En busca del gusto perdido

Editorial · Fernando de Haro
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27 noviembre 2022
La libertad reconocida, tutelada, protegida por un Estado democrático es esencial. Otra cosa es la fatiga, el cansancio, que en este tiempo de crisis, produce ejercerla.

Los goles han hecho olvidar, al menos un poco, la intervención de Gianni Infantino con la que se abrió el mundial. Fue un  largo discurso con el que quiso acallar las numerosas críticas por haber elegido Qatar para disputar la gran cita internacional del fútbol. Críticas por el absoluto desprecio a los derechos de los migrantes, por la falta de libertad de mujeres, homosexuales y un largo etcétera. Críticas menos relevantes por la falta de libertad religiosa, como si este derecho fuera menos importante.

El presidente de la FIFA utilizó un recurso fácil: el sentimiento de culpa, lo mucho que Occidente tiene que hacerse perdonar por siglos de imperialismo, su hipocresía al reclamar un buen trato de los trabajadores extranjeros cuando miles mueren en el Mediterráneo. Muy en línea con la “cultura de la cancelación”. El discurso de Infantino tiene fácil réplica: los supuestos o reales abusos occidentales, su incoherencia, no pueden servir para relativizar la falta de libertades. Ahora está muy de moda un discurso anticolonialista que revisa el pasado rechazando la modernidad. Sin el petróleo y el gas que exporta Qatar, el país seguiría siendo poco más que un grupo de tribus sumidas en la pobreza.

No le demos más importancia a Infantino, que no la tiene. Las libertades, la libertad (que se lo digan a los ucranianos) reconocida, tutelada, protegida por un Estado democrático es esencial. Otra cosa es la fatiga, el cansancio, que en este tiempo de crisis, produce ejercerla. El sueño de la liberación ha quedado atrás. Ha habido liberación sexual, liberación económica, liberación religiosa… Y la historia no se ha acabado. Después del día de la liberación, en la que se vive una “experiencia cumbre”, descubrimos  la mañana siguiente y la mañana siguiente de la mañana siguiente que hay que empezar de nuevo. Se suceden los milagros, pero el milagro con el que de forma ingenua habíamos soñado, el milagro de un  sistema perfecto, no llega. Y entonces aparece la verdadera naturaleza de la libertad, que es trabajosa, que requiere inventiva, paciencia, sobriedad, tenacidad. Justo todo lo que no tenemos cuando nos sentimos desconcertados y desamparados, en un mundo que no acabamos de entender en el que  nos parece que nada está en su sitio. El resultado es el que James Baldwin, siempre genial, señalaba hace décadas: se hace difícil encontrar un hombre verdaderamente libre. “He conocido muy poca gente -y la mayoría no son estadounidenses- que sientan un deseo real de ser libres. La libertad es difícil de soportar”.

Esta renuncia a la libertad, provocada en gran parte por el cansancio y el desconcierto, tiene su origen en una duda sobre la capacidad de discernimiento, sobre la capacidad para saber distinguir. La razón ha dejado de ser considerada, por la izquierda y por la derecha, como una fuerza capaz de emancipar. Es el resultado del racionalismo. La verdad compartida hace tiempo que se ha diluido y nos parece que ya no tenemos destreza para identificar lo que hace que la vida merezca la pena, lo que es bonito. Como señala Wendy Brown, “esto provoca diferentes resultados: se desarrolla una forma de religión que no se preocupa de probarse a sí misma (…) se establece una forma de dictar cómo debe vivir la gente a nivel moral y político (…) fue algo que la mayoría de los teóricos del nihilismo entendieron que sería casi inevitable a media que se afianzara la pérdida de la seguridad en los valores (…)”. En los valores ilustrados, en los ideales compartidos. La reacción es el resentimiento, la dialéctica de la negación, la búsqueda de una persona, de una institución, que nos ahorre cualquier indagación existencial. La autoridad ya no es una instancia que potencia la aventura de descubrirnos y de descubrir el mundo, con los riesgos que eso implica, si no alguien o algo que nos dice lo que hay que hacer. ¿Qué nos hará recuperar el gusto de ser libres? Se admiten sugerencias.

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