En las calles (de Barcelona) está la vida (también)

Cultura · Alberto Fernández Vicente
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30 junio 2010
Las reacciones políticas (de los políticos), a raíz de la última sentencia del Tribunal Constitucional sobre el asunto del Estatuto de Cataluña no se han hecho esperar. En los informativos de la misma noche del lunes pasado, podíamos ver en una de las calles barcelonesas a un Artur Mas que, con soltura, respondía a las preguntas de los periodistas, sabedores de que sus declaraciones nacionalistas abrirían las portadas de los periódicos de la mañana siguiente.

Sin embargo, lo sorprendente no era lo que decía el político de CiU (el contenido), sino la circunstancia que rodeaba a sus declaraciones (el continente). Lo sorprendente venía dado por el hecho del contexto en el que el político catalán realizaba esas declaraciones. El contexto de una calle barcelonesa por la que todavía estarían paseando las parejas deseosas de aprovechar los últimos instantes de luz del día, algunos comerciantes ya habrían terminado de recoger las frutas de los puestos, estarían llegando a sus casas buena parte de los que habían empezado alargando el lunes de la semana laboral, o los que cumpliendo el horario de la empresa regresaban de tomarse unos chatos en el bar de siempre, después de hacer las últimas predicciones sobre el partido de la selección del día siguiente.

Parecería imposible que un mismo escenario fuera capaz de albergar tantas circunstancias vitales y reales, mientras en una esquina del mismo, uno de los supuestos protagonistas del momento histórico presente se afanaba por mostrar sus quejas y rechazo al contenido de la sentencia, que se había forjado en el número 6 de la calle Domenico Scarlatti de Madrid. Llamamientos a la movilización de la sociedad catalana frente al atropello del Estado Español inundaban la "speech" de Artur en algún sitio de una céntrica calle barcelonesa, mientras el resto de la realidad circulaba por otros derroteros que incluían, precisamente, a ese "tan querido" Estado Español. ¿Cómo entender esto?, ¿qué sentido escénico darle a toda esta representación del teatro de Calderón?

Como nos dice hoy también FdH, la sentencia había nacido muerta. Las interpretaciones del alto tribunal habían ya hundido en el hoyo de la muerte su propio auto, creado unas horas antes por la mente de una presidenta pseudo-neutral y sacado aprobado con la ayuda de algún magistrado incauto convencido. A continuación, las declaraciones antidemocráticas de algunos supuestos políticos democráticos de Cataluña sepultaban el fallo del citado Tribunal Constitucional. El escenario complejo, variado, selecto y representativo, pero real, de la metrópoli barcelonesa lo demuestra también.

Parafraseando a Javier Restán en su artículo sobre la fotógrafa neoyorquina Helen Levitt, podemos decir que "en la calle está la vida" y esta vida es la que permite que convivan gentes con intereses concretos en sus familias, la selección española, su pareja, su negocio, etc y gentes interesadas (¿algunos políticos?) en no defender los intereses de los primeros, sino de conservar su posición interesante de poder (interesante para ellos). Una posición que, conforme pasa el tiempo, requiere distanciarse cada vez más de la realidad de los que tienen intereses verdaderos y, por tanto, duraderos, para convertirse, así, en una opinión más. Siguiendo con el símil del escenario barcelonés, el siguiente paso artístico (o fotograma) en la cadena de desvirtualización del guión democrático y banalización de la política catalana, bien podría ser contemplar en el bar de la Rambla de enfrente a toda esta casta de políticos de pacotilla, imaginándose ensalzados por el pueblo (el resto de los protagonistas de la escena anterior en la calle barcelonesa) en un delirio de emancipación catalana, y bebiendo al mismo tiempo los correspondientes chatos o cañas que cada hijo de vecino trabajador ya habría tomada tantas veces antes. Lo dicho, la vida está en la calle y en esta calle barcelonesa, Artur Mas es uno más.

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