En una situación de crisis se ve concretamente el amor de Dios
No hay duda de que las condiciones económicas en las que se encuentra nuestro país son objetivamente muy difíciles. La reciente decisión de una intervención extraordinaria de la Unión Europea para sanear los bancos españoles no resuelve un panorama que sigue siendo incierto. A las dificultades ya conocidas del mercado laboral, que ha elevado el número de desempleados a cifras récord, se añade la inseguridad en el sector financiero. La percepción del riesgo económico y social es un tópico en cualquier conversación. Aunque la gente común no esté en condiciones de conocer realmente hasta qué punto los datos difundidos por la prensa se corresponden con la realidad, emerge ya una pregunta tan sencilla como dramática: ¿cuáles serán las consecuencias de la crisis para nosotros y para nuestras familias? Varias generaciones de españoles se plantean esta pregunta por primera vez.
En este contexto social se enmarcan una serie de polémicas frente a la religión católica, que es algo recurrente en España. Nuestra historia favorece que las críticas asuman las connotaciones de un anticlericalismo agresivo y poco dispuesto al diálogo. La prensa laicista ha intensificado en los últimos meses sus ataques contra las actividades y las enseñanzas católicas, que van desde el debate sobre la educación a la doctrina sobre la homosexualidad, desde la discusión sobre la blasfemia a la denuncia de los presuntos beneficios fiscales de la Iglesia[1]. Varios partidos de izquierda han acusado a la Iglesia de aprovecharse de tales beneficios (el caso de la exención del IBI) y han lanzado una campaña política para modificar la situación legal. En esa discusión era inevitable que apareciese la pregunta sobre el papel social de los católicos en una sociedad plural como la española. Precisamente de este último aspecto del problema se ocupa nuestra reflexión[2].
Lo interesante desde el punto de vista cultural es que varios columnistas, de matriz ideológica distinta, han querido intervenir en defensa del valor social de la acción de la Iglesia y de otras entidades sin ánimo de lucro.
En el periódico La Vanguardia (Barcelona) Antoni Puigverd reivindica la dimensión comunitaria de la vida humana como necesaria para superar el individualismo que nos ha hecho tan frágiles y nos ha dejado a merced de falsos ideales. Señala, además, cómo la crisis ha acabado con la confianza que todos habíamos puesto en el dinero como ideal de la vida. No basta el dinero, dice, hace falta algo más profundo para sostener la existencia. Y Puigverd revindica la dimensión social de esta búsqueda de esa otra cosa, insistiendo en el hecho de que "el sentido social básico es la pertenencia a una comunidad"[3]. A pesar de que, a su juicio, este sentido comunitario ha resultado profundamenta dañado tanto por la izquierda como por la derecha, el autor capta un signo de esperanza en la presencia de iniciativas sociales a favor de los más necesitados, y cita como ejemplo la experiencia del Banco de alimentos de Barcelona. Las personas que colaboran son felices por dar tiempo y energía a esta obra. "Ahora -escribe el autor- descubrimos que lo que puede salvar la economía es dar" gratuitamente, y no comprar o vender, como normalmente se cree. El artículo se cierra con una alusión al hecho de que "la verdadera fuerza procede de la ternura", entendida aquí también como recurso para la recuperación económica. Meses después, Puigverd, frente a la desconfianza de los mercados y de las instituciones económicas internacionales, exhorta al gobierno de la nación a "buscar la unidad de todos", que no es un discurso retórico, sino la única posibilidad de no acabar en un conflicto muy peligroso. Ante la incapacidad de los políticos para asegurar este unidad, "las familias, las organizaciones caritativas y solidarias, los vínculos locales y las iniciativas mutuales son el único sostén tradicional. Que renovará su fuerza. El espíritu de concordia y el sentido comunitario que anidan en el corazón de nuestras gentes fructificarán en los espacios que la política abandona"[4].
En el periódico El Mundo (Madrid) el polémico Salvador Sostres rechaza más en concreto las acusaciones contra la Iglesia católica en materia fiscal. Revindica la acción social de la Iglesia, incluso en los términos de su rendimiento económico, en comparación con las acciones de otros sujetos públicos o privados: "Si la Iglesia cobrara por sus servicios, o bien dejara de prestarlos, y tuvieran que asumirlos el Estado o los ayuntamientos, España se colapsaría y el futuro sería una ilusión irrealizable". En otro párrafo destaca que el servicio eclesial ayuda a la insustituible dimensión espiritual de la vida: "La Iglesia presta un servicio a la sociedad que ningún Estado podría pagar con dinero: nos dota de sentido, calma nuestra angustia y nos consuela; y nos da esperanza y confianza en nuestras posibilidades. Es en la comunión con Cristo cuando descubrimos que nuestras fuerzas podrían ser ilimitadas"[5].
Otro periódico madrileño, La Razón, recoge la voz de José María Marco, que relaciona la defensa de la acción social de la Iglesia -a través de Cáritas- con la crisis de Occidente. Ante las críticas de la izquierda, "importa poco que la Iglesia ayude a 2.764.719 personas al año (…). Tampoco parece importar que la religión ayude a aliviar los sufrimientos de la gente y que fomente una actitud más solidaria. Es evidente que la salida de la crisis requerirá una nueva actitud ante la vida y ante los demás. El Gobierno no podrá ayudarnos como hasta ahora, y tendremos que colaborar más con los demás, proceder a una nueva consideración de lo público que nos comprometa con más intensidad. Vamos a depender más unos de otros, y menos del Estado. Una de las formas de comprender la crisis en Occidente consiste en comprobar el grado de resistencia que ofrecen a este cambio sociedades tan estatalizadas como las nuestras. La española se está mostrando más abierta y dispuesta al cambio de lo que generalmente se esperaba. El ejemplo que da la Iglesia católica resulta crucial"[6].
Los gravísimos datos de la crisis económica y social, por una parte, y la dureza de las acusaciones ideológicas, por otra, convierten nuestra situación -si podemos hablar así- en un laboratorio privilegiado donde poner a prueba lo que el cardenal Scola ha llamado "el inicio de la tercera fase de Oasis". Es decir, ¿Cómo podemos interrogar a Occidente a partir del trabajo desarrollado en el diálogo con los cristianos de Oriente y con los musulmanes? ¿Qué reflejo puede tener este diálogo sobre una concepción de vida buena y de buen gobierno en las sociedades occidentales?
Nos limitamos a enumerar algunos puntos para enriquecer la reflexión común.
Ante todo, hay que tomar nota de que, de un contexto particularmente ideologizado por lo que respecta a la percepción de Dios y la religión -como es el español- emerge un juicio a primera vista paradójico. La concepción cristiana de Dios como amor (Deus caritas est) sigue siendo rechazada por muchos desde el punto de vista teórico. Prueba de ello es el hecho de que la afirmación doctrinal correcta no consigue cambiar, ni siquiera disminuir, la opinión hostil a la fe cristiana. Sin embargo, estas mismas posiciones que critican la doctrina cristiana, en cuanto que son adversarias de las instituciones eclesiales, no consiguen negar el valor social y civil de Cáritas y de las diversas entidades de voluntariado y asistencia a los necesitados que nacen de la fe vivida. Ni siquiera las opiniones más directamente contrarias a la realidad católica han expresado estos días una crítica a la acción caritativa de los cristianos. Puede parecer obvio, pero no lo es en absoluto. Recordemos que no han faltado en la historia del ateísmo occidental duras acusaciones contra la caridad cristiana. Pensemos, por citar los ejemplos más conocidos, en el sarcasmo de Nietzsche respecto del amor cristiano, o en la crítica marxista, donde la "caridad" se convirtió en la caricatura de una actitud completamente ineficaz -y por tanto objetivamente inaceptable- para cambiar el mundo. Nunca sería la caridad la que conseguiría la igualdad entre los hombres, sino la justicia obtenida mediante el análisis económico y el poder político.
A partir de la crónica periodística vemos cómo la conveniencia de enfatizar la naturaleza de "universal concreto", típica del acontecimiento cristiano, resulta pertinente en el debate público. La dureza de la crisis, y por tanto la innegable realidad de la necesidad de muchos hombres y mujeres, hace que tampoco los columnistas de la prensa laicista piensen en criticar el servicio material de asistencia a los más pobres. No se oye hablar del vituperado "asistencialismo" como en tiempos no lejanos, cuando se proclamaba que debía ser la administración estatal la única que garantizara todos los servicios sociales.
En su realización histórica, como de hecho está sucediendo, no se contesta hoy la "ciudadanía social" de la acción de Cáritas. Parece legítimo deducir que esto implica un reconocimiento implícito de la conveniencia humana de la visión cristiana del amor. Y aquí se puede abrir también, quizá indirectamente, una vía de acceso al Dios que es amor. Ante la gratuidad del amor que se expresa en la atención a las familias más expuestas a la crisis, se despierta una -casi- inevitable consonancia con las exigencias más profundas del corazón humano. Hasta tal punto que los periodistas presentan estas experiencias en su valor antropológico, civil y social. Nadie hasta ahora se ha escandalizado por el hecho de que los hombres necesitados sean ayudados por sus conciudadanos mediante una libre iniciativa social. No resuena el eco del rechazo decimonónico contra los ideales de la humanidad, como el sucedáneo aún "religioso" del viejo ideal de un cristianismo en declive (véase el ejemplo de Stirner[7]).
Esta estima por la gratuidad y la solidaridad concreta se ha "delineado" partiendo del apoyo real a las personas necesitadas. Ahora, nos toca a los creyentes españoles leerla en toda su profundidad teologal y cultural. Unas recientes palabras de Benedicto XVI nos pueden introducir en esta tarea: "Nosotros buscamos un Dios que no truena a lo lejos, sino que entra en nuestra vida y en nuestro sufrimiento. (…) No necesitamos un discurso irreal de un Dios lejano y de una fraternidad que no compromete. Estamos en busca del Dios cercano. Buscamos una fraternidad que, en medio de los sufrimientos, sostiene al otro y así ayuda a seguir adelante. Después de este concierto [en el Teatro de la Scala de Milán] muchos irán a la adoración eucarística – al Dios que se ha metido en nuestros sufrimientos y sigue haciéndolo. Al Dios que sufre con nosotros y por nosotros, y así ha capacitado a los hombres y las mujeres para compartir el sufrimiento de los demás y para transformarlo en amor"[8]. El Papa revindica con fuerza una comprensión no puramente discursiva de Dios así como una fraternidad comprometida. Son dos caras de la misma moneda, que o están unidas o desaparecen ambas. Cuando los hombres y las mujeres comparten los sufrimientos del otro y los transforman en amor, Dios deja de ser un discurso irreal y se convierte en un Dios cercano, que sufre con nosotros y por nosotros. Este es el Dios que "nosotros" -dice el Papa hablando quizás no sólo en nombre de los cristianos- estamos buscando, tal vez incluso sin saberlo. El apóstol Juan lo expresó con gran claridad: "Si uno dice: yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto. Este es el mandamiento que él nos da: que el que ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Jn 4, 20-21). El cuarto capítulo de la primera Carta de Juan nos ofrece la clave para entrar en nuestro argumento desde el punto de vista teologal, pues enuncia la verdad más universal de la fe cristiana: Dios es amor, mediante su actuación concreta: el amor que comparte la necesidad del otro.
¿Cómo se realiza este universal concreto en el tiempo y el espacio de la historia? La comunicación de la verdad sobre el Dios que es amor no puede más que testimoniarse. De hecho, esta es la gran categoría que mantiene unidos el aspecto de verdad y el de caridad en la propuesta cristiana. Lo recuerda de nuevo san Juan: "Ninguno vio jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y Su amor se hace perfecto en nosotros. En esto conocemos que permanecemos en él, y Él en nosotros: en que Él nos ha dado su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha mandado al Hijo para ser el Salvador del mundo" (1 Jn 4, 12-14). Para poder "ver" al Dios invisible no hay otro camino que el testimonio de aquellos que, habiéndolo encontrado, lo hacen cercano medianto el amor mutuo. ¿No es acaso esta la pista que nos indican, si bien de modos muy distintos, los artículos reseñados? Y, por otra parte, ¿no es éste, con toda claridad, el camino que nos propone con autoridad Benedicto XVI? San Agustín, gran conocedor de san Juan, lo expresó de un modo particularmente afortunado con su famosa fórmula: "non vincit nisi veritas, victoria veritatis est caritas". Es decir, sólo puede vencer la verdad -y no cualquier solución de compromiso fundada en el consenso- y no hay ninguna otra victoria de la verdad que no sea el amor por los demás[9]. El gran obispo africano hablaba en el año 411 a los católicos de Cartago (¡no muy lejos del lugar donde nos encontramos ahora!), en tiempos de gran turbación eclesial por el conflicto donatista. Su sermón se refería a la actitud que había que tener frente a los adversarios. Nos puede servir de guía también en el debate en que nos encontramos. El testimonio, como vínculo intrínseco entre verdad y caridad, confirma ser adecuado al objetivo de transmitir el cristianismo en cuanto universal concreto.
Para terminar, a modo de conclusión, nos limitaremos a sugerir algunas implicaciones metodológicas de cuanto hemos expuesto para fomentar una vida buena en nuestra sociedad en crisis[10].
De la reseña de artículos de prensa emerge tanto el valor de la gratuidad para la economía como el sentido comunitario arraigado en el corazón del hombre (Puigverd); el servicio integral al hombre que incluye su dimensión espiritual (Sostres) y la disponibilidad al cambio de los estilos de vida frente al estatalismo (Marco). Son todas expresiones que se corresponden fácilmente con los grandes principios de la doctrina social de la Iglesia. La circunstancia de los ataques a la Iglesia en el contexto de una profunda crisis social nos ha permitido reconocer el valor universal del compartir y de la gratuidad, y la necesidad de una concepción del hombre que nos permita cambiar nuestros estilos de vida. Partiendo de la acción concreta, leída y juzgada por la razón, se ensancha el horizonte para comprender la verdadera condición humana y la contribución propia de los cristianos en las sociedades plurales. Además, se abre el camino para una purificación de la comprensión del Dios cristiano, que es caridad.
Este tipo de relación entre el amor cristiano y la vida social se puede referir también a otros "lugares" de la experiencia humana como lo son muchas situaciones de sufrimiento causado por la enfermedad física o psíquica, o por otras circunstancias en las que los hombres sufren el dolor y la incapacidad para comprender, y que son reflejo del mal sobre la vida humana. Desde dentro de estas condiciones se podría trazar un camino de testimonio análogo al que hemos querido documentar en el frente de la crisis económica: partiendo de la respuesta a las necesidades concretas, se puede llegar a interactuar con "la" necesidad propia de todo hombre, esto es, la de no perderse a sí mismo, la de salvar la propia vida en todas sus dimensiones individuales y comunitarias, temporales y eternas.
De este modo se verificará que la respuesta cristiana, el anuncio de que Dios es amor, sabe interpretar la pregunta humana y puede así irradiar toda su luz y su calor en la vida de los hombres y mujeres que buscan a ese "Dios cercano" del que nos ha hablado Benedicto XVI.
Este texto pertenece a la intervención en el Comité Científico Internacional Revista Oasis que tuvo lugar en Túnez, entre el 18 y el 21 junio de 2012
[1] A modo de ejemplo, en orden cronológico: El País 17/03/12: "Plan Eternidad", de Manuel Rivas. La Vanguardia 18/03/12: "Trabajo fijo celestial", de Pilar Rahola. Público 04/04/12: "11.000 millones para la Iglesia", de Shangay Lily. Público 09/04/12: "El infierno sois vosotros, cristofascistas", de Shangay Lily. El País 04/05/12: "Nuestra Iglesia se está desmoronando", de Juan G. Bedoya. Público 23/05/12: "Congreso Mundial de Familias: el negocio del odio", de Shangay Lily. El País 29/05/12: "Prohibido escupir al cielo", de Juan G. Bedoya. El Mundo 29/05/12: "Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho", de Darío Prieto. El País 02/06/12. "Rezando contra el IBI", de Gabriela Cañas. El País 03/06/12: "La blasfemia ya no es lo que era", de Juan Cruz.
[2] En passant, las acusaciones carecen de fundamento, tanto en lo que se refiere a la cuestión fiscal en un sentido técnico, como respecto a la efectiva capacidad de las asociaciones católicas para sostener a una gran parte de la población en esta coyuntura de emergencia social. No podemos entrar en este debate específico, que excede el objetivo que nos hemos propuesto. Sobre los datos precisos de la exención, véanse los artículos bien documentados de Isidro Catela Marcos: El Mundo 25/05/12: "Deus ibi est" y Alfa y Omega 31/05/12: "Para solidaridad: la Iglesia". También los comentarios favorables a Cáritas publicados en prensa: La Vanguardia 15/12/11: "Cáritas denuncia el retroceso del Estado del Bienestar tras atender a un 5% más de pobres que en 2010". La Vanguardia 15/12/11: "La alarma de Cáritas". La Razón 16/02/12: "Cáritas atendió a 1,1 millones de personas gracias a los fondos del IRPF". ABC 27/04/12: "Cáritas contra la crisis". ABC 24/05/12: "El 'secreto' de Cáritas para conseguir empleos", de M. Arriazabalaga. El País 26/05/12: "Ceremonias de confusión por el fisco episcopal", de Juan G. Bedoya. La Razón 04/06/12: "Las ONG de la Iglesia reciben tres veces menos en ayudas que las del PSOE", de E. Montalbán. Incluso un insidioso editorial de El País, que pone en el punto de mira a la jerarquía de la Iglesia católica, no puede dejar de reconocer "la tarea asistencial" de Cáritas actualmente "sometida a dura prueba" en las gravísimas condiciones de esta crisis. El País 23/05/12: "Cáritas merece mejor trato".
[3] Antoni Puigverd, "La fuerza de la ternura": La Vanguardia 05/12/11.
[4] Antoni Puigverd, "Solos, bajo la lluvia ácida": La Vanguardia 21/05/12.
[5] Salvador Sostres, "Los panes y los peces": El Mundo 22/05/12. También en El Mundo un destacado columnista, David Gistau, ironiza sobre la incapacidad de la izquierda española para medirse con la cuestión religiosa, como se demuestra una vez más en la campaña orquestada sobre la exención del IBI: "El Cerro": El Mundo 29/05/12.
[6] José María Marco, "El ejemplo de la Iglesia": La Razón 31/05/12.
[7] "Para el cristiano, la historia universal es algo más elvado, en cuanto historia de Cristo o ‘del hombre'; para el egoísta sólo la propia historia tiene valor, porque él quiere desarrollarse sólo a sí mismo, no la idea de la humanidad, no el plan de Dios, no las intenciones de la providencia, no la libertad o similar. Él no se considera un instrumento de la idea o un receptáculo de Dios, no reconoce misión alguna, no se imagina su existencia en el mundo para contribuir, con su óbolo obligado, al progreso de la humanidad, sino que vive su vida hasta el fondo, sin preocuparse de si en su comportamiento la humanidad encontrará o no beneficio": M. Stirner, L'Unico e la sua proprietà, Adelphi, Milán 1979, p. 380.
[8] Discurso del Santo Padre Benedicto XVI. Teatro de la Scala de Milán, 01/06/12.
[9] Aurelius Augustinus, Sermo de Pace et Caritate 358, 1.
[10] Para una presentación más articulada de la relación entre fe cristiana y moralidad compartida por todos, véase A. Scola, Buone ragioni per la vita in comune, Mondadori, Milán 2010. 18-34.