Editorial

Empieza el siglo

Editorial · Fernando de Haro
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1 enero 2018
Hoy empieza el siglo XXI. Ahora que hemos celebrado el centenario de la revolución de octubre, que se cumplen diez años del estallido de la Gran Crisis provocada por las subprime, ahora que el califato del Daesh ha sido derrotado territorialmente y que es un grupo yihadista más (ni Estado, ni Islámico), ahora que hemos inaugurado 2018, podemos decir que empieza el siglo XXI. Empieza un nuevo siglo que de momento es estadounidense, ruso, chino, o sea nacionalista, siglo que cerrará el ciclo comenzado con la revolución americana y francesa de finales del XVIII.

Hoy empieza el siglo XXI. Ahora que hemos celebrado el centenario de la revolución de octubre, que se cumplen diez años del estallido de la Gran Crisis provocada por las subprime, ahora que el califato del Daesh ha sido derrotado territorialmente y que es un grupo yihadista más (ni Estado, ni Islámico), ahora que hemos inaugurado 2018, podemos decir que empieza el siglo XXI. Empieza un nuevo siglo que de momento es estadounidense, ruso, chino, o sea nacionalista, siglo que cerrará el ciclo comenzado con la revolución americana y francesa de finales del XVIII.

Podríamos considerar todo lo sucedido en los últimos 25 o 26 años -más o menos la extensión de una generación- como un período de transición que ha convertido a los millennials en adultos. La euforia de la caída del Muro de Berlín y del fin de la historia llevó a decisiones como la derogación, en 1999, de la ley Glass-Steagall (la que separaba en Estados Unidos la banca de depósito y la de inversión). Fue el símbolo de un entusiasmo por el mercado que acabó en desastre. Al tiempo que los millennials crecían y aumentaba la burbuja inmobiliaria, Estados Unidos intentaba responder al mazazo del atentado del 11 de septiembre. La Guerra de Iraq, mal planteada, contribuyó, junto con el apoyo saudí, a hacer posible la pesadilla del califato, pesadilla de un islam perplejo ante la modernidad.

Los millennials ya se han incorporado al mundo de los adultos. Después de los muchos sufrimientos pasados y de una política monetaria que ha inyectado mucha liquidez (afortunadamente se perdieron los complejos), Europa y Estados Unidos crecen por encima del 2 por ciento. Es otra economía, otro mundo. Ha vuelto la desigualdad, el nivel de bienestar general no será nunca semejante al del final del pasado siglo y la cuarta revolución industrial (la digital) plantea muchas dudas. Ahora sabemos que el mercado no tiene una mano invisible para hacer magia y que el Estado no es soberano. Pero, con más pobres y con más heridas, hemos levantado la cabeza.

Tras la derrota del Daesh, quince años después del comienzo de la “Guerra contra el terrorismo”, hemos aprendido que los desequilibrios en Oriente Próximo son decisivos. Pero, sobre todo, tras habernos convertido en víctimas, nos hemos dado cuenta de que el enemigo no es externo, se llama nihilismo.

En este comienzo de siglo, en este inicio de 2018, Oriente Próximo como América Latina van a ser regiones importantes. Pero de momento los puntos en rojo son Beijing, Washington y Moscú. Arabia Saudí (en manos del “pequeño Salman”, el príncipe heredero) se ha convertido en un actor descontrolado y dispuesto a mantener, sin apenas límites, su rivalidad con Irán. Cuenta con el inestimable apoyo de los Estados Unidos de Trump y del Israel de Netanyahu. América Latina, con numerosas elecciones en 2018 (las de México son quizás las más importantes), parece iniciar un giro hacia la derecha como en los años 90 (vuelve Piñera a Chile y Argentina cambia de rumbo con Macri). Todo depende de si el izquierdista López Obrador se hace con la presidencia mexicana.

El siglo en China comenzó el pasado mes de octubre con el 19 Congreso del Partido Comunista. Un Congreso que ha convertido a Xi Jinping en el “nuevo Mao”. Las dudas sobre la economía amarilla se despejan y el gigante asiático manifiesta una voluntad de liderazgo estratégico mundial que es muy difícil de contrapesar. La influencia en Asia, las inversiones crecientes en África y América Latina, la compra de empresas en Europa nos confirma lo que ya sabíamos. El siglo XXI, al menos su arranque, es un siglo chino. El profesor Richard Madsen, de la Universidad de San Diego, ha sostenido recientemente que el capitalismo de mercado de Xi Jinping y el nuevo culto a la personalidad se sostienen en un sentimiento nacionalista. La devoción a la nación china y a la cultura Han podría estar intentando dar respuesta a lo que Ian Johnson ha retratado en su libro The Souls of China: The return of Religion After Mao (Las almas de China, el retorno de la Religión después de Mao).

En Rusia, que va a reelegir a Putin en 2018 casi por unanimidad, la clave de nacionalismo religioso es indiscutible. Es sorprendente ver cómo el viejo imperio, con una esperanza de vida como la de Bolivia, una economía del tamaño de la española y una riqueza por habitante como la de Grecia, sigue siendo tan determinante. Muestra de ello es que, a pesar de que la oposición en el seno de la UE, el proyecto de construcción del gaseoducto Nord Stream 2 (que llevará gas directamente a Alemania) avanza. Pero la fuerza de Rusia no está solo en sus recursos naturales sino en la voluntad, como ha mostrado en Siria, de seguir siendo una nación grande.

El nacionalismo de Trump también tiene una cita en 2018 con las elecciones de medio mandato. Después de un primer año convulso, la llegada del general Kelly a la Casa Blanca ha puesto cierto orden. Las investigaciones del fiscal Mueller, por la trama rusa, avanzan. Pero la posibilidad del impeachment se aleja. Trump ha venido para quedarse, y no es descartable un segundo mandato. Tiene intacto el apoyo de los “creyentes” que apuestan por que América sea lo primero.

China, Rusia y los Estados Unidos nos señalan que en este comienzo del siglo XXI hemos vuelto al inicio del XX. El mundo se agita con la misma sed de significado que no podía ya saciarse en las tranquilas fuentes de los valores ilustrados hace cien años.

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