En tierras mexicanas

Hace unos días visité la sierra del Estado de Guerrero de México, un Estado que da al Pacífico y que es uno de los más violentos de México: un país que vive una guerra permanente desde hace 20 años. En los últimos diez años han sido asesinadas en México alrededor de 300.000 personas. Muchos sacerdotes, muchos catequistas, muchos líderes católicos y protestantes denuncian las atrocidades del crimen organizado, alzan su voz en defensa de los indígenas a los que se les priva de sus tierras y por eso les amenazan, les hostigan y en algunos casos se les asesina. En el Estado de Guerrero me alojé en un hotel en la ciudad de Chilpancingo. Seguí las indicaciones de las personas que me han ayudado a grabar el documental y casi no salí del hotel por razones de seguridad. La situación que se vive en Chilpancingo es muy ilustrativa.
La ciudad es la frontera entre los territorios que se disputan dos carteles locales dedicados al cultivo y al tráfico de la droga: el cártel de los Tlacos y el cártel de los Ardillos. El clan de los Ardillos controlaba la alcaldía de Chilpancingo y como el alcalde no hizo caso a lo que los narcos le ordenaron le cortaron la cabeza. Desde el hotel en el que me alojaba con la ayuda de un sacerdote que está escoltado las 24 horas del día me interné en el territorio controlado por la Tlacos. Este sacerdote del que te hablo viaja en una camioneta blindada que tiene un teléfono satélite incorporado. Iba con él en la parte trasera de la camioneta. A pocos kilómetros de salir de Chilpancingo desaparecieron de la carretera la policía y el ejército y aparecieron controles de personas armadas, eran los sicarios del clan de los Tlacos. Tienes que detenerte ante esos controles instalados por los señores de la droga y tienes que identificarte para que te dejen pasar. La zona controlada por el cártel es un narcoestado, la máxima autoridad son los narcotraficantes.
Un cura me contó que uno de los narcos le obligó a casarle con una segunda mujer y que él sabía que estaba mal pero que no le quedaba más remedio porque no había nadie que le pudiera proteger. Ese mismo cura celebró un funeral por cinco víctimas del enfrentamiento entre clanes, cinco víctimas mortales en un funeral con solo cuatro ataúdes, los restos mortales de la quinta víctima, que había sido descuartizada estaban repartidos entre los otros cuatro ataúdes. Los carteles pequeños se dedican al cultivo de la amapola y al tráfico con la goma de opio. Todo el mundo trabaja en el negocio de la droga. Y ahora en esa zona hay crisis económica por la competencia del fentanilo.
Los grandes carteles operan de otra manera. De eso tuve noticia en otro Estado que visité al sur de México, ya frontera con Guatemala: el conocido Estado de Chiapas con una importante población indígena. En Chiapas operan dos grandes carteles el Sinaloa y Jalisco Nuevo Generación y estos dos carteles ya no se dedican a la droga, o no se dedican solo a la droga porque hay cosa más rentables: como cobrarle a los migrantes que cruzan la frontera, secuestrar a personas, la trata de blancas, el tráfico de armas o el desplazamiento forzado de personas para dejar libre el territorio a las empresas mineras.
El problema es que no se sabe dónde están los buenos y donde están los malos: las organizaciones criminales están de acuerdo en muchas cosas con el gobierno, financian ayudas para la gente, ponen y quitan políticos. La impunidad es total. Y cuando no hay justicia se produce un círculo vicioso: cuando no hay justicia surge la venganza. Y la sangre llama a más sangre. Oponerse a los carteles, al crimen organizado requiere de un heroísmo que en algunos casos provoca el martirio. Ese fue el caso del padre Marcelo Pérez, asesinado en San Cristóbal de las Casas. He tenido ocasión de charlar con calma con su familia. Héroes como el padre Marcelo son una bendición del cielo para que la injusticia no se silencie. No haría falta ese tipo de héroes si en México hubiera justicia y un Estado de Derecho como Dios manda. Después del viaje que he hecho a México, después de asomarme al borde del infierno me he dado cuenta de forma más clara de lo decisivo que es para que un país funcione la justicia; lo decisivo que es la verdad; la igualdad real, la que permite no tener que trabajar en el cultivo de las plantas de la droga porque si no te mueres de hambre; lo importante que es cuidar las instituciones.
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