Elecciones legislativas francesas: LIF y 3i
Los resultados de las presidenciales de hace un mes mostraron a un Macron apoyado en segunda vuelta por un 58.5% de los votantes. Esto es, 18.8 millones de franceses inscritos para votar lo hicieron por el liberalismo social, mientras que 13.7 millones se abstuvieron, y otros 13.7 millones votaron por Le Pen, 2.2 millones fueron a votar en blanco y 0.8 millones fueron votos nulos.
Entre el voto protesta expresado en Le Pen, el voto del miedo, muy presente en Macron, y los inasequibles al desaliento de la abstención y los votos nulos, unido a los 2.6 millones de franceses en edad de votar, no inscritos para no hacerlo, la imagen del país es francamente mejorable. No se respira en el ambiente postpandémico y con una guerra a escasas dos horas en avión ningún tipo de optimismo o de compromiso con la realidad de una guerra en Europa. Más bien, se da el caldo de cultivo para que cualquier tipo de reforma impopular (pensiones, edad de jubilación, impuestos, tasas…) genere aún más desafección y que esta pueda ser aprovechada, entre otros, por Rusia.
En estos momentos Francia es un eslabón débil y no parece que el partido de Macron vaya a ganar como lo hizo en 2017, cuando era un movimiento con apenas seis meses de vida, sin pecado original, capaz de representar los valores de la República.
El partido de La República en Marcha, ahora Renacimiento, está de nuevo en pugna con la derecha reaccionaria, esta vez dividida entre lepenistas y zemmouristas. De estos dos últimos partidos, de uno u otro modo, se puede decir que buscan la referencia de los valores de Francia (De Gaulle dijo que la república es laica pero Francia es católica), sin rechazar los valores republicanos del todo, acaso matizándolos, en un complejo totum revolutum desde Juana de Arco pasando por Vichy, y los sentimientos nativistas e identitarios que se oponen frente a los franceses de origen magrebí, sobre todo. Además, hay que añadir el debate entre globalistas y europeístas versus nacionalistas, y cualquier otra división que queramos o se nos ocurra, como entre personas que se crean afortunadas (mayoría votantes de Macron) o desgraciadas (mayoría votantes de Le Pen).
A esto se añade una izquierda que ya es extrema y que, unida en torno a Mélenchon (La Francia Insumisa), recuerda al Frente Popular de 1936 o, más reciente, a la última gran alianza de izquierdas desde hace una generación. Esta izquierda radical, que se denomina social y ecologista, busca formar gobierno y cohabitar con el presidente Macron, forzándole a aplicar un programa de medidas que en 2017, cuando era improbable que ganara en las legislativas Mélenchon, incluían la salida de la OTAN, la edad de jubilación a los 60 años, la ecología y las renovables en el centro, reducción del consumo de carne y una refundación de la República, apoyando un proceso constituyente, buscando la mayor participación, la rebaja a 16 años de la edad para votar y el referéndum revocatorio contra cargos públicos electos.
Pronto veremos si las encuestas aciertan dando una leve ventaja al partido Renacimiento, de Macron, sobre La Francia Insumisa. Lo que es claro es que las fuerzas estarán muy equilibradas entre estos partidos, que aglutinan sendos bloques, apareciendo el tercer no-bloque de la extrema derecha con dos partidos en lid.
La abstención será alta, como viene siendo la tónica habitual. Pase lo que pase, el panorama político francés dará carta de naturaleza a una conjunción de fuerzas más o menos de orden, de centro, sistémicas, de continuidad, llamadas a compartir la realidad con dos grandes fuerzas extremistas, que interpelan a la V República. Pero ninguna de estas tres alternativas políticas, aun cuando Macron pretenda un gobierno multicultural (y femenino), tiene la solución o llega a representar del todo a los descartados sistémicos y sin esperanza que habitan en los territorios urbanos llamados “banlieues”, como Saint-Denis, donde te quitan la cartera cuando ganas una Copa de Europa.
La razón de Estado se conjuga en Francia en estos territorios, o más bien, la razón de ser del Estado francés, necesitado urgentemente de clases de pilates. Y amigo lector, lo que sucede en Francia afecta a Europa. Si a usted le preocupa el destino de un pobre niño rubio ucraniano y no se pregunta por el Dios al que reza, en las “banlieues”, cualquier atisbo de pertenencia a Europa, o a la misma Francia, pasa por ciencia ficción. Este es el desafío de los políticos franceses, y no la economía. Que a un musulmán de Saint-Denis le conmueva un muerto ucraniano. ¿Por qué me va a importar alguien? ¿A quién le importo yo? ¿Tanto me dan de pensión, tanto valgo? Macron debe manejar el sentimiento de insignificancia… el mismo que llegó a sentir Trump cuando Obama se mofó de él, o el de un cabo austríaco…
Frente a la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad (LIF), ciertamente abstracta e idealizada, se opone 3i, es decir, la Idocia, la Identidad y la Ideología. Tan peligrosa resulta la victoria de LIF sobre 3i, que la de 3i sobre LIF.
La realidad es bien diferente, y LIF debe ponerse en juego, haciéndose presente no como algo abstracto y lejano, sino que han de encarnarse en el ciudadano, para abordar los problemas cotidianos de éste (inflación, enfermedad, llegar a fin de mes, empleo de calidad, desarrollo personal, estabilidad familiar…) en su justa medida. Esto solo lo puede calibrar aquél que vea en la política una oportunidad para construir un espacio común, al servicio del hombre integral, ni contra nadie, ni a favor de una utopía.
No es fácil, pero París bien vale una Misa, aunque sea en Saint-Denis… y otro gallo cantaría.