En la nada no hay nada

Mundo · Luis Ruíz del Árbol
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4 septiembre 2025
La intervención de Giorgia Meloni en el Meeting de Rímini, ha estado marcada por un rechazo a la modernidad y un nacionalismo populista como respuesta a una supuesta agresión externa a la identidad cultural.

Llevo varios meses tratando de encontrar una palabra, aunque sea un neologismo, incluso un barbarismo, para describir un fenómeno cultural neo-romántico muy típico de esta época: el gusto morboso por la nada, el deleite cuasi-necrófilo en el ensimismamiento y disección obsesiva del imparable proceso de decadencia e inminente extinción de las cosas. Mi buen amigo Gonzalo Mateos me sugería hace unos días dos opciones: nadafilia o nihilwashing. No estoy del todo seguro que agoten la riqueza semántica de lo que quiero transmitir, pero ambas, cada una a su modo, acotan bastante al concepto.

El punto que a mi entender cualifica esta nadafilia/nihilwashing respecto del nihilismo clásico ―a lo Bakunin, por ejemplo― es el de la disonancia cognitiva, a saber: el juicio tremendista sobre la realidad no nace de la experiencia personal que se tiene de ella. Así, es habitual oír hablar de su ciudad a un residente de Madrid ―con los problemas típicos que presenta la capital del Reino para una persona en la media de la clase media (precarización laboral y difícil conciliación familiar, el cada vez más arduo acceso a la vivienda, la progresiva degradación de los servicios públicos)― como si estuviera viviendo en Bangladesh, Haití o en el Belfast de los Troubles. No es una mera cuestión de acento: está muy extendida socialmente la percepción de que vivimos (o vamos camino de vivir) en el tercer mundo, o en una dictadura distópica (de derechas o de izquierdas, a gusto del consumidor). Y esto, lo cual no merece mucha explicación, evidentemente no es así.

Como ya profetizaba el pérfido Visir Jaffar en la célebre Aladdin (1992): “situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas”; y no creo que haya que ser el lápiz más afilado del estuche para percatarse de esta tendencia y empezar a sacarle rédito político (el rédito económico ya lo llevan explotando desde hace varios años empresas como Securitas Direct ―cuyas cuñas publicitarias en la radio son un fantástico subgénero de terror en sí mismas-, la sección de sucesos de los telediarios de Antena Tres, o la plataformas de gestión inmobiliaria del estilo “alquiler seguro”).

En este contexto de estado de ánimo pre-apocalíptico, se presentó en olor de multitudes en el Meeting de Rímini el pasado 27 de agosto la primera ministra italiana Giorgia Meloni, que, al hilo de Los Coros de la Roca del poeta inglés T.S. Eliot y al modo de la filosofía catastrofista en boga (tipo Byung-Chul Han), empezó su intervención presentando una devastadora imagen del mundo actual, que describió como “un lugar donde los hombres se reducen a botellas vacías, a colmenas sin miel, que quizás viven en paz, pero sin sentir saciedad ni desesperación. Un mundo conquistado por la nada, donde no hay espacio para la tensión espiritual, para la aspiración vertical, habitado por individuos anestesiados a quienes solo les importa encontrar un lugar para hacer un picnic o perderse en coches de alta cilindrada por carreteras secundarias (…) [U]na época en la que buscamos estandarizarlo todo, transformarnos en un consumidor perfecto, un recipiente retornable que puede llenarse con todo lo que deseamos, individuos sin identidad, sin memoria, sin afiliación nacional, familiar o religiosa, individuos cuyos deseos cambian continuamente y que, por lo tanto, ya no aman nada, individuos, en esencia, en cuya existencia no queda nada por lo que valga la pena trabajar, construir o luchar.”

La continuación de su discurso, tras pasar revista a los enemigos de una vida plenamente humana (la burocracia italiana y de la UE, los “intereses creados” [sic] y los partidos híper-ideologizados ―entre los que casualmente no se encuentra Fratelli d’Italia, ya que por lo visto ellos no tienen ideología, sino realismo metodológico aristotélico-tomista―), fue la exposición ordenada de cómo su programa de gobierno durante lo que lleva de mandato se habría dirigido a atacar las raíces del nihilismo, finalizando con un llamamiento para construir juntos (su proyecto político), y a que “todos tomen su cemento y sus ladrillos”. Es decir, la vieja idea fascista (¿quién lo iba a decir?) de que la realización personal y comunitaria pasa por la implicación moral en una praxis política colectiva emancipadora. La acción política estatal (o para-estatal) como fuente de sentido y de esperanza. Marinetti reloaded.

La intervención de Meloni va muchísimo más allá (incluso en una interpretación muy generosamente laxa de su discurso) de un speech político al uso (identificación de problemas políticos y económicos y subsiguiente propuesta de soluciones): se trata de una auténtica y genuina teología política que, a diferencia de las dominantes en el siglo XX (de matriz marxista y/o etno-nacionalista), usa como vector ideológico el cristianismo, eso sí, de una manera claramente maurrasiana (el cristianismo se valora en cuanto parte esencial de la identidad cultural del pueblo italiano a emancipar o a hacer grande de nuevo). Aparte de la vieja trampa de la subordinación de la misión epocal de la Iglesia a la contingencia electoral de un partido político, y de la aberración teológica que supone dar por supuesto que desde la política se puede abordar (¡y de manera definitiva, eliminando el conflicto!) el problema antropológico fundamental del hombre ―el del mal y la libertad―, lo que me interesa subrayar es el juicio sobre el tiempo presente en el que descansa esta propuesta de alianza entre el trono y el altar 2.0.

En mi opinión, la génesis del neo-fascismo meloniano es exactamente la misma que la del tradicional mussoliniano: la estética de la decadencia, el esteticismo decadentista. El culto a la tradición y las comunidades orgánicas, el rechazo de la modernidad como fuente de todos los males, la búsqueda de una superación definitiva de las discrepancias políticas, el nacionalismo populista como respuesta a una supuesta agresión externa a la identidad cultural (que se presenta como amenazada de extinción, antaño por la judeo-masonería y ahora por la inmigración árabe y subsahariana), el anti-elitismo como respuesta defensiva del pueblo-pueblo, y los liderazgos carismáticos que sintonizan con la voluntad popular son todas ellas características del fascismo doctrinal que están también presentes en la retórica de Meloni.

Al igual que en la Italia de la primera post-guerra mundial, se está imponiendo desde determinados centros de poder un estado de ánimo que no echa cuentas con lo real existente (a pesar de la vacua referencia de cara a la galería de Meloni al realismo) para, partiendo de lo que hay, tratar de reformarlo o mejorarlo; sino que se cancela in toto el estado de las cosas como dato porque no estaría a la altura del deseo infinito del hombre, ni por supuesto de la gloriosa historia nacional y una imagen arquetípica de lo italiano cargada de un nada velado narcisismo. Y no lo está porque existirían unas élites (en Bruselas o en Italia), que estarían bloqueando todo el potencial de crecimiento del país para preservar sus propios “intereses creados”. En la dialéctica meloniana, de no existir estos obstáculos, sería inevitable que el genio italiano alcanzara cotas altísimas Dentro de este frame o marco de interpretación, sólo tienen valor las líneas de tendencia que ha introducido el partido salvador, sin que ni lo heredado (de nuevo en contradicción con su propia retórica sobre la tradición) ni lo que hayan hechos los “otros” sea ni siquiera digno de mención.

Para aterrizar el quid de la cuestión: ¿de verdad pensamos que todos los partidos políticos rivales de Fratelli d’Italia son enemigos de la sociedad italiana y agentes colaboradores de la Nada©? ¿De verdad pensamos que antes del advenimiento de Meloni la historia de Italia era una concatenación de decisiones encaminadas a la humillación del país y la negación de su dignidad? ¿De verdad pensamos que sólo los que apoyan al partido de Meloni luchan por el bien común y que los demás solo persiguen intereses egoístas? ¿De verdad pensamos que no hay ninguna ley, institución, política, logro o actuación de cualquier partido distinto a Fratelli d’Italia que merezca la pena conservar o valorar? ¿De verdad pensamos que sólo Fratelli d’Italia está por la natalidad, la vida y la familia? Esto último, teniendo en cuenta la biografía personal de la primera ministra italiana, es directamente un chiste. And last, but not least, ¿de verdad pensamos que el presente, sin la acción política del actual gobierno italiano y la determinación de la voluntad popular que lo secunde, está condenado a acabar en la nada?

La experiencia y una larga y atenta observación de la realidad me han llevado a la convicción de que, a pesar del secreto anhelo de tantos de que todo se vaya al garete, el mundo no está siendo invadido por la nada. Que cada día, casi siempre de manera discreta y silenciosa, suceden muchísimas cosas valiosas que nuestra agitación y malestar nos impiden reconocer. Que, desde luego, nuestro mundo es infinitamente más humano que el de la década de 1920 y bastante mejor que el de la segunda post-guerra mundial. Que disfrutamos hoy en día de unas libertades y unas seguridades que, como niños malcriados, damos por descontadas y consideramos que no nos reconocen lo suficiente. Que existen (y existirán siempre) infinidad de injusticias estructurales que resolver y necesidades concretas que atender, y que la libertad para comprometerse existencialmente en esa tarea es moralmente intransferible e indelegable en ningún colectivo, comunidad, partido o institución. Que en el mundo hay innumerables personas que siguen creando maravillas o cuidando sin rencor ni estridencias lo que han recibido de sus mayores. Y que la nada sólo existe en el corazón de las personas que no tienen o han perdido la capacidad de reconocer, acoger y agradecer el don del mundo. Parafraseando la fantástica canción de Sidonie, cuya letra da título a este artículo, sólo en la nada de quien no ve nada no hay nada.

 

Luis Ruíz del Árbol es autor del libro «Lo que todavía vive»


Lee también: ¡Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros!

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