Siempre se trata de una radicalización religiosa, concretamente del islam?

Sí, por lo que hemos podido averiguar, en mi grupo de trabajo se trata siempre de una radicalización que hace referencia a la religión musulmana. Pero atención, no se trata siempre de jóvenes de ámbito musulmán, también puede haber católicos, laicos, incluso judíos que se dirigen hacia una radicalización islámica. Yo lo llamo “enfermedad del ideal”, en el sentido de que se trata de jóvenes que, como todos los adolescentes, necesitan ideales. Su radicalización representa un fracaso del humanismo.

¿Debemos tener miedo de la religión, en este caso de la musulmana?

No, no debemos tener miedo. Hay que transmitir a estos jóvenes la memoria religiosa –hebrea, cristiana y musulmana– porque de otro modo los imanes les llenarán la cabeza de interpretaciones extremistas de la fe. Por otro lado, los jóvenes tienen que estudiar las religiones, interpretarlas, hacerlas suyas. Como instrumento de aprendizaje, debemos utilizar las ciencias humanas, la antropología, la etnología, la psiquiatría, el psicoanálisis. Materias que permiten separar lo que en la religión representa una amenaza de lo que en cambio puede ser beneficioso para los jóvenes y para los menos jóvenes. Hay que empezar a hacer ese trabajo de análisis y valoración de las religiones que en un tiempo fue la vocación del humanismo, pero que actualmente se ha descuidado.

Los yihadistas no vacilan a la hora de decapitar a sus enemigos, ¿por qué?

La violencia de los yihadistas revela personalidades poco estructuradas e incapaces de sublimar. Muchos artistas han representado escenas sagradas con referencias a la decapitación, pensemos por ejemplo en la de San Juan Bautista de Caravaggio. Las decapitaciones del Isis son otra cosa. No tienen nada que ver con lo sagrado, pero tienen una valencia psicótica porque probablemente los yihadistas actúan bajo los efectos de las drogas. Quieren vengarse de lo que creen que es el Satán blanco, así como de los bancos, los judíos y todo aquello que perciban como autoridad.

¿Cuál es la solución?

Hay que trabajar con los adolescentes en situación de dificultad y poner en marcha políticas adecuadas a nuestros tiempos. Hay que integrar a los inmigrantes, desde el punto de vista económico, para actuar de tal forma que no se abran heridas. Es necesario integrar a las familias, para que estos chicos no deambulen sin una meta, en situaciones degradantes y presa de los narcotraficantes. En el caso de las personalidades más frágiles, hay que acompañarles para que no terminen tomando el camino equivocado.

Según un estudio de Harvard, los yihadistas han crecido en Europa, han estudiado pero no han encontrado un trabajo adecuado a su formación.

Sí, esa tipología existe, pero también está el ingeniero gentil, que saluda a sus vecinos pero cuyo rasgo peculiar es la resiliencia: resiste a las circunstancias pero sufre al ver que no se respeta a sus padres y que él mismo es discriminado. Son heridas que los demás no ven. Incluso los padres tampoco lo entienden: parecía feliz, iba a trabajar… También está el adolescente que era bueno en matemáticas pero no en literatura e historia y llegado a cierto punto este joven decide marcharse; o la chica que decide ponerse el burka. Y las familias no consiguen encontrar una razón. Nuestra sociedad no da importancia al lenguaje ni anima a los jóvenes de origen extranjero para que profundicen tanto en su cultura de origen como en la nuestra, europea. Esa era la tarea de los profesores, de los religiosos, gente convencida del trabajo que hace. La dimensión del contacto humano, del encuentro, se ha perdido. La gente vive encerrada en su cascarón, se limita a comunicarse por internet, pero eso no basta.

¿En qué medida los adolescentes magrebíes de segunda y tercera generación que usted ha conocido como psicoanalista conocen el país de origen de sus padres y abuelos?

Muchas veces ni siquiera saben árabe. Hablan francés de modo aproximativo, al menos los que yo he tratado. Sería oportuno financiar un ejército de profesores para ofrecer a estos jóvenes ambas culturas.

¿La situación de la primera generación de inmigrantes era diferente?

Sí, porque la primera generación estaba formada por italianos, españoles y portugueses. Europeos que querían integrarse y se jactaban de hablar francés. Hoy, en cambio, hay jóvenes que no son capaces de expresarse de forma articulada en la lengua de sus padres, pero tampoco tienen un buen nivel de francés. Viven como en suspenso entre los dos idiomas. Cada uno debería poder elegir y, en el mejor de los casos, sería oportuno cultivar ambas lenguas.

Volvamos al humanismo. Si miramos lo que sucede en Europa, estoy pensando en las reacciones a veces violentas respecto a los inmigrantes, podríamos pensar que el humanismo ha quedado silenciado.

El problema de los inmigrantes está vinculado a la crisis que está atravesando Europa. La política llega tarde, fosilizada en modelos viejos, de siglos, sus reacciones responden a la economía y a las finanzas pero no es capaz de encontrar soluciones adecuadas. Los intelectuales debemos sacar conclusiones de nuestras observaciones. Pero los políticos de hoy no son capaces de vincular la realidad con nuestras reflexiones. En consecuencia, los discursos populistas de extrema derecha y extrema izquierda consiguen más apoyos.

Entre sus muchas obras, he leído con gran interés “Extranjeros para nosotros mismos”, ¿por qué el extranjero tiene tanto miedo?

Hay múltiples causas, empezando por el hecho de que la política no sabe encontrar soluciones al desempleo ni al bajo crecimiento económico. Con estos datos económicos, es difícil poder acoger a miles de inmigrantes. Hará falta tiempo, pero soy optimista.

El miedo del extranjero alimenta reacciones diversas en una Europa traspasada por movimientos como las Cinco Estrellas en Italia, Syriza en Grecia, Podemos en España, que despiertan el sentimiento de rebelión en muchos ciudadanos. ¿Qué le parecen estos movimientos?

Me exasperan, no son movimientos sino gritos de cólera, explosiones pulsantes de rechazo, como el sarpullido y la fiebre cuando tienes una infección. Es importante recuperar el pasado y la memoria, examinarlos y renovarlos. Hay que hacerlo con la religión y con la política. Es un trabajo de reevaluación. No hay que rechazar de forma radical.

El tiempo disponible para la entrevista se acaba. Mi hijo se ha dormido con el libro en la mano. Ella sonríe y dice: “Ha hecho bien, es una sana actitud”. Es hora de apagar la grabadora, despertar al niño y dirigirnos hacia la puerta. Julia Kristeva nos despide y cuando ya vamos a salir añade con una sonrisa: “¿Sabe que a veces creen que soy iraní?”.

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