Elecciones y superación de contrarios

Editorial · Fernando de Haro
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2 abril 2023
Los partidos políticos tienen la pretensión de reducir la dimensión política de la ciudadanía al momento del voto. La democracia no es como la rueda, una vez descubierta tiene que ser conquistada y reconquistada una y mil veces.

Ya estamos, otra vez, en período electoral. En realidad llevamos años, casi decenios, en un período electoral que no acaba nunca. Conviene votar en mayo y en las generales de modo que los políticos al frente de malos gobiernos cambien de trabajo.

Pero es fácil caer en una visión reductiva de las convocatorias que tenemos por delante, entendiendo el momento solo como una ocasión para “escoger bien” la papeleta oportuna. De hecho, esta es la pretensión de los partidos: reducir la dimensión política de la ciudadanía al momento del voto. Las elecciones suelen ser un buen test que desvela si durante los períodos no electorales hay una construcción de la cosa pública sostenida en el tiempo.

El principal problema que tiene en este momento España es la destrucción de cualquier tipo de amistad cívica: “nuestro modo de estar en la ciudad política o habitus ciudadano consiste en que los nuestros puedan doblegar a los contrarios. Este es nuestro fondo cultural que la ideología ha dibujado desde hace más de una centuria”, denunciaba Mikel Azurmendi.  “Los deseos socializadores, por el contrario, provienen de nuestros sentimiento de dependencia mutua -añadía el vasco- existen y son fuertes en España pero no se refieren al espacio público sino al privado. (..) Hacer política sin ideología es, entre otras cosas, romper esta dicotomía entre público y privado, posibilitando que los intereses de acercamiento al otro y ayuda mutua de la ciudadanía sean los que dirijan el espacio público”.

La política sin ideología ha ido perdiendo terreno en la vida pública española desde hace 20 años. El deseo de una renovación de las instituciones que tantas esperanzas despertó el movimiento del 15 M se ha frustrado. Es como si hubiese desaparecido, en la fractura de la polarización, el valor de una comunidad deliberante, es decir de la verdadera “política” en el significado que le atribuyó Hannah Arendt. Una vez superado el período de la transición, ahora tan criticado, hemos caído en la ingenuidad de pensar que nuestro régimen democrático se hubiera alcanzado de una vez para siempre. La democracia no es como la rueda, una vez descubierta tiene que ser conquistada y reconquistada una y mil veces.

Por eso hay que tener en cuenta que se vuelve a discutir mucho sobre democracia y con tonos preocupantes. Las democracias constitucionales contemporáneas atraviesan una etapa de crisis. Es posible que ya hemos entrado en una nueva fase, la de la posdemocracia, según la expresión de Colin Crouch. Los rasgos del momento son evidentes: propaganda, información unilateral, censura, extremismo, ideología, fanatismo, pura y simple falsedad…

Ante esta situación, los obispos españoles han subrayado, recientemente que “es imprescindible superar la dialéctica de contrarios, germen de desconfianza y enfrentamiento, como forma de acercarnos al otro y a la realidad entera”. Por eso proponen diálogos en los que haya “escucha para acoger lo que el otro vive y propone, el reconocimiento de puntos de encuentro en los fines y en los medios perseguidos, formular acuerdos posibles y abrir caminos de acercamiento en las diferencias desde la prioridad de la escucha de la realidad y el propósito del bien común, por encima de ideologías e intereses de poder”.

Desde el punto de vista cristiano alimentar la dialéctica de contrarios, sin apuntar vías para superarla es formar parte del problema y no de la solución.

 

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