Elogio de la complejidad

Editorial · Fernando de Haro
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26 abril 2021
Elogio de la complejidad, sí. La complejidad es quizás uno de los síntomas más contundentes de que se entra en la realidad y no se somete a un esquema.

En febrero, una encuesta del Econmonist-YouGo le preguntó a los estadounidenses cómo veían el mundo. El sondeo daba dos opciones. La primera aseguraba que el mundo era grande, maravilloso, lleno de gente estupenda, y que no había motivo para estar solo. La segunda opción sostenía que la vida estaba amenazada por terroristas, inmigrantes ilegales y que la prioridad era protegerse. Dos fórmulas nada complejas que oscilaban entre el buenismo y la obsesión por la inseguridad y la amenaza de los inmigrantes. Los resultados eran muy significativos: cuatro de cada tres votantes de Biden optaron por la imagen de un mundo maravilloso, dos tercios de los votantes de Trump optaron por un mundo catastrófico.

Es lo mismo que sucede en la campaña electoral para las elecciones regionales de Madrid. Solo una idea simple y alejada de la realidad puede permitir a un partido pedir el voto tematizando la inseguridad: España es uno de los países más seguros de Europa y Madrid una de las ciudades más seguras de España.

Dos ejemplos sirven para ilustrar cómo las fórmulas que no contemplan la complejidad no sirven para comprender lo que sucede en el mundo. Uno es la reciente retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán y otro las políticas para hacer frente a la crisis económica generada por el Covid.

El presidente Biden en sus primeros cien días de mandato ha tomado con rapidez muchas y muy importantes medidas. Ha puesto en marcha un ambicioso plan de recuperación, ha rehecho las relaciones con los aliados tradicionales, ha acelerado el proceso de vacunación y, también, se ha comprometido a sacar las tropas de Afganistán. Lo va a hacer en el momento en el que se cumplan 20 años del inicio de la guerra contra la tierra donde los terroristas de Al Qaeda y los talibanes mantenían una reserva mundial de yihadismo. Afganistán sí lo era y lo es, Iraq no. Tras el 11 de septiembre, los resultados de la ofensiva estadounidense fueron casi inmediatos. Pero los talibanes encontraron refugio pronto en el oeste de Pakistán y desde ese país lanzaron una contraofensiva que durante las últimas dos décadas no se ha podido responder con éxito. Obama y Trump prometieron traer de vuelta a sus soldados. Ahora parece que Biden lo va a hacer.

Es un error. En el mundo hay gente estupenda y gente no tan estupenda. Hay migrantes que amenazan poco la seguridad y hay yihadistas que sí son una amenaza. Dejar a Afganistán a su suerte supone que seguramente lo que era una guerra entre los talibanes y los ejércitos occidentales se transformará en una guerra civil. La parte más débil es el gobierno afgano y los talibanes pueden llegar a controlar el poder. Los talibanes siguen vinculados a Al Qaeda y no han respetado los acuerdos de paz de las conversaciones que se produjeron en Doha en 2020.

Con los soldados estadounidenses se marcha también la OTAN (NATO). La situación puede ser muy parecida a la que se creó en 2011 con la retirada de Estados Unidos de Iraq, aconsejada ya entonces por Biden. Aquella decisión, entre otros factores, provocó el ascenso del Daesh.

La expresión “guerra contra el terrorismo” no tiene sentido precisamente porque estamos hablando de un fenómeno complejo en el que es determinante la asimetría entre los Estados y los yihadistas. Y también porque el factor cultural, educativo y religioso es mucho más determinante que en un conflicto clásico. No vale ni el simplismo de dar por superada la amenaza yihadista por la derrota del Daesh ni el esquematismo utilizado hace dos décadas para hacerle frente.

Del mismo modo que no sirve para responder a la crisis económica la clásica dialéctica entre Estado y sociedad civil, Biden sí ha acertado al impulsar el plan de estímulos de 1,9 billones de dólares. Como también ha acertado la UE con la puesta en marcha del Fondo Next Generation, por valor de 1,8 billones de euros. No es bueno que haya un retraso significativo para ponerlo en marcha. Estos días llegan a Bruselas los planes nacionales y es necesario agilizar al máximo la gestión. La ocasión casi única que suponen las ayudas europeas no puede someterse a un esquema estatalista que no cuente con el mercado y la sociedad civil (vicio muy español). Pero tampoco se puede pedir en este momento menos Estado. Una vez más es necesario contar no con menos Estado sino mejor Estado, mejor Europa para que haya mejor sociedad.

Desconfiemos de los eslóganes y de las fórmulas que huyen de la complejidad.

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