Entrevista a Olga Sedakova

´En Rusia aún no se ha perdido la capacidad de compasión´

Cultura · Dmitrij Severov
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16 enero 2020
Olga Sedakova cumple 70 años. Gran poetisa y traductora agudísima, Sedakova es uno de los máximos exponentes del pensamiento ruso actual, punto de referencia para muchos. En esta entrevista con el portal tayga.info comparte algunas de sus reflexiones y esperanzas.

Olga Sedakova cumple 70 años. Gran poetisa y traductora agudísima, Sedakova es uno de los máximos exponentes del pensamiento ruso actual, punto de referencia para muchos. En esta entrevista con el portal tayga.info comparte algunas de sus reflexiones y esperanzas.

Usted ha hablado muchas veces de sus maestros, ¿cómo elegía a sus maestros?, ¿qué ha recibido de cada uno de ellos?

Yo llamaría maestros a esas personas con las que he tenido una relación directa de verdad. Porque, en el fondo, también se puede aprender de Goethe u otros, pero no puede uno definirse discípulo de Goethe. Llamo maestros a aquellos con los que he mantenido un diálogo directo, que me han dicho algo, y con los que, como alumna, he pasado un examen (no necesariamente en sentido académico). Creo que el encuentro con maestros ha sido un aspecto insólito en mi vida. Cuando más vivo, más cuenta me doy de la suerte que he tenido. Desde la enseñanza elemental siempre he tenido unos profesores maravillosos, incluso en materias en las que yo no podía despertar en ellos gran interés, como matemáticas o música.

Empezaría por mi maestro de piano, Michail Grigorevic Erochin, que era jovencísimo entonces. La suerte hizo que nos encontráramos casualmente, porque él daba clases particulares para llegar a fin de mes. Después llegó a ser concertista, y dejó de dar clases. Él me hizo descubrir no solo la música sino todo un universo de significados culturales. Se graduó en la Escuela central de Música con Heinrich Neuhaus, y por aquel entonces estudiaban muy bien y de manera poliédrica. Me recitaba poemas que yo no conocía. Con él oí hablar por primera vez de Rilke; en clase me leía en alemán sus versos de ‘El libro de las horas’ (entonces no se encontraban traducciones rusas) y las iba traduciendo sobre la marcha. Yo, al oí esas estrofas, me daba cuenta de que estaba sucediendo algo que cambiaría mi vida entera. El profesor me mandaba ir a ver cosas por los museos de Moscú. Por ejemplo, para tocar una pieza determinada, me recomendaba ir a ver un paisaje determinado. Pero me gustaría señalar que yo nunca he buscado maestros, en cierto modo ellos vinieron a mí. En todo caso, para que esto suceda hace falta una cierta reciprocidad.

¿Una especie de lenguaje para iniciados, para quien comprende las cuestiones más refinadas?

Si se trataba de un lenguaje, era un lenguaje que no se enseña en ningún sitio. No tiene reglas precisas. Solo que, contemplando a El Greco, yo lograba entender cómo debía tocar cierta música, su ritmo, su dinámica. Michail Erochin tenía una cultura muy distinta de la gente que me rodeaba y unos intereses amplísimos, que en la práctica eran todo lo mejor que ofrecía la cultura mundial en cuanto a literatura, pintura, arquitectura… Y todo eso lo compartía conmigo. Yo tenía 10 o 12 años cuando empecé a ir a sus clases, y continué mientras fui al colegio. Durante todo ese tiempo discurríamos sobre varios temas, yo le enseñaba mis poesías, que aún no tenían nada interesante. Recuerdo que, después de leer una, me dijo: “Este poema no tiene nada de especial, se imprimen muchos así en las revistas, pero si yo fuera tu madre me asustaría porque ya se ve que has elegido un camino, y es un camino que no promete ni una vida fácil ni el éxito”. Era como si en aquellas palabras resonaran los versos de Rilke sobre el camino que sigue recorriendo aquel que ha partido pero tal vez ha muerto hace tiempo en el trayecto.

¿Cómo puede ser que unos necesiten maestros y otros no?

Efectivamente, es interesante. Creo que el encuentro con un maestro es un don. Pero los dones vienen dados como respuesta a una pregunta. Uno ni siquiera lo sabe o no se da cuenta, pero algo en él exige que alguien le enseñe. Por desgracia, en mi país rara vez encuentras una verdadera necesidad de maestros. Ser discípulo te vincula mucho. Hay que estar dispuesto a aceptar la voluntad de otro. El maestro es una persona que nos corregirá, y cuanto más confíe en su alumno con más determinación lo corregirá. Dando clase en la universidad, vi lo poco disponible que está la gente a cambiar y a escuchar a otro. En general, escuchan con interés pero se van tal como han venido. Si lo comparo con mi experiencia enseñando en Inglaterra, puedo decir que allí los estudiantes, que son mucho más libres en este sentido, quieren cambiar, y cambian. Mientras que aquí predomina un amor propio que resulta morboso, que despierta demasiado temprano, cuando uno todavía no debería “mantenerse en pie solo” a toda costa, sino que debería sin duda escuchar a otro.

Cuando alguien elige a un mentor, a una autoridad moral, eso lo puede cambiar en un sentido u otro, ¿pero cómo saber si la elección ha sido adecuada?

No lo sé. Aquí diría con Pasternak: “Pero tú mismo no debes distinguir / la derrota de la victoria”. Si te fías… y eso vale sobre todo en el ámbito de las relaciones espirituales en sentido estricto. Yo tuve un padre espiritual, un sacerdote al que conocí en mi juventud, y nunca se me ocurrió evaluar sus consejos, si debía hacerle caso o no. Si te fías, sigues al otro. Pero a veces nos encontramos con otro deseo: no el de encontrar a un maestro sino a una autoridad. Una fuente de soluciones ya preparadas y universales. O peor aún, el deseo de tener un ídolo. Pero el ídolo no es un maestro. La relación entre maestro y alumno es compleja, recíproca, y no requiere divinizar al maestro ni convertirlo en ídolo. Además, como es sabido, si los ídolos no cumplen los deseos, se les derriba. Mientras que un maestro lo conservamos siempre con un recuerdo reconocido.

Usted dijo una vez que tener un círculo de amigos es tan imprevisible como que nazca una gran obra maestra. ¿La aparición de sus maestros también resultó imprevisible? ¿Existe para usted un límite entre ser discípula o amiga?

Sí, creo que es un proceso imprevisible, al menos para mí. Si miro atrás, no logro entender cómo ni por qué ha sido así. Mis maestros, cuando por diversos motivos no han desaparecido de mi vida, se han acabo convirtiendo en mis amigos mayores. De hecho, llegó un momento en que tenía más amigos mayores que coetáneos. Me gustaba estar con los mayores, ¡mientras que ahora me interesa estar con los jóvenes!

En un artículo titulado ‘La mediocridad como riesgo social’, cita usted el imperativo de Goethe “muere y transfórmate”. Y afirma que esa es la mediocridad que teme. ¿Qué quiere decir?

“Stirb und werde!”, muere y transfórmate. Eso era lo que Goethe esperaba de sí mismo y de cada uno, no solo del artista, cuando el hombre quiere ser digno habitante de la tierra que pisa. Es un auténtico crecimiento, mucho más dramático que el que uno pueda imaginar. Al hombre le parece que cada vez es más inteligente, más perfecto… cuando en cambio es como una mariposa volando hacia el fuego. El hombre de ese imperativo de Goehe debe imaginar que mucho de lo que hay en él sencillamente puede desaparecer, que puede incluso perder lo que más quiere para hallar lo nuevo. En la poesía de Goethe se habla de una polilla acercándose al fuego.

¿Qué tiene que ver eso con la mediocridad?

La mediocridad nunca está dispuesta a renunciar a nada de sí, se aferra a sí misma hasta sus últimas consecuencias. En ‘Asesinato en la catedral’, de Eliot, el protagonista, santo Tomás Becket, regresa del extranjero al lugar de su ministerio y se prepara para predicar, a pesar del conflicto con el rey, conflicto que no le promete otra cosa que la muerte. En el drama aparece el coro de fieles. La obra de Eliot está construida según el modelo de las antiguas tragedias griegas: el protagonista y el coro. Al principio, mientras le esperan, el coro canta cuánto le echaba de menos y lo bien que estaba con él. Pero luego, cuando llega –y todos saben lo que va a pasar–, el coro entona otro canto pidiéndole que se vaya, pues han sufrido hambre y frío pero han seguido viviendo. De hecho, el estribillo es ese: “hemos seguido viviendo”. Es decir, sea como sea, lo que queremos es poder seguir viviendo.

¿Qué tiene que pasar para que haya una revolución interior, como la de los años 90? ¿Es posible algo así?

Creo que lo que usted llama revolución, o conversión, en definitiva un cambio profundo, siempre es posible. Naturalmente, hay periodos más favorables a esto, y otros menos favorables. Creo que ha llegado el momento adecuado para hacer un trabajo interior. Más que en los años 90, cuando los cambios eran más externos, se abrió un mundo fascinante de nuevos encuentros y viajes, novedades, informaciones, y todo eso era tan emocionante que pocos pensaron en hacer un cierto trabajo interior. Ha llegado la época de la reacción creciente. Una época que empuja al hombre a mirarse a sí mismo, a entrar en contacto con su propio mundo interior. No para convertirse en héroe sino solo para convertirse en hombre en el sentido pleno de la palabra. De hecho, la degeneración del hombre producida en el periodo soviético es inmensa. ¿Cambiar, en qué dirección? En la dirección de una mayor responsabilidad e independencia. En los años 90 no se pensaba mucho en esto. Recuperar simplemente la capacidad del hombre independiente para responder por sí mismo y no por “lo que nos han enseñado”. Estar dispuestos a pagar por las propias ideas: si piensas así, actúas así. Formar una personalidad íntegra y no disipada: aquí estoy de una manera y allí de otra. Hacer que todo esté unido en un único centro.

Una vez, pregunté en una iglesia ortodoxa si tenían libros de Aleksander Men, Antonij de Suroz, Averincev o Paverl Adelgejm. Me recomendaron no perder el tiempo con libros peligrosos. ¿A qué se debe una mentalidad así entre los ortodoxos?

Ay, en el espacio eclesial hay personas superconservadoras, que consideran su partido como la ortodoxia “correcta”. Algo así pasó en el momento en que la Iglesia dejó de estar perseguida y se llenó de gente muy distinta. Por algún motivo, la Iglesia atraía a personas con una educación típicamente comunista. Parece que simplemente sustituyeron una doctrina por otra. Antes odiaban a esos autores por “antisoviéticos” y ahora los odian por “herejes”.

¿Cómo ser ortodoxo en la Rusia actual? ¿Usted sigue teniendo un padre espiritual?

Mi padre espiritual murió hace doce años y naturalmente no he encontrado a nadie que lo pueda sustituir, tampoco lo he buscado. De hecho, creo que solo se puede tener un padre espiritual en la vida. ¿Qué hacer entonces? Para mí es una pregunta dura. En el catolicismo, la situación es distinta porque no tiene nuestra herencia soviética y post-soviética. Los católicos llevan mucho tiempo viviendo en la modernidad auténtica y no en los “fundamentos del medievo”. Los pastores están atentos a la persona, a lo vivo y personal. Juan Pablo II decía que la fe aprendida en familia ya no es de nuestra época, ahora la persona encuentra a Cristo sola. Durante siglos, al hombre europeo (y al ruso) no le costaba tanto ser cristiano porque se le educaba así, en casa y en el colegio. Ahora esta transmisión de la fe tradicional ya no funciona así. En todo caso, el cristiano europeo actual no es un hombre criado en una familia creyente sino alguien que ha tomado una opción personal. Ya no existen estados cristianos, la fe es una cuestión privada, y es la fe de una minoría, en todos los países.

Usted ha dicho en una entrevista que muchos escriben versos sin hacer un trabajo espiritual, ¿en qué consiste el trabajo espiritual del poeta?

Creo que se escriben muchas cosas sin necesidad. Cuando las leo, no percibo la necesidad de que hiciera falta escribirlas; se podrían escribir cientos así o ninguna, y nada cambiaría. Pero antes no era así. En Rusia son muy conocidos los versos de Mandelshtam “Vivimos sin sentir el país a nuestros pies”, y la historia que hay detrás de ellos. Cuando esta poesía acontece, la voz humana se encuentra con la historia, y eso le costó la vida al autor. Bien es cierto que este es un caso extremo. No todas las poesías, ni siquiera las más grandes, son así. Pero todas indican algo al hombre, a la historia, al cosmos.

¿Y en qué consiste ese trabajo espiritual para una persona que no tiene el don de la poesía?

Trabajo espiritual quiere decir, como mínimo, no cerrar el discurso con la realidad, no decir nunca: “no quiero pensar en esto, no es mi problema”. Quiere decir separarse al menos un poco del instinto de autoconservación. Porque si hay algo que se opone a la vida espiritual es esa autoconservación, la renuncia a aquel “muere y transfórmate”. Quiere decir no tener miedo a lo que te hace daño, desafiar al miedo y no tener miedo a reconocer que el miedo existe.

¿Qué se puede esperar hoy en Rusia?

En Rusia se puede esperar algo que Rusia valora muy poco de sí, y que es algo que hace que Rusia sea en cambia amada en el mundo entero. Cuando viajo conozco a gente muy distinta que reconoce en nosotros una posibilidad que nosotros no percibimos. No se trata de hincharse de orgullo por las victorias, eso no interesa absolutamente a nadie, ¿a quién puede interesar una imagen militarista arcaica? Lo interesante es algo que ha existido y que todavía no se ha destruido del todo a pesar de la ferocidad de los años: la tendencia natural a la misericordia que permanece en el hombre de aquí. La capacidad de compasión.

La Nueva Europa

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