En Irlanda toca volver a empezar
Decía Oscar Wilde, uno de los grandes genios irlandeses, que ´en este mundo solo hay dos tragedias. Una, el no conseguir lo que se desea; la otra, el conseguirlo. Esta segunda es, con mucho, la peor; esta es una verdadera tragedia´. Quizás el premier irlandés Enda Kenny conozca este aforismo de su famoso paisano. Kenny es el gran vencedor del referéndum con que el pueblo de la República de Irlanda, con una clara mayoría, ha decidido que su Constitución establezca que el matrimonio es la ´unión de dos personas´, entendiendo así que es absolutamente indiferente el sexo de tales personas.
De hecho, el referéndum se ha llamado sintéticamente ´Same¬sex marriage´. Una vez conocida la impresionante mayoría del 62% que ha salido de las urnas, Kenny, líder del partido moderado Fine Gael, que ha hecho de la modernización de Irlanda su principal objetivo, se ha mostrado exultante y ha hablado incluso de un episodio pionero en su país, que evidentemente le llena de orgullo. Indudablemente, Kenny ansía pasar a la historia de la República de Irlanda, entrar en su panteón, junto a Michael Collins o Éamon de Valera. Kenny quiere ser recordado como el gran reformador, el modernizador, aquel que dio al país la definitiva emancipación de su heredad, de su tradición e identidad católicas. Este referéndum se presentó en Irlanda como una confrontación decisiva entre las fuerzas del progreso, que defendían la palabra clave ´tolerancia´, y las reaccionarias, oscurantistas y fanáticas. Al final, evidentemente, entre los irlandeses ha prevalecido la idea de una sociedad libertaria, fundada sobre la absoluta autodeterminación afectiva, sobre el principio de tolerancia masiva respecto de cualquier decisión referida al ámbito sentimental y a los estilos de vida.
Algunos han hablado de una Irlanda que será, de ahora en adelante, una ´nación arco iris´. Mientras los modernizadores exultan, parece haber un gran desconcierto entre los observadores externos de la historia irlandesa. Aún está bastante extendida la idea de una isla de santos, de un pueblo devoto, apegado apasionada y conmovedoramente a su fe, por la que fue largamente perseguido. En realidad, esta hermosa Irlanda oleográfica ya no existe. En este referéndum se ha obtenido una mayoría de síes incluso en los condados rurales, en la Irlanda profunda. Un signo inequívoco de que la isla esmeralda está cambiando, y que el proceso de secularización avanza inexorablemente. Y hay que tomar conciencia de ello.
Debe hacerlo sobre todo la Iglesia irlandesa, que durante los últimos años ha visto cómo se desmoronaba su prestigio, su importancia, su influencia. A los ojos de los reformadores laicistas, este referéndum aparece como una especie de Waterloo de la Iglesia en Irlanda. En realidad, retomando las penetrantes palabras de Oscar Wilde, no se puede dar por descontado que estas profundas innovaciones de la sociedad irlandesa puedan representar una tragedia para quien ha perdido, empezando por la Iglesia católica, que es la entidad que más se había desgastado en la campaña referendaria. La victoria de los artífices de una revolución social podría pronto rendir cuentas a un país cada vez más frágil, con una identidad cada vez más debilitada, cada vez más nihilistamente igualitario. Los síntomas de este malestar son cada vez más evidentes y extendidos.
Pero para la Iglesia se trata más bien de afrontar un nuevo inicio. Después de casi un siglo de independencia del país, después de haber cultivado durante mucho tiempo la ilusión de construir un Estado católico, ahora la Iglesia está en la cima de su Calvario, como reza el título de una película reciente, trágica, dolorosamente despiadada, donde un cura de pueblo debe afrontar en su viaje el derrumbamiento de todos los valores sobre los que se había construido la identidad irlandesa. Después de los años de la vergüenza, después del escándalo de la pedofilia en el clero, ahora es el momento de volver a empezar de cero, en una isla que se está haciendo neopagana, donde no hay que esperar nada más de las instituciones políticas, pero donde hay que trabajar en el desierto, en la hostilidad, en el vilipendio. Como en tiempos de la primera evangelización, como en tiempos de san Patricio. Una terrible belleza podría estar naciendo, y no una tragedia, ni un final.