Encontrarse con don Giussani hoy

Cultura · Massimo Borghesi
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23 agosto 2015
Don Luigi Giussani, uno de los más grandes –quizás el más grande– educadores en la Italia del siglo XX, murió en 2005. Han pasado diez años. Pocos desde el punto de vista temporal, pero muchos si consideramos la velocidad con que ahora acontecimientos y personajes que en su día estuvieron de moda caen rápidamente en el olvido. Por eso hay que preguntarse si su pensamiento, su perspectiva formativa, siguen siendo actuales. ¿Son capaces de sobrepasar el umbral del nuevo milenio, tan distinto del precedente?

Don Luigi Giussani, uno de los más grandes –quizás el más grande– educadores en la Italia del siglo XX, murió en 2005. Han pasado diez años. Pocos desde el punto de vista temporal, pero muchos si consideramos la velocidad con que ahora acontecimientos y personajes que en su día estuvieron de moda caen rápidamente en el olvido. Por eso hay que preguntarse si su pensamiento, su perspectiva formativa, siguen siendo actuales. ¿Son capaces de sobrepasar el umbral del nuevo milenio, tan distinto del precedente?

Es verdad que el educador Giussani fue capaz de interceptar a dos generaciones de jóvenes muy distintas entre sí: la estudiosa existencialista de la postguerra y la contestataria e ideologizada del post¬`68. Pero la generación del derrumbamiento de todas las evidencias, escéptica y sin futuro, parece tremendamente alejada de aquella comprometida de los años 50 y 70 del siglo pasado. Una generación no hostil a priori hacia la religión pero infinitamente alejada de ella.

El pasado año, Alberto Savorana publicó una monumental biografía dedicada al sacerdote de Desio. Se podría pensar que representa una suerte de sello sobre un testimonio ya concluido, definido en el tiempo y el espacio. Pero en realidad, al leerla uno se queda impresionado no solo por una gran historia biográfica marcada profundamente por la fe, sino además por la claridad de un juicio histórico cuya pertinencia no ha decaído. Se trata de una reflexión, profética, que Giussani dirige al entorno del 68 cuando percibe, con una intensidad sin igual, que la cristiandad ha terminado, que ya no es posible fiarse de la tradición para educar a los jóvenes en la fe. Si en 1954, cuando inicia su aventura educativa en el liceo Berchet de Milán, su invitación era a redescubrir la riqueza inexplorada e ignota de la tradición cristiana, entonces no quedaba más que el anuncio evangélico vehiculado por un “encuentro”, un testimonio humanamente significativo de la fe en el mundo.

Una perspectiva, esta, plenamente compartida por Ratzinger-Benedicto XVI y por el actual pontífice. Como dirá en “El sentido del nacer”, en su conversación de 1980 con Giovanni Testori: «Este es el tiempo del renacer de la conciencia personal. Es como si no se pudiera hacer otra cosa que cruzadas o movimientos… Cruzadas organizadas, movimientos organizados». Lo repetirá en 1981, después del referéndum que sancionó la victoria de la ley sobre el aborto en Italia: «´En estos tiempos sería hermoso volver a ser solo doce en todo el mundo”. Es decir: es un momento en que se vuelve al inicio, porque se ha demostrado que la mentalidad ya no es cristiana. El cristianismo como presencia estable, consistente, y por tanto capaz de generar “tradición” ya no existe». La genialidad, ante una secularización radical que estaba devorando las propias premisas humanístico-religiosas, consistía aquí en no adaptarse a una reacción, en un mero movimiento de defensa orientado a replegarse en la fortaleza asediada.

La vocación del educador se orientaba, ante todo, hacia los “paganos”, no hacia el mundo católico. Su perspectiva educativa, que estará en el origen de GS primero y de CL después, se dirigía a los alejados, no a los cercanos; al mundo, no a la Iglesia. Lanzado al mar abierto, a una realidad mayoritariamente hostil, sostenido por una trama de amistad, el cristiano estaba llamado a “encontrarse” con los hombres de su tiempo, a ofrecer su don gratuito de una humanidad distinta.

Dentro de este mar, el cristiano es aquel que, agustiniana y patrísticamente, no tiene una morada fija, no tiene una patria estable, no se entrega a proyectos hegemónicos. Lo cual no significa, claro está, desinterés por la ciudad de los hombres, por el compromiso público –que establece la distinción entre el compromiso directo de los individuos y el indirecto de las comunidades y de la Iglesia– con el bien común. Significaba, más bien, que el acento debía recaer sobre Cristo, sobre el “encuentro” cristiano abierto a todos, y no principalmente sobre los “valores” cristianos.

Como afirmará en 1982: «Mientras el cristianismo consiste en sostener dialécticamente y también prácticamente valore cristianos, encuentra espacio y acogida en todas partes. Pero cuando el cristianismo es anunciar en la realidad cotidiana, social, histórica, la presencia permanente de Dios hecho uno de nosotros –Jesucristo presente en su Iglesia–, objeto de experiencia igual que la presencia de un amigo, de un padre, de una madre, horizonte total que plasma la vida, amor último, centro del modo de ver, concebir y afrontar toda la realidad, sentido y origen de toda acción, entonces no tiene patria». Un juicio, este, que ante la reducción ética del cristianismo contemporáneo, totalmente posicionado sobre “valores” cristianos, permite comprender el punto de sintonía entre Giussani y el Papa de la “Evangelii gaudium”. Permite comprender la “actualidad” de don Luigi Giussani diez años después de su muerte.

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