Elogio de la vida intelectual en la era de las utilidades

Cultura · Antonio R. Rubio Plo
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6 diciembre 2022
Zena Hitz, profesora en el Saint Johns’ College en Annapolis, ha escrito Pensativos. Los placeres de la vida intelectual (Ed. Encuentro), un libro que merece figurar entre los clásicos de los dedicados al estudio, el aprendizaje y los libros.

Es a la vez una defensa, tan apasionada como razonada, de la vida intelectual. Para bastantes personas, esta vida tiene únicamente el valor de la instrumentalidad, y para otros solo es una representación de arrogancia y autosuficiencia, propia de alguien más pendiente del espíritu que de querer mezclarse con el mundo a su alrededor.

La autora nos habla desde sus propias experiencias: ávida lectora en su infancia, ilusionada estudiante universitaria y profesora de filosofía clásica, pero también con la experiencia de quien ha conocido la decepción. Es la surgida de quien descubre que la mayoría de los alumnos quiere el estudio para su utilidad en otros fines y de quien cae en la cuenta de que en la vida académica se mezclan el miedo al fracaso y la necesidad de reconocimiento del profesor por parte de los círculos cerrados que ostentan el poder en los campus. Sin embargo, un acontecimiento despertó a Zena Hitz de sus sueños y decepciones: los atentados terroristas del 11-S, que hicieron que en su interior brotara la compasión, un don que no es concedido a todos. A partir de entonces se interesó por la religión, algo ajeno para ella en su ambiente familiar, y al poco tiempo fue admitida en la Iglesia católica, de la que le llamó la atención ver en sus ceremonias gentes de todas las razas y estratos sociales. Esto no lo veía en otras iglesias. Tomó luego la decisión radical de unirse a una comunidad religiosa canadiense, pero terminó dejándola, pasados tres años, para volver de profesora a las aulas universitarias. Se dio cuenta de que su vocación y su llamada a la felicidad no pasaban por el abandono de la vida intelectual. Para Zena Hitz, vida intelectual y vida interior eran la misma cosa.  Ahora comprendía mejor que antes que la vida intelectual no es un lujo inútil, ni un instrumento para asegurarse riqueza y estatus social.

Pensativos es una defensa del estudio y del aprendizaje, en los que son excelentes complementos la lectura y la conversación. El gran “descubrimiento” de la autora es que el trabajo intelectual puede ser una forma de servicio amoroso, al igual que otras profesiones socialmente más reconocidas. Sin embargo, añade que en ese trabajo importan menos los resultados, una afirmación que ciertamente no compartirían muchos alumnos, profesores y planificadores académicos. Antes bien, Zena Hitz insiste en que el aprendizaje es bueno por sí mismo, aunque no lo entiendan así quienes practican un modo de vida de adicción al trabajo, en la que no hay tiempo para el ocio y la contemplación. Por lo demás, estas personas ni siquiera consideran la vida intelectual como una dimensión del ocio. Entienden el ocio como un simple recreo o distracción, en el que importan más las emociones y sensaciones que cualquier otra cosa. Eso sería un ocio “útil”, pero no el saber ni el aprendizaje. Cabría añadir que así no hay lugar para el asombro, la indagación o la reflexión. Todo esto es consecuencia de que la vida intelectual ha sido reducido a un mero objeto. En contraste, Zena Hitz recalca que esa vida debe de constituir una dirección.

Quienes tienen una actitud de búsqueda y no reducen su existencia a un cúmulo de emociones y autosatisfacciones, experimentarán, tarde o temprano, un cambio en sus vidas si cultivan el estudio y el aprendizaje. Es lo que, sin ir más lejos, le sucedió a san Agustín, cuya trayectoria vital y espiritual es evocada por la autora, que hace además hace esta certera observación: “El aprendizaje erosiona su comodidad”. En estos pasajes del libro podríamos experimentar el deseo de leer o releer Las confesiones, una de las primeras obras que sondeó en el abismo de la conciencia, y de ella se pueden sacar algunas enseñanzas subrayadas por Zena Hitz: el rechazo del espectáculo y de una vida superficial, en la que cada uno se complace en sus apetencias; el no quedarse apalancado en una vida aparentemente agradable y feliz en la que no se quiere hacer nada para cambiarla. En Las confesiones encontramos además un alegato contra la curiosidad, el amor desordenado al espectáculo, a la concupiscencia de los ojos. En esa misma línea, va la afirmación de la autora de que Internet no deja de ser “un pozo de fascinación escabrosa”. Y en la obra de san Agustín, la curiosidad muestra un lado perverso en el episodio de las peras robadas por el protagonista y sus compañeros, unas peras que no eran buenas de sabor y tampoco ellos tenían hambre. Actuaron solo movidos por la curiosidad. La curiosidad sigue estando hoy acreditada como una expresión de libertad espontánea. En cambio, el estudio, que supone esfuerzo y reflexión, entra dentro de la categoría del aburrimiento.

Con todo, Zena Hitz señala que el afán de curiosidad y la búsqueda insaciable de emociones responde, sin duda, a un intento de buscar la verdad. Pero para tener éxito en esa búsqueda hay que aspirar a la verdad, “un deseo de verdad sobre la vida”. Desgraciadamente, para muchos la superficialidad es mucho más atractiva, y el propio san Agustín nos indica el por qué: “Es por la aversión a conocer la verdad sobre nosotros mismos”.

Para la autora de este libro la vida intelectual tiene el doble carácter de salida y retiro. Debe de referirse a que esa vida es un retiro que implica una salida para llegar “al fondo de la vida, a la felicidad, al gozo de la verdad”. Es todo un contraste con el culto desproporcionado de la sociedad actual a las emociones, lo que conlleva el rechazo o la minusvaloración de la vida intelectual. Por eso, Zena Hitz escribe que “las emociones pueden retenernos en las superficies, impidiéndonos alcanzar los bienes reales que se encuentran más allá de ellas”.

En otro orden de cosas, el libro es una crítica de la “opinionitis” en la que han caído tantas personas e instituciones, en particular las universidades cristianas y católicas, que cometen el error de enseñar a base de opiniones. Esa actitud no favorece ni la indagación seria ni el desarrollo intelectual. La autora advierte además del riesgo que supone reducir todo en la práctica a una catequesis y evangelización sustentadas en esquemas de una presentación digital. Existe también el problema de que a veces se olvida el componente sobrenatural del cristianismo y que no siempre se tiene en cuenta que es la gracia la que edifica sobre la naturaleza.

Pensativos se ha escrito para afirmar que la cultura, el pensamiento y la alegría de vivir no son incompatibles, que amar el aprendizaje por sí mismo no es egoísmo. El aprendizaje es algo que enriquece y apasiona y, por tanto, todo intelectual que busque sinceramente la verdad, no se quedará a solas con sus conocimientos. Con ellos habrá ensanchado su corazón y tendrá la oportunidad de vincularse más a quienes le rodean.

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