En qué punto está la renovación del islam promovida en Egipto

Cultura · Tewfik Aclimandos
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25 enero 2019
Desde la caída del presidente Morsi, se instauró una kulturkampf contra los Hermanos Musulmanes y los salafitas (más bien como respuesta a la kulturkampf impuesta por estos en esos años), y después de que Abd al-Fattah al-Sisi lanzara su llamamiento a una reforma radical del discurso religioso –donde afirmaba sustancialmente que el discurso dominante inspira, produce y alimenta un clima de guerra de los musulmanes contra el resto del mundo y la modernidad–, los círculos que frecuento discuten a menudo por la cuestión de la presunta crisis del discurso religioso.

Desde la caída del presidente Morsi, se instauró una kulturkampf contra los Hermanos Musulmanes y los salafitas (más bien como respuesta a la kulturkampf impuesta por estos en esos años), y después de que Abd al-Fattah al-Sisi lanzara su llamamiento a una reforma radical del discurso religioso –donde afirmaba sustancialmente que el discurso dominante inspira, produce y alimenta un clima de guerra de los musulmanes contra el resto del mundo y la modernidad–, los círculos que frecuento discuten a menudo por la cuestión de la presunta crisis del discurso religioso.

Ante todo tengo que señalar que soy cristiano y esto incide en cierto modo en los debates. Ciertos temas que se abordan en mi presencia no se tratarían delante de los musulmanes, y viceversa. Además, yo me muevo en ámbitos muy precisos: investigadores, periodistas, altos funcionarios y miembros de las clases medio-altas con preocupaciones de tipo cultural. Y en estos ámbitos hay cabezas muy finas.

Sobre todo siempre percibo una cierta nostalgia. “Hemos crecido en un Egipto diferente, pero en todo caso muy religioso”, es uno de los leitmotiv habituales, a los que sigue el elenco de síntomas del presunto malestar: relaciones negativas entre comunidades cada vez más alejadas; una fe que trata sobre todo de encarnarse en símbolos externos, formales, a veces grotescos, en vez de ser un imperativo que nace del alma; el imperialismo de los hombres de religión, que se pronuncian o se ven movidos a pronunciarse sobre todo tipo de temas, ya sean banales o muy serios y cuyos discursos se ven privados de argumentos, cuando menos; una tendencia a considerar cerradas (en el sentido de una interpretación rigurosa u obtusa) cuestiones que no lo están, así como a considerar abiertas cuestiones que en cambio ya están resueltas.

Esta nostalgia puede querer ser “popular” y referirse a un estilo de vida amenazado que antes se extendía por los barrios populares, pero también puede querer ser meritocrática o aristocrática y afirmar que los ignorantes utilizan la religión reducida a cualquier fórmula para contestar los discursos de los diplomáticos u otros presuntos expertos, o que la religiosidad ostentada no es capaz de desenmascarar un materialismo cada vez más ambicioso.

En definitiva, un orden moral y suave se ha visto suplantado por un desorden caótico camuflado como un formalismo agresivo y por el imperialismo cultural de los religiosos. No recuerdo haber oído debates sobre las repercusiones psicológicas de esta “revolución”: miedo y ansiedad ante un futuro que se escapa y una globalización tan desestabilizadora. En realidad, una sí: un amigo y colega dice que todos en el mundo se sienten minoría, una minoría amenazada, que quiere al mismo tiempo integrarse y subrayar su diferencia.

La nostalgia no es solo un sentimiento propio de ancianos, pues estos últimos también transmiten a los jóvenes una memoria que mistifica el pasado liberal y nasseriano, y tiende a juzgar el presente basándose en ejemplos ciertamente reales pero de los que no se puede deducir una naturaleza “típica” o “extrema”. Por poner un ejemplo, los signos externos de religiosidad no excluyen –más bien es justo lo contrario– un comportamiento irreprensible, íntegro, digno.

Respecto a los jóvenes, son cada vez más los que desde las clases medias urbanas dicen: “somos musulmanes, muy creyentes, musulmanes que quieren seguir siendo musulmanes, pero nuestro islam no es el que nos proponen Al-Azhar y los islamistas”. Envalentonados por la fórmula “consulta a tu corazón” (un principio tomado de un famoso hadith atribuido a Mahoma, ndt), se niegan a admitir que los discursos dominantes reflejen su fe. Por no hablar de aquellos que, más o menos contemporáneamente, se dicen ateos para mostrar su rebeldía contra el principio de la sumisión, una sumisión indiscutible a un “discurso religioso” o a la autoridad (paterna o clerical). Basta con echar un vistazo a las páginas de Facebook de la juventud egipcia: muchas veces bromean sobre declaraciones de algún ulema, burlas que proceden tanto de creyentes decepcionados como de individuos que se declaran librepensadores o expresan su malestar.

Por mucho que se quiera ahogar o reprimir, resuena continuamente la pregunta “¿qué es lo que no funciona?”. Muchos ponen en duda legitimidad: todo está en orden, todo va bien, pero está lleno de ignorantes, incluso entre los ulemas. Es en parte la óptica dominante en la postura egipcia en materia de des-radicalización. Se identifican los conceptos utilizados por los islamistas en sus argumentaciones, se muestra que, intencionadamente y con fines políticos, se utilizan mal y que en realidad existe otra interpretación más antigua, más centrista y más plausible. Este enfoque también lo critican otros, que solo ven una atenuación, pero no una mentalidad distinta. ¿Pero es verdad?

Yo creo que las cosas son más complicadas… Algunos, sobre todo entre los ateos, dicen lo mismo: “no hay nada que reformar”, pero por razones opuestas: no es posible reforma alguna. Lo impide el estatuto del Corán, que es palabra divina increada y sello de las revelaciones. El peso de la historia y los ejemplos del pasado complican ulteriormente la tarea. Otros, sin poner en duda la legitimidad de su pregunta, piensan que “reformar el discurso” llevará, en el mejor de los casos, a proponer una enésima interpretación, que no hará desaparecer las precedentes, pero que se yuxtapondrá a ellas.

Pero la pregunta permanece. Una primera respuesta, explosiva, es la propuesta por Islam Behery en una serie retransmisiones televisivas con gran audiencia. Son los hadith –recogidos sobre todo por Al-Bukhari, cuya autenticidad está en duda no solo porque lo está la cadena de transmisores sino también porque su enseñanza se considera contraria a la del Corán– los causantes de la crisis. Podemos imaginar el escándalo pero también la bocanada de oxígeno que esto representa para los que “quieren seguir siendo musulmanes sin adherirse al discurso dominante”. Dejando a un lado las expresiones, las dudas, los ataques por todas partes, la retransmisión de Behery también ha contribuido a difundir el diagnóstico de que “algo no funciona”, y a plantear la cuestión de la validez del recurso a los métodos de la filología, la hermenéutica y las ciencias sociales modernas para la interpretación y comprensión de los textos sagrados. El gran imán de Al-Azhar ha atado en corto diciendo que “no”. Pero algunos ulemas confesaban en privado que el número de hadith fiables probablemente no supere el centenar, pero decirlo en público podría provocar un alzamiento de armas.

Otro debate recurrente es el que plantea el problema de la interpretación. Hay demasiadas fatwas que dicen demasiadas cosas contradictorias. En esto hay unanimidad. ¿Qué hacer? Aquí vienen las divergencias. ¿Son los “laicos” (en sentido cristiano) la causa del mal? ¿Están autorizados para interpretar? ¿O hay que dejar estos temas complejos a los competentes en el saber religioso? ¿O bien son estos la causa del problema? Y si así fuera, ¿hay que formarlos en las ciencias profanas, físicas y humanas? ¿No se corre acaso el riesgo de ver cómo “islamizan” y “castran” estas ciencias cuando habría que infundirles un espíritu crítico? Entonces hay que recordar que ya se ha intentado el experimento, con resultados que cada uno juzga de una manera. Recuerdo, sin explorar cada una de estas diversas pistas, que tras la primera declaración del presidente sobre la reforma del discurso religioso, hubo un conflicto entre el ministerio de Cultura y Al-Azhar por decidir quién tenía que hacerse cargo de esta misión (los segundos pensaban que los primeros ni querían ni eran capaces de hacerlo). Entonces el conflicto lo ganó Al-Azhar, pero el tema no quedó cerrado. Sin duda, algunos se preguntaban si una reforma eficaz emprendida por Al-Azhar no iría acompañada de la posterior exigencia de prerrogativas sobre la posibilidad de pronunciarse sobre lo que se puede decir y lo que no, en lugar de una separación entre política y religión que, paradójicamente, ellos consideran que facilitar el actual nivel del discurso religioso.

También se nota que el juicio sobre el “trabajo” de Al-Azhar juega un papel nada desdeñable en estos debates, con valoraciones que van desde las muy elogiosas (las encontramos entre reformadores modernistas para los que la obra silenciosa del gran imán está dando lentamente sus frutos) a las muy críticas. Los elogios destacan por ejemplo el hecho de que Al-Azhar organizara una conferencia de ulemas sunitas durante la cual se hicieron alabanzas, con los textos religiosos en la mano, al pluralismo y la democracia, donde se defendía y deseaba la presencia de los cristianos en Oriente Medio. En cambio, los más críticos afirman que los equilibrios internos entre las diversas corrientes presentes en la institución se han roto, para beneficio de las tendencias salafitas e islamistas.

Además, hay que señalar algunos puntos generales, especialmente por historiadores que dominan la filosofía. Quizás no sea posible separar política y religión, pero al menos hay que admitir que el proyecto universalista del islam no pasa por una conquista político-militar del planeta ni la creación de un imperio. Mientras este punto no se resuelva, no se llegará a nada. Pero creo que este punto ya ha quedado aclarado, aunque solo sea de manera tácita, por todos menos los islamistas. Ya sea porque se piensa que lo que se le permitía al Profeta y a sus santos compañeros no se le permite a los fieles, o que esta conquista estaba justificada por la imposibilidad de predicar en territorios sujetos a imperios teocráticos mientras que esta imposibilidad hoy ya no existe, o porque se cree poder alcanzar los mismos objetivos con medios distintos, la mayoría de mis interlocutores marca diferencias. Pero algunos piensan que soy optimista…

En definitiva, algunos interlocutores piensan que el descubrimiento de la gran tradición, de los debates de alto nivel que caracterizaron los primeros siglos del islam, son un requisito previo absoluto, que es absolutamente necesario volver a incluir en los textos escolares los clásicos de la tradición que antes fueron suprimidos porque exigían un nivel demasiado elevado a los alumnos.

Oasis

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