El voto y la rabia

Mundo · Javier Folgado
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11 mayo 2022
Europa ha suspirado aliviada ante la victoria de Macron en Francia ante las dudas que suponía el europeísmo de Le Pen en un contexto marcado por la amenaza rusa.

Sin embargo, el resultado no puede esconder la preocupación por el alto porcentaje de votos de una amalgama de partidos antisistema y antieuropeístas como el propio partido de Le Pen o la Francia insumisa de Mélechon que sumaban en la primera vuelta alrededor del 50% de los votos.

¿Se han vuelto los franceses extremistas? ¿Son todos xenófobos? ¿Son malas personas?

Javier Pérez Andújar, en una columna en El País, afirmaba que la gente no es facha, solamente tiene miedo a pasarlo peor todavía y es que hoy, afirmaba el escritor, el centro es el descontento.

Si nos movemos hacia el sur de España podemos observar un efecto similar protagonizado por Vox y Unidas Podemos con todas sus confluencias. ¿Son fachas los primeros? ¿Comunistas los segundos? ¿O es el signo de un voto protesta más que la expresión de una tendencia radicalizadora? Quiero llamar la atención al lector de que estoy hablando del votante, de ese que es nuestro familiar, del papá con el que coincidimos en el colegio, del amigo del trabajo… no estoy hablando de las élites del partido que, es cierto, han ayudado a incrementar aún más la semilla de la discordia aunque no sean los únicos responsables.

Los partidos más extremistas ante problemas reales inciden en un aspecto que puede ser verdadero (desigualdades, un reparto de la riqueza injusto, inseguridad ciudadana…), pero que es absolutizado y acaba degenerando en violencia. Un debate pobrísimo, en el que no se sale de lo políticamente correcto, dificulta aún más una salida razonable ya que no se puede hablar con libertad sobre las inquietudes de estas personas y no se les da una respuesta razonable.

Existe un sentimiento de rabia, de miedo… En el fondo faltan razones adecuadas para vivir. Muchos lo han achacado a las desigualdades y la pobreza. Ciertamente mucha gente tiene problemas para pagar los recibos de la luz y del gas… No dudo que sea un factor importante pero si en España o en Francia nos quejamos de la pobreza y la desigualdad, ¿qué diría una persona que vive en Venezuela o en Mozambique?

Existe también una masa de gente anónima, no acuciada por problemas económicos, donde predomina un sentimiento de no verse reconocido. ¿Quién me ama gratuitamente? ¿Quién le da un valor a mi trabajo? ¿Estamos contentos con la vida que llevamos? Buscar respuestas en la política a estas preguntas últimas es buscar opciones radicales porque también son preguntas radicales en las que no vale cualquier respuesta. De hecho, la falta de una respuesta adecuada a la exigencia de sentido nos hace descubrirnos con un malestar que fácilmente degenera en violencia aunque no sea para ir a la cárcel.

Quizá le estamos pidiendo a la política lo que no puede darnos y que resuelva problemas que no puede ni debe resolver. Las cuestiones del sentido de la vida no se responden en una ideología en abstracto, aunque fuera la mejor ideología política, sino fruto de un encuentro humano que hace posible que la política también pueda ser amable para el hombre.

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