En el corazón de América

Mundo · Fernando de Haro
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16 febrero 2013
Sapelli entra en el corazón de América. De la que en español se llama América que no son los Estados Unidos, sino la que descubrió Colón, la que va desde México al Perito Moreno. Sapelli presenta su Diario Sudamericano (Milano, 2012) como una suerte de memorias, en las que no faltan jugosas referencias literarias y musicales, compañeros como Borges, Gabriela Mistral o Schuman. Son las memorias del sindicalista troskista que fue, del que desde los años 70 de final del siglo pasado viaja a Argentina, a Chile, a Ecuador, a Brasil y a Perú.

Del hombre que de primera mano vive la experiencia de sus pueblos que luchan contra las dictaduras militares o que quieren construir democracias reconciliadas. Del militante que colabora con la oposición al franquismo y que lleva hasta Barcelona, en viajes muy comprometidos, apoyo para los que combaten contra la dictadura. Del comunista que nunca vio con simpatía la revolución cubana ("Cuba mi era sempre parsa un ´avventura sconsiderata e incomprensibile"), que admira la presencia y la labor de la Iglesia católica. Del observador atento que se da cuenta de que "il Sud America era semmai qualcosa di totalmente diverso dall´elogio della dittadura. Era la devozione mariana". Del autor libre de esquemas que puede escribir el capítulo "E Forse Questa la carita?", en el que se deja golpear por el amor que nace del cristianismo. El libro es el relato de una existencia vivida con pasión en la que aparecen los destellos de las grandes amistades, del compromiso lleno de horizontes grandes, sin esa estrechez tan típica y asfixiante del mundo pequeño burgués.

El Diario Sudamericano es ciertamente un ejercicio de recuerdo pero el lector encuentra claves actualísimas sobre lo que sucede en este momento en Latinoamérica. Al retratar, por ejemplo, el fracaso de Alfonsín en la Argentina de los primeros 80 Sapelli asegura que su presidencia debía haber superado el típico abismo sudamericano, "l´abisso che separa desideri e realizzazione, ideologie giusnaturalistiche e cruda realta della lotta per el potere económico e político". ¿No es ese abismo el que sigue presente 30 años después cuando, a pesar del gran desarrollo económico de los últimos años, la consolidación democrática sigue siendo una gran tarea? Lo que Sapelli denomina "el abismo entre deseos y realizaciones" es quizá una de las claves históricas que se ha hecho evidente en las conmemoraciones de los bicentenarios de las independencias. La revolución de Bolívar y la de tantos otros que sacudió la América de habla hispana hace 200 años, inflamada de grandes ideales, se encuentra con la debilidad de un sujeto, a menudo, incapaz de conseguir una institucionalización estable. El americanismo y el nacionalismo son, de hecho, retratados por el autor como las dos fuerzas que paralizan todo intento de transformación y de modernización. Vicios que estaban en la revolución original.

En la Argentina inestable de Alfonsín Sapelli descubre un fascinante jardín japonés que pronto se le antoja como una metáfora enigmática no solo del país sino de todo el Continente. Es la reserva de una gran cultura entre las clases altas, que se mantiene como "un baluardo contro la barbarie in potenza delle masse nell´assenza di classi dirigente e di minoranze organizzate illuminate che possano educarle e quindi guidarle". En estas frases en las que se ve que Sapelli, sin acritud, ha comprendido el drama de América. La falta de una clase dirigente que sirva al pueblo. Actualísimo. Sapelli retrata con dolor una América invertebrada, sin sociedad civil. Chile, el Chile que tras Pinochet sabe construir la "concertación", es la excepción. Pero, con una amplitud de criterio que pocos tienen al afrontar este tema, Sapelli sabe señalar que Allende, lejos de ser una solución para el Chile de los años 70, en el que el consenso se destruía a pasos agigantados, se convirtió en un grave problema. Esta libertad y precisión de juicio al valorar el gobierno marxista de Allende es lo que da autoridad moral a Sapelli. El sindicalista que ha hecho política sobre el terreno tiene más inteligencia que los intelectuales que al hablar de aquellos años todavía se dejan llevar por las mitologías falsamente progresistas.

Sapelli es durísimo al criticar las dictaduras pero también da muestras de una gran libertad al señalar que no se sostenían en el vacío. Si se mantuvieron en pie fue porque impusieron disciplina social donde se habían roto las reglas que hacen posible la convivencia y la prosperidad. Otra clave decisiva para entender el presente. La misma precisión encuentra el lector cuando ve retratado el peronismo, un laberinto en el que hasta los propios argentinos se pierden con frecuencia.

Al leer las páginas de Sapelli, el lector se queda con el deseo de que esa mirada experta, certera y apasionada se hubiese posado más sobre el presente. Esperemos que el autor se anime a hacerlo en otro próximo volumen. Todos se lo agradeceremos. 

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