En Siria cada uno libra su propia guerra

Mundo · Giovanni Parigi
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9 abril 2018
Siete años desde que comenzó la guerra civil, en marzo de 2011, el final del conflicto en Siria parece estar lejos y la situación sobre el terreno sigue siendo crítica e incierta. Más aún, el escenario sirio deja entrever lo que podrían ser los síntomas de un nuevo y preocupante ciclo de conflictos cruzados.

Siete años desde que comenzó la guerra civil, en marzo de 2011, el final del conflicto en Siria parece estar lejos y la situación sobre el terreno sigue siendo crítica e incierta. Más aún, el escenario sirio deja entrever lo que podrían ser los síntomas de un nuevo y preocupante ciclo de conflictos cruzados.

Francia ha asegurado su apoyo y ha ofrecido su mediación para estabilizar la región norte de Siria, controlada por los kurdos, aliados desde hace años de Europa y América en su misión anti-Isis. Esta zona es escenario de una operación militar de Turquía desde el 20 de enero. Parece que París está dispuesta a enviar tropas al Manbij para evitar una ofensiva turca en la ciudad controlada por las Fuerzas Democráticas Sirias. Se trata de milicias árabes sunitas, turcomanas y asirias, pero compuestas de hecho por fuerzas kurdas de la Unidad de Protección Popular (YPG), un grupo considerado terrorista por Ankara. Tras el encuentro del presidente francés Emmanuel Macron con una delegación de este movimiento, la reacción contrariada del gobierno turco no se hizo esperar. “Rechazamos cualquier esfuerzo dirigido a promover un diálogo, contacto o mediación entre Turquía y estos grupos terroristas”, declaró el portavoz de la presidencia turca, Ibrahim Kalin.

Pero este contraste entre turcos y sirios kurdos frente al posible despliegue francés solo es un episodio más en una serie de conflictos paralelos surgidos en estos años de guerra en Siria.

Sobre el terreno

Con la caída de Raqqa en Siria y Mosul en Iraq, el estado islámico quedó relegado a áreas marginales. De hecho, con muchas ambigüedades, la lucha contra el Isis aparentemente ponía de acuerdo a todos los actores presentes en Siria. Ahora, con la derrota del califato, pierde fuelle la justificación que muchos utilizaron para participar en el conflicto, y emergen de manera evidente los intereses particulares.

En segundo plano, la “Pax Russica”, el proceso de estabilización puesto en marcha desde Moscú para salvar el régimen de Bashar el-Assad, no termina de despegar. Una cosa es ganar la guerra contra los rebeldes anti-gubernamentales, otra es imponer una paz que supere los vetos cruzados entre los propios aliados. En otros términos, Rusia, aun manteniendo su alianza con Turquía, Irán y el gobierno sirio, no consigue equilibrar los intereses de los aliados y obligarles a aceptar un compromiso de no beligerancia.

Pero entretanto, Moscú se ve obligada a unos equilibrismos políticos y diplomáticos a la larga insostenibles, que la exponen a un juego muy peligroso. Por ejemplo, el Kremlin tiene buenas relaciones tanto con Israel como con Irán, pero abastece con armas a las fuerzas sirias e iraníes que Israel bombardea; otro ejemplo de la ambigua posición de Moscú está en su coordinación sobre el terreno con Ankara, mientras mantiene buenas relaciones con los movimientos kurdos sirios, a los que se opone la acción del presidente y aliado Recep Tayyip Erdogan.

Además, después de negociar duramente la creación de cuatro zonas de distensión, Rusia ve ahora cómo dos de estas sufren los ataques del propio gobierno sirio al que apoya, el Ghouta e Idlib.

Queda por hacer una importante consideración sobre las fuerzas anti-gubernamentales. Al principio de la guerra civil, el gobierno sirio tenía muy claro que su única salvación sería presentarse a los ojos del mundo como alternativa a una victoria yihadista. En consecuencia, con la complicidad y el apoyo de Moscú y Teherán, el régimen concentró sus esfuerzos militares contra la oposición moderada, dejando que fueran los americanos los que se ocuparan del estado islámico. Y así, una vez caído el califato, las fuerzas rebeldes se encuentran debilitadas, divididas e incapaces no solo de afirmarse sobre el terreno sino sobre todo de construir un frente político unido. La única excepción son los kurdos, que gozan del apoyo americano, con los que Assad ha mantenido la neutralidad desde que empezó el conflicto.

Hechas estas premisas, para comprender mejor la crisis siria conviene analizarla teniendo presentes tres niveles de lectura, en realidad muy unidos entre sí. Ante todo, está la dimensión internacional más amplia, que ve el papel central de Rusia, el papel secundario de los americanos y el rol poco concluyente de Naciones Unidas. Luego está el nivel regional, que contempla la implicación principal en la crisis de Turquía, Irán, las milicias chiitas libanesas de Hezbolá, e Israel. Por último, está el nivel local, donde las fuerzas gubernamentales se contraponen a los diversos grupos de rebeldes islamistas y moderados.

A nivel internacional

Mientras la ONU patrocinaba las conversaciones de Ginebra que quedaron sin concluir, Rusia, Turquía e Irán se comprometieron en dos iniciativas complementarias. Por un lado, los acuerdos de Astaná, que llevaron a una serie de altos al fuego y zonas de distensión. Por otro, las negociaciones de Sochi, con el objetivo de llegar a un acuerdo de paz y redactar una nueva Constitución.

En realidad, todas las treguas negociadas fueron rápidamente violadas, cuando solo siguen funcionando las zonas de distensión entre Daraa, al sureste de Siria, y Quneitra, en el Golán. Mientras, los Estados Unidos aceptan de buen grado su papel secundario, al comprender la complejidad actual del conflicto sirio, y se dedican a objetivos limitados, como la lucha contra el terrorismo y la preservación de sus relaciones con Turquía.

A nivel regional

Aquí asistimos en cambio a un creciente y preocupante dinamismo. Por un lado está Turquía y su enfrentamiento con los kurdos del Rojava, al norte de Siria, que han conquistado Afrin, y que busca zonas que le sirvan de amortiguación en territorio sirio cerca de su frontera. Luego están Irán, Hezbolá y varias de sus milicias, que se están consolidando sobre el terreno de cara a una posible confrontación con Israel.

A nivel local

Aquí se nota sobre todo una extrema fragmentación entre los grupos y una continua fluidez de alianzas. Resulta evidente en Siria la dinámica del proxy war: gran parte de las fuerzas sobre el terreno están ligadas a un patrocinador regional.

El presidente Assad se presenta como el gran vencedor de la guerra civil siria, pero en realidad ha perdido el control de gran parte del país. Controla unas fuerzas armadas extremadamente débiles y limitadas, y tiene que confiar en el apoyo aéreo ruso y en tierra con grupos vinculados a Irán como Hezbolá.

Las fuerzas armadas de que dispone el gobierno sirio más que un ejército son un exangüe conjunto de milicias. Luego están las Fuerzas de Defensa Nacional, es decir, milicias estáticas ligadas al gobierno y adiestradas por Hezbolá y una plétora de unidades irregulares de diversa naturaleza y dudosa fiabilidad, que en algunos casos no son ni más ni menos que una banda de criminales.

Para combatir al estado islámico, manteniendo una especie de entente cordial con el gobierno, están las Fuerzas Democráticas Sirias, milicias árabes sunitas, turcomanas y asirias, compuestas además por grupos kurdos de la Unidad de Protección Popular (YPG). Aunque cuentan con el apoyo de EE.UU, Washington ha empezado a sacrificar los cantones kurdos al oeste del Eúfrates, dejando entrar a Turquía en nombre de la supervivencia de la OTAN.

Los rebeldes islamistas constituyen un panorama extremadamente diferenciado. Por un lado, está el Frente de Liberación Sirio, donde confluyen Ahrar al-Sham y la brigada Nureddin Zengi, dos de las fuerzas rebeldes más importantes del norte sirio. Se trata de movimientos yihadistas pero ligados a una dimensión nacionalista siria y sin las aspiraciones transnacionales del califato.

Por otro lado están los grupos yihadistas salafitas como Hayat Tahrir al-Sham, en Idlib y en el noroeste, que se encuentran en una posición crítica, bajo presión de las fuerzas del gobierno y otras milicias rebeldes. Mientras muchos grupos yihadistas parecen dispuestos a des-radicalizarse para integrarse con otras milicias más moderadas, aún siguen repartidas sobre el terreno varias fuerzas ligadas tanto al Isis como a Al Qaeda.

Entre las fuerzas rebeldes está también la dividida compañía del Ejército Libre Sirio, inicialmente compuesto por unidades rebeldes del ejército, pero que después de una serie de reveses se fragmentó en numerosos grupos por el norte que apoyan tanto al gobierno como a los turcos e incluso a los yihadistas, mientras que en el sur tienen una mayor cohesión y representan aún la mayor fuerza de oposición al gobierno sirio.

En conclusión, Siria está muy lejos de un fin de las hostilidades. Es más, después de la derrota del estado islámico sigue la despiadada ofensiva del gobierno por reconquistar terreno, se está endureciendo el conflicto entre turcos y kurdos en el norte, y los presagios de guerra se intensifican al sur del Líbano y en el Golán.

El riesgo es cada vez más el de iniciativas unilaterales por parte de muchos actores locales y regionales que, escapando al control de sus sostenes internacionales, pueden desencadenar ciclos inéditos en el conflicto. Porque en el fondo, en Siria, cada uno libra su propia guerra.

Oasis

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