El yo democratizado entregado al poder (II)

Cultura · Mikel Azurmendi
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14 septiembre 2021
Segunda parte de uno de los últimos artículos de Mikel Azurmendi dedicado a reflexionar sobre la situación de la democracia

El vacío de la vida, un aburrimiento inimaginable

Considero que este retrato nietzscheano del hombre de voluntad de poder contiene toda la fuerza de la mejor antropología del yo democratizado. Extractaré tres trazos de esta pintura: el yo-sin-vínculos, el yo-sin-compasión y el yo de los disfraces.

a) La primera paletada del retrato y la última dibujan la soledad: un yo suelto de todo ligamen con el otro, un espécimen humano sin vínculos. A manera de un dios su destino es dirigir, imponerse a los otros, pero sea que lo logre o no, deberá abrirse camino solo, asilado y endiosado en sí mismo. Es un ser en camino y sin finalidad alguna ni plan que marquen su camino. La construcción de sí mismo la hará respondiendo al azar de las circunstancias que le sucedan en el camino, construyéndose por tanto según su “enmarañamiento entre las cosas”, a lo Groucho Marx.

A ese individuo desvinculado de todos le aplica el rasgo de incomunicable que recoge del pensamiento cristiano tradicional sobre el concepto de persona pero subvirtiendo su anclaje metafísico y convirtiéndolo en cultural8. Es incomunicable ese ser superior de Nietzsche porque no ama lo familiar, porque no crea emociones de intimidad de familia ni posee un ethos de acercamiento o filía a los demás sino más bien una lejanía que le hace pasar por un perfecto desconocido. Incomunicabilidad en cuanto corte total con el pasado y el futuro de la tradición, solipsismo completo del yo, alejamiento endiosado respecto del otro. La persona convertirla en individuo, he ahí el núcleo de la trasmutación de los valores del superhombre nietzscheano.

Para comprobar que este individuo es hoy el personaje central de nuestra sociedad basta ver el film La teoría sueca del amor (Erik Gandini, 2015) comprobando el devastador programa socialdemócrata sobre la persona en uno de sus lugares más “progresados”. Allí, en Suecia, el 50% de la población vive sola pero el 40% asegura sentirse muy sola, y de cien personas veinticinco mueren solas en sus solitarios apartamentos, muy a menudo sin nadie que sepa nada de ellas ni reclame su cadáver. Una política socialdemócrata fue dirigida en los años 70 a romper la estructural dependencia humana y a hacer de la persona un individuo nietzscheano. Fue un programa cuyo eje es sociológicamente erróneo por ser antinatural, dada nuestra biología neuronal que nos constituye como seres dependientes y necesitados de la interacción mutua.
La crítica del sociólogo Z.Bauman en el film es certera: “Los suecos han perdido las habilidades de la socialización. Al final de la independencia no está la felicidad, está el vacío de la vida, la insignificancia de la vida y un aburrimiento obsoletamente inimaginable”. Sin embargo vacío, insignificancia y aburrimiento de vida no producen solo infelicidad sino suicidio, delirio y demencia. Lo prueba la oxigenante comparación del film entre ese estilo de vida socialdemócrata y el de la vida tradicional que encuentra el médico huido de Suecia a África, a curar. Se trata de un viaje a miles de kilómetros de distancia para hacer una vida de entrega a otros. Un camino con un objetivo claro y buscando el encuentro con cada enfermo, hasta su familiaridad e intimidad. A diferencia de este médico sueco el super-hombre que habitaba en Nietzsche también emprendió a sus 35 años un largo y definitivo viaje de diez años por Suiza, Francia, Italia y Alemania. Por tierra y por mar, por montañas, lagos, balnearios y ciudades populosas, hablándose mucho a sí mismo y escribiendo mucho pero en la soledad: fracasando en su oferta de matrimonio a Lou Salomé, rompiendo con Malwida von Meysenburg hasta acabar abrazándose a un caballo que estaba siendo batido por el arriero y tener que ser ingresado para siempre en un psiquiátrico.

Para terminar de comentar este primer rasgo del individuo de voluntad de poder evocaré el hecho de que la pérdida de las habilidades de socializar, señalada por Z.Bauman, apunta a una irreparable inutilización de las neuronas espejo. Éstas tienen la función del aprendizaje humano por mimesis –también el lingüístico– y, por tanto, de toda la transmisión cultural. Por consiguiente, no es difícil conjeturar que el destino final de ese hombre sin “habilidades de socializar” únicamente será su extinción. No es por azar por lo que uno de los productos en alza de nuestros días sea el movimiento antinatalista Voluntary Human Extinction, al parecer acaudillado por las ideas de “Better never to have been” del filósofo David Benatar. Tampoco es puro azar que Michel Houellebecq, uno de los escritores más lúcidos en destripar nuestro ethos democrático y liberal, haya descrito en Las partículas elementales el drama nihilista de dos hermanos, uno loco por el sexo y el otro, un célibe casi místico, trabajando en un proyecto de investigación para fabricar un nuevo ser transhumano.

El papel de las emociones en la acción humana

b) El segundo trazo del retrato del individuo nietzscheano, su impermeabilidad a la compasión, señala precisamente la extinción biológica humana. Como se sabe, la función bio-química de las neuronas espejo consiste en que el cerebro de una persona “copia” los mismos movimientos cerebrales de otra. Es decir, las emociones y sentimientos de cualquiera se los apropia quien se encuentre viéndole o escuchándole. Lo cual señala que nuestros cerebros se hallan conectados neuronalmente unos a otros y se “espejean” como en Wi-fi/Bluetooth. Ese mecanismo funcional de simulación corporeizada es el que nos capacita para compartir con otros el significado de las acciones e incluso de sus intenciones9y, por supuesto, es la base de la empatía como se ha archidemostrado a partir de los experimentos con monos del equipo de Rizzolatti. Pero si la compasión del Buen Samaritano (Lc.10 25-37) puede ser explicada neuronalmente, del comportamiento del levita y del escriba -que pasaron de largo ante el caminante malherido por unos ladrones- se infiere también que disponemos de mecanismos obstruccionistas que malbaratan la simulación corporeizada. Es decir, que lo que constituye una “atracción” neuronal hacia el otro se nos pervierta en neutralidad, rivalidad y hasta hostilidad.

El deseo mimético de apropiación es seguramente la más potente artillería que tenemos los humanos para pervertir de raíz cualquier función neuronal de empática compasión. A diferencia del deseo de emulación que nos provoca la emoción de admiración hacia alguien, y nos estimula hacia la imitación, este otro deseo nos hace ansiar el deseo de otro o de alguna de sus pertenencias o situaciones. Se trata esencialmente de envidia, una sacudida emocional que nos remueve hacia la hostilidad del otro, dado que éste no está dispuesto a ceder de sus bienes (sea su asno, su casa o su esposa: Deut. 20,17). El envidioso vive de mirar al otro y los latinos usaban la locución invidia esse alicui como odiar a alguien. Spinoza, como judío errante de familia expulsada de Espinosa de los Monteros (Burgos) y exiliado en Holanda, debía de conocer bien esta emoción social: “La envidia es el odio en cuanto dispone al humano a gozar del mal de otro o a entristecerse del bien de otro” (Ética, III, prop.24). Max Aub, otro español nacido en Francia hijo de judía alemana y bien probado en exilios, acaso no conociera el libro de Spinoza pero conocía bien a los españoles y hace decir a uno de sus personajes: “Aquí la gente no se odia, mi distinguido amigo, se desprecia y se envidia. El odio es fuerza. El desprecio engendra desiertos”. También los mitos narran muy a menudo la génesis del cosmos y hasta la de determinado tipo de ser humano a partir de casos paradigmáticos de envidia y resentimiento: tal es la línea de los dioses griegos Urano/Kronos/Zeus o de Caín/Abel o de José y sus once hermanos o de Romulo/Remo. También lo recoge abundantemente la literatura, como p.ej. la relación Saltieri/Mozart en Pushkin, o Nietzsche/Wagner, Nietzsche/Kosima, Nietzsche/cristianismo a lo largo y ancho de toda la obra de Nietzsche.

A partir de la crítica literaria ha llevado hasta muy adelante René Girard la teoría del deseo mimético, insertándola en el terreno en el que ni la sociología ni la antropología se atrevieron porque jamás quisieron entender el papel de las emociones en la acción humana. Hago mía la teoría de este autor de que el objeto deseado genera disputa aunque no valga nada como objeto: diez niños en una sala con diez juguetes idénticos en la mano se disputarán por el juguete del vecino. La teoría subraya empero que el juguete puede volverse bien pronto irrelevante pero que la disputa puede continuar por la pretensión de derrotar al rival. O sea, este deseo de apropiación señala un rival y puede que, bien pronto, hasta un enemigo.

Los celos, la envidia, el resentimiento y el odio son devaneos o frustraciones del deseo mimético de apropiación. Así, la envidia del niño por lograr el juguete del otro niño, el marido celoso ante las miradas del vecino a su esposa y que ajusta cuentas con él, la pugna entre vecinos y hasta el odio por pequeñas minucias, el ex novio que no soporta que su ex se haya puesto a vivir con otro y asesina a ambos, la madre que rapta al hijo del ex marido poseedor de la custodia del pequeño, la novia que mata al hijo de su novio porque éste le requería mucho tiempo. Todos estos sucesos y otros mil que han ocurrido aquí y siguen ocurriendo a diario no son de “violencia doméstica” (ni tampoco su traducción española “violencia de género”) sino puro paroxismo del deseo mimético. Lo que era deseo de apropiación queda convertido en antagonismo entre rivales o como explicaba von Clausewitz (“La guerra no es otra cosa que un duelo amplificado) y más tarde C. Schmitt (“La guerra es solamente la máxima realización de la enemistad”).

Es un hecho no suficientemente subrayado por los historiadores que la ideología nació como producto mimético mayor: Liberté, égalité, fraternité se convirtieron en promesa social a base de señalar a determinada gente como odiosa, de vengarse de ella y abolir jerarquías y tabúes. Tras haber impulsado mucha violencia y guerra, el mimetismo fue canalizado hacia la economía (el mercado, incluido el trabajo, como la mano providencial de la igualdad de todos los concurrentes) y hacia la tecnología (carrera armamentista entre copiadores mutuos de quién podrá matar a más en menos tiempo). Pero también hacia la política democrática donde el “espíritu de partido” hace creer que eres víctima de los otros y, por lo tanto, elegirás el mismo enemigo que elijan tus colegas.

Economía, tecnología y política democráticas no funcionan ciertamente para la compasión sino más bien –como auguraba el hombre nietzscheano– para hacer de los individuos “sirvientes, herramientas” intentando “siempre hacer algo de ellos” en beneficio propio. Esta sería precisamente la definición de BIEN GENERAL en la sociedad democrática: hacerse con una mayoría de votantes para satisfacerla a base de fabricar leyes contra el resto minoritario en nombre del interés del país. Interés que nunca será otra cosa que el interés del poder. El individuo-votante, mera herramienta al servicio de los fines de otro e inutilizado permanentemente para el bien común.

Toda ideología necesita su contraria

c) En realidad el trazo nietzscheano de la máscara es un corolario del anterior.

Si el individuo de la voluntad de poderío se oculta siempre bajo un disfraz al hablarle a otro, es porque éste está dispuesto a dejarse manipular y utilizar. Esta disposición la poseemos todos precisamente porque no tenemos compasión sino sólo enemistad con quien envidiamos y odiamos. De ahí que el axioma del defensor de cualquier ideología sea el lema del resentido “Quede yo tuerto, si mi vecino queda ciego”: toda ideología necesita su contraria. Por eso la ideología disfraza los motivos y proyecta temores no reconocidos. Haciéndolo subvierte las envidias, celos, resentimientos y odios forjando un nuevo valor, el de “enemigo”. Esta es la trasmutación de valores del señor de la voluntad de poder.

De ahí que el individuo de la ideología siempre lleve una máscara, “siempre mienta más bien que diga la verdad: mentir exige más espíritu y voluntad”. Precisamente porque mentir exige estar siempre en tensión hacia el poder, hacia la utilización del otro y su conversión de despojo.

Aquella mentira fácil y masiva de la pancarta ya ha dejado su sitio a las sinuosas y guerreras fake news de las redes telemáticas porque el enemigo no es ya el patrón de la fábrica y ni siquiera la patronal y tampoco se trata de combatir mediante la voz única de una organización jerárquica, sindical. No, porque el enemigo ahora ya es el otro, cualquier otro definido por la ultimísima fase de la ideología en la que estamos (el fascismo, el hetero patriarcalismo, la derechona, la ultra izquierda, el populismo, etc.) y las fake actúan en rizoma, sin centro, pudiendo incidir cualquier elemento en cualquier otro, sin importar su posición recíproca. La mentira no está hecha de unidades, sino de dimensiones asignificantes y de direcciones quebradas circulando indistintamente como raíz, tallo o rama. Así es como casi todo llega a ser mentira en la sociedad democrática actuando a menudo los mismos periodistas y mass media de primera lanza. La mentira ya no tiene patas sino alas, y vuela; ni tampoco el mentiroso es cojo, sino quien puedePodemos, como movimiento hacia el poder, se gestó precisamente para alterar la visión de la realidad.

La reflexión de dos analistas actuales vigorosos resumirá bien el papel de la mentira como disfraz:
“En 10 años el valor financiero de la mentira ha ido subiendo hasta romper todos los techos. La mentira es enormemente rentable. Con mentiras se alzan presidentes, con mentiras se rompe la Unión Europea, con mentiras los bancos se arman de policías cabrones, con mentiras se destruye a la oposición, con mentiras se presentan currículos y doctorados sublimes, con mentiras se hacen naciones. La mentira es una inversión sin riesgo y con altísimos beneficios” (Félix de Azua, El País 11/02/2020)

“El matonismo de los fasci di combattimento que llevó la guerra a las ciudades ha sido resignificado en una clave posmoderna en las redes sociales. Pone en evidencia las disfuncionalidades operativas de la democracia mediante campañas de desinformación que no pueden ser contrastadas ni contraargumentadas en tiempo real… Los linchamientos y las llamadas “tormentas de mierda” consiguen adueñarse de debates que denuncian problemas que no existen. Y todo ello con el propósito de fijar un marco dentro del que extender la alarma y el malestar en destinatarios que, con el big data y otras estrategias de microtargeting, son identificados como consumidores y difusores de esos contenidos” (J. M. Lasalle, El País, 10/02/2020)

¿Y la realidad? ¿En qué clase de mundo creemos que estamos?

Dado que la animadversión al otro es más que mi amor hacia él; dado que no es aceptable la diferenciación de status, de jerarquía ni de sexo; dado que predico la exuberancia y espontaneidad del deseo; dado que la libertad es ampliar sin límites mi capacidad de elección; dado que no consiento más regla moral que lo preferible; dado que me siento aplastado por los tabúes religiosos, por las prescripciones culturales, por los sistemas judiciales, también por los de sexo y edad; dado que no tengo por qué aceptar las determinaciones de mi biología; dado que cuanto más consumo más diferente y auténtico me veo… Por consiguiente, yo soy aquel que en cada momento decida mi proceder. En cada circunstancia apareceré como más me convenga ser.

El yo ha ido quedando desustancializado, deshilachado en múltiples e incoherentes puntos de vista, pues personas y cosas son “cosa” sólo en cuanto las consumo, son un gozo breve, luego ya no son nada. Usar y tirar. La realidad se vuelve líquida, anunciaba Z.Bauman. La realidad está siendo asesinada, argüía Baudrillard, porque la turistización del mundo no ha dejado un solo trozo de tierra sin hollar.

Cuando a ese yo, mera subjetividad inconsútil y elástica al albur del deseo de disfrute, le advenga la desazón o incluso la depresión, el psicoterapeuta estimulará su subjetividad. Cuando le advenga el dolor o incluso la muerte, se los soslayará viajando, consumiendo droga o suicidándose. Al fin y al cabo uno no debe temer nada porque ya tiene a mano la eutanasia.
Lo que la realidad sea se nos convierte en un asunto de interpretación de mi subjetividad. Disfruto, luego soy. ¿Cuánto tiempo soy? Tanto tiempo cuanto disfrute. O expresado al estilo de Nietzsche: “el criterio de verdad reside en el incremento de la sensación de poder”. La realidad será del color que más incremente mi poder. Una realidad donde yo no pueda, me enloquecerá. A Nietzsche lo llevaron al psiquiátrico después de 10 años de viaje solitario. Nuestro viaje democrático-liberal nos lleva a la depresión. El individuo democratizado es un ser deprimido al que Lucrecio le susurra Nihil igitur, mors est. Pues ¡Viva la eutanasia! gritaron de júbilo los señores diputados de la mayoría en el Parlamento español y festejaban la victoria junto a las señoras diputadas, también de la mayoría.

Así es como en estos tiempos ya maduros del individuo democratizado resulta insoslayable que nos estamos adentrando en otra época, la del nihilismo al alcance de todos.

N.B.

Basándose en sus pertinentes sondeos, la Agencia española de Estudios sociales y Opinión Metroscopia empieza así una breve y sustanciosa nota sobre la confianza de los españoles en nuestro presente y en nuestro futuro: “El persistente pesimismo y la desesperación latente sugieren que España es hoy un país cansado y necesitado de certezas”. Y en las últimas líneas concluye con el siguiente diagnóstico: “La sociedad española muestra signos de fatiga y desesperación en su ánimo colectivo”.

¿Habrá sido por la pandemia de Coronavirus o será más bien que esta pandemia ha servido para aflorar más nuestra fatiga y desesperación? (cito la referencia entrecomillada de Francesc de Carreras, El Confidencial 21.02.2021)

NOTAS

  1. Como he aclarado en El Abrazo. Hacia una cultura del encuentro (Almuzara, Cordoba 2017), esta contradicción únicamente la solventé mirando la naturaleza del bien que se hacía a diario entre la gente del pueblo y admirando a los cristianos que así hacían. Y, por supuesto, formando parte de ellos dada la naturaleza trascendente de ese impulso como única motivación.
  2. Entre filósofos se le llama emotivismo ético pues sostiene que cualquier aserto moral o valorativo es sólo una expresión de preferencia y se usa con el propósito de expresar alguna emoción y, por consiguiente, emana de la pura subjetividad humana.
  3. La señora Celáa, ministra de Educación, había sostenido unos meses antes de ser aprobada su ley sin discusión parlamentaria ni escucha a profesores y padres que “los niños no pertenecen a sus padres de ninguna manera” (17 enero 2020).
  4. José de Arteche, intelectual vasco que vivió en mi ciudad y, pese a ser padre de tres hijos, fue llamado al frente durante la guerra civil como requeté del Tercio de Oriamendi, la terminó vivo sin haber disparado un solo tiro y sin que ninguno de su propia compañía le disparase a él. Dice en El abrazo de los muertos (ed. Icharopena, Madrid 1970) refiriéndose al ambiente social del país: “¿Qué tiene el odio que excava tan siniestra intensidad de fisionomía en quien lo siente? Nunca he visto, como ahora, esa impresionante huella facial de manera tan clara y generalizada. El odio hace daño al mismo que lo siente antes que a ningún otro. El odio envejece”.
  5. Cl. Levi-Strauss (El pensamiento salvaje, 1962, capítulo VII) al estudiar el nombre propio entre los pueblos ágrafos en tanto que franja de un sistema general de clasificación, llamado totémico.
  6. La voluntad de poderío (§ 534). Este libro consistía un amasijo de páginas manuscritas entre 1887- 88 que fueron aparejadas por su hermana editándolas en 1902 con ese título. La reflexión “Dios ha muerto” de Nietzsche aparece en Así habló Zaratustra (1883, IV “Sobre el Hombre superior”) y en La Gaya Ciencia (1882, § 343)
  7. M.Heidegger, Sendas perdidas (Holzwege) (Buenos Aires, ed. Losada, 1960). Las citas provienen de las páginas 210 y 216 respectivamente.
  8. La persona era una “entidad individual incomunicable” para los cristianos. La incomunicabilidad personal la entendía Boecio (s.VI) como lo inalienable debido a su interioridad, su autodeterminación y libre albedrío; y Ricardo de San Victor (s.XII), como imposibilidad de comunicar nuestra identidad y existencia. Flecos de esa metafísica han sido defendidos en nuestros días hasta por Karol Wojtyla (Amor y Responsabilidad, ed. Razón y Fé, Madrid, 1978:17) defendiendo que lo incomunicable de mi persona significa que no hay nadie que yo pueda querer en lugar de mi yo ni tampoco que ningún otro pueda reemplazar mi acto voluntario. Es decir, que como persona o ser individual, mi incomunicabilidad me posibilita no querer lo que el otro desea que yo quiera. Y también ser distinto de mis propios actos, aunque los haya hecho yo.
  9. Cualquiera puede consultar en Wikipedia las investigaciones de G. Rizzolatti, de V. Gallese u otros neurobiólogos o también leer en Mikel Azurmendi (El otro es un bien, Amazon 2020, cap. IV y V)

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