En el final está el principio
La moda, siempre la moda. Con su eterno retorno. Ahora los seguidores de la última tendencia quieren vestir con “un lujo silencioso”. El mismo lujo que exhiben los personajes de la cuarta temporada de Succession. Ropa sin logos, como en tiempos fue la alta costura francesa: con piezas neutrales y atemporales. La serie de HBO no solo es un referente del lujo silencioso, en sus diálogos también aflora el espíritu de una época.
Succession cuenta las tribulaciones de la familia Roy, una familia con muchos conflictos, que es dueña de un imperio de medios audiovisuales y de empresas de entretenimiento. En el segundo episodio de la cuarta temporada, que se estrenó hace unos días, uno de los hijos asegura: “lo bueno de tener una familia que no te quiere es que te adaptas. Vosotros sois esponjas necesitadas de amor. Yo soy una planta que crece en las piedras y vive de insectos. Yo no necesito amor. Es como un superpoder”. Algunos críticos ya dicen que este diálogo es el mejor, que ha habido en mucho tiempo, en una obra de ficción.
El personaje no quiere mendigar el reconocimiento de su padre. Quiere ser autónomo, se ha convencido de que es autónomo. Se concibe como una planta carnívora del desierto que ha conseguido adaptarse al desamor y que, por eso, tiene un superpoder. Quien esté acostumbrado a tratar con jóvenes sabe, por el modo en el que se tocan el pelo y las uñas mientras hablan, que a muchos les gustaría tener ese “superpoder”.
Un diálogo así puede ser solo el final. Pero puede ser también el final y el principio. La interpretación de los hechos es decisiva. Sin duda el diálogo retrata un final. El final de una cultura que ha llegado al puerto del desengaño. La consecuencia lógica de haber tomado el “mal camino” al inicio de la modernidad, del rechazo de la vida como dependencia y como relación, de un humanismo que se volvió contra el hombre. Se puede describir de muchos modos este final de un tiempo en el que a los jóvenes les gustaría no tener la necesidad de ser queridos, en el que el “poliamor” parece una salida. Un tiempo en el que algunos de esos jóvenes están dispuestos a renunciar al sexo para encontrar una identidad con la que estar a gusto.
Estamos, efectivamente, ante un final. Y se puede comprender como el éxito de un poder que ha logrado la alienación definitiva, que ha conseguido reducir la naturaleza a cultura, a una cultura deshumana, que ha conseguido reducir el sexo a género: las mujeres no nacen se hacen. Un poder que ha conseguido imponer significados sociales totalmente deshumanos.
Esta interpretación, al atribuir un protagonismo casi absoluto al poder o a los poderes que destruyen la tradición, que disuelven el valor del yo, su carácter relacional y dependiente, cae en el mismo error contra el que cree estar luchando. Si el poder ha conseguido la deshumanización completa, por ejemplo a través de lobbies ideológicos, es que, efectivamente, la naturaleza no existe o es tan débil que no tiene fuerza para resistir. Se atribuye el protagonismo a una cultura externa e impuesta que domina el yo con significados que no significan nada. El yo es tan frágil, tan maleable, tan poca cosa que necesita de tutelas consistentes. Hay quien le impone al yo una cultura mala y hay quien tutela al yo para que desarrolle una cultura buena. Todo depende de factores externos al yo porque de sus juicios y criterios no nos podemos fiar. En este caso el final es solo el final.
Pero el final puede ser también el principio. Se puede interpretar de otro modo al personaje que cree tener superpoderes para vivir en el desamor. Se puede reconocer en el diálogo de Succession el grito de un yo herido, de un yo que se revela contra una forma de vida que oscila entre el sufrimiento y el tedio. Es la naturaleza que gime, que grita contra una cultura que rechaza. Es la victoria sobre un poder que no tiene la capacidad de imponer todos los significados. El gemido no es, por supuesto, un tratado de teología dedicado a las consecuencias antropológicas de las relaciones en el seno de la Trinidad, ni un ensayo filosófico sobre “el ser para otros” o sobre el justo medio. Es una petición descarnada, desordenada, muchas veces autodestructiva. Pero es la constatación de que el poder no puede hacer tabla rasa. En el final está el principio.
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