En el mundo irreal de Putin, cualquier mentira vale

Mundo · Adriano dell'Asta
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24 mayo 2022
En los días que siguieron a la invasión de Ucrania se planteó muchas veces el tema de su posible justificación, una cuestión incluida en el orden del día por el mismo Putin, con una relectura de la historia que tiene unas características digamos que un poco fantasiosas pero que permiten sin embargo identificar un aspecto fundamental de su relación con la realidad.

En el discurso donde anunciaba el reconocimiento de las repúblicas del Donbás, Putin centraba sus presuntas razones para la guerra en tres puntos fundamentales: Ucrania no tendría identidad ni entidad previas a la revolución; habría recibido de la Unión soviética toda una serie de concesiones y “regalos”; y, sobre todo, sería un país gobernado por una panda de neonazis. Ninguna de estas afirmaciones resiste ante el más sencillo y elemental análisis histórico.

Identidad histórica

Ucrania tiene una identidad y una entidad estatutaria antigua, certificada por tradiciones, por hechos históricos y por una lengua propia, que son indiscutibles. Basta pensar en el tratado de Pereyaslav, firmado en 1654 entre Alejo Mijailovich, segundo zar de la dinastía Romanov, y Bohdan Jmelnitski, hetman de los cosacos de Zaporozhia, a orillas del río Dniéper, en el marco de la revuelta contra la nobleza polaca; o también, sobre todo, en el hecho de que nadie osaría negar la existencia de una identidad italiana antes de la existencia de un estado italiano unitario. En este sentido, indicaba la observación de un gran ruso como Dostoievski que, enamorado defensor de la “unicidad” de Rusia, reconocía que Italia (sin sentir gran estima por el estatuto establecido por el conde de Cavour) ofreció durante dos mil años «una idea universal capaz de englobar al mundo, no bajo cualquier abstracción o especulación intelectual, sino como una idea real, orgánica, fruto de la vida de la nación, fruto de la vida del mundo. Es la idea de la unión del mundo entero, al principio la de la antigua Roma y luego la papal. Los pueblos que han pasado durante estos dos milenios y medio por Italia comprendían que eran portadores de una idea universal y, cuando no lo comprendían, lo sentían y presentían».

Una imagen muy distinta de la que presenta Putin sobre lo que es una identidad nacional y cuáles pueden ser sus dimensiones universales, que no exclusivas.

Tragedias sufridas

Un discurso idéntico se puede hacer a propósito de los regalos que Ucrania habría recibido de la Unión soviética. La de los “dones recibidos” es una de las muchas reconstrucciones históricas surrealistas de Putin, como recuerda otro enamorado de la grandeza rusa, como Aleksander Solzhenitsyn, que estos días algunos (con una interpretación un tanto libre o al menos parcial) han alistado entre los presuntos defensores del presidente en relación a la separación entre Rusia y Ucrania. Pero Solzhenitsyn, quien no estimaba esta separación, para la que incluso tuvo duras palabras, recordaba que entre los “dones” recibidos por Ucrania estaba «el desastre de Chernobyl, provocado por arribistas e imbéciles del sistema soviético», una tragedia por la que «debemos postrarnos ante Bielorrusia y Ucrania». A este “don” habría que añadir obviamente otro aún más imponente, el Holodomor, la gran carestía artificial de 1930-1933 con que, en un intento de domar las últimas resistencias de sus súbditos, el gobierno soviético causó la muerte a millones de personas. Si no se tratara de tragedias que marcaron época podríamos estar hablando de teatro del absurdo.

Raíces neonazis

Para terminar, la última cuestión también supone una radical y aún más dolorosa falsificación de la realidad. Neonazismo y antisemitismo son un cáncer, por desgracia con metástasis y presente en todas las sociedades contemporáneas, pero definir a Ucrania como un estado que hay que desnazificar es una mentira cuyas dimensiones saltan a la vista inmediatamente. Basta fijarse en que el principal partido ucraniano de extrema derecha, la Unión Pan-Ucraniana Libertad (Svoboda) solo cuenta con un diputado en un parlamento de 450 miembros. Pero aún más tosca y surrealista resulta la idea de Putin de la desnazificación de Ucrania a la luz de sus referencias filosóficas y culturales. Obviamente, es un tema que merecería un desarrollo mucho más amplio, pero no puede ignorarse el hecho de que entre sus principales referentes intelectuales figura un personaje como Ivan Ilyin (1883-1954), pensador antisoviético y anticomunista que acabó acercándose a posturas como las que describe este párrafo tomado de un artículo suyo publicado en 1933: «El patriotismo, la fe en la identidad del pueblo alemán y en la fuerza del genio germánico, el sentimiento del honor, el hecho de estar dispuestos al sacrificio, la disciplina, la justicia social, la unidad que va más allá de la división en clases, fraterna y nacional. Ese espíritu es la base de lo que constituye la esencia de todo este movimiento. Arde en el corazón de todo nazi sincero, estira sus músculos, resuena en sus palabras y brilla en sus ojos. Basta ver esos rostros llenos de fe, sí, exactamente llenos de fe. Basta ver esa disciplina para entender el sentido de lo que sucede y preguntarse: “¿Existe en la tierra algún pueblo que rechazara crearse un movimiento de tales dimensiones y con este espíritu?”. Para decirlo brevemente, este espíritu sella la fraternidad entre el nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano. Y no solo entre ellos, sino también con el espíritu del movimiento blanco ruso» (Nacionalsocialismo. El espíritu nuevo, 17 de mayo de 1933).

El verdadero problema que subsiste a las justificaciones de Putin para la guerra se sitúa a este nivel, que no se refiere en ante todo a la situación de Ucrania, las provocaciones de Occidente o cualquier otra cuestión geopolítica, sino a la lucha entre la realidad y la surrealidad. Nos precipitamos en un auténtico y radical nihilismo que no reconoce verdad alguna con la que medirse y a partir de aquí, con una autorreferencialidad total, puede permitirse cualquier injusticia, cualquier violación de las reglas del derecho internacional y de la lógica, sin tener que pensar en responder, aunque solo sea en parte.

Artículo publicado en la revista Vita &Pensiero

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