Reconectar el voto y la experiencia social

´El tribalismo es una verdadera amenaza para la democracia y la libertad´

Entrevistas · P.D.
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23 abril 2019
El asesor parlamentario del PP Juan Milián Querol analiza la situación política que vivimos a unos días de que se celebren las elecciones generales.

El asesor parlamentario del PP Juan Milián Querol analiza la situación política que vivimos a unos días de que se celebren las elecciones generales.

En las campañas electorales se produce una situación polarización, pero parece que desde diciembre de 2015 estamos en un escenario nuevo. La polarización ha aumentado tanto que parece haberse disuelto el “nosotros” de un país compartido. ¿Exageramos cuando aseguramos que se disuelve el “nosotros” compartido? ¿Hay alguna relación entre esta disolución y la aparición de cordones sanitarios a izquierda y derecha?

Las nuevas tecnologías de la comunicación han permitido la difusión de ideas radicales que cuestionan cualquier statu quo. Las mismas redes sociales que han servido para debilitar a los dictadores e impulsar, por ejemplo, las primaveras árabes, también han fomentado la fragmentación social y la pérdida de confianza en las democracias liberales, creando burbujas de opinión, aislando a los votantes en colectivos donde solo se escucha el eco de sus propios prejuicios y eliminando a referentes que en el pasado eran comunes. Así, como señalas, se va disolviendo el “nosotros compartido”. Esta fragmentación, a su vez, facilita una preponderancia de lo emocional sobre lo racional que dificulta el diálogo y la reforma, y, lo que es peor, acaba convirtiendo a conciudadanos en enemigos.

En España se produce una participación electoral del 70 por ciento y una participación ciudadana (en iniciativas sociales, asociaciones civiles y otras fórmulas) del 20 por ciento. ¿Provoca esto que la opción por un determinado partido a la hora de votar tenga que ver más con opciones ideológicas o con pulsiones de última hora que con experiencias concretas de implicación social?

La fragmentación de la sociedad estimula la aparición de nuevos partidos y, por lo tanto, la fragmentación política. La oferta de partidos políticos con posibilidades de obtener una representación importante en las instituciones se ha duplicado. Al tradicional eje izquierda-derecha se le ha sumado la eclosión de partidos populistas. Así, hoy más que ayer, cabeza y corazón pueden dictar diferentes sentidos del voto, por lo que será normal que el día de las elecciones muchos votantes salgan de casa con una papeleta en la mano, pero acaben votando con otra.

Se apela mucho al diálogo en la vida pública, ¿cuál es nuestro nivel de diálogo social?

El eje ideológico, el debate entre la izquierda y la derecha, se ha ido disolviendo durante los últimos años y se ha sustituido por las cuestiones de la identidad. Como advierte Francis Fukuyama en su último libro, las motivaciones sociales o económicas son importantes, pero las ideas son fundamentales y hoy, en ellas, influyen de manera determinante cuestiones como la dignidad o el resentimiento. En esto tuvo mucho que ver cierta izquierda que, tras el fracaso de sus utopías, relegó la defensa de los intereses socioeconómicos de los trabajadores para centrarse en las políticas de identidad. Zapatero y Sánchez son dos claros ejemplos. Tanto el populismo como el nacionalismo juegan con esos mismos marcos retóricos, que acaban dividiendo la sociedad de tal manera que hacen tremendamente complicado el diálogo y, por lo tanto, cualquier posibilidad de reformismo.

¿La polarización política es un falso espejo de la vida social? ¿En nuestro espacio público hay sujetos que se narran, hay relaciones interpersonales y relaciones entre entidades sociales más sanas de las que se dan en la política de partidos?

Podría ser un espejo deformante, pero no falso. No existe una desconexión entre el debate político y la sociedad. Si la retórica de los políticos es hiperbólica y de confrontación, la convivencia se resiente, pero la influencia también se produce en el sentido contrario. Si en la sociedad se impone una cultura de la queja sin responsabilidad, la política tendrá pocos incentivos a sumar voluntades a favor de propuestas concretas en la línea del bien común.

El separatismo catalán es un caso evidente. Los líderes de los partidos separatistas mintieron al prometer la independencia en 18 meses. Después mintieron al decir que no lo intentaron y que todo era simbólico. Y ahora vuelven a mentir cuando dicen que están construyendo la República catalana. Si pueden mantenerse instalados en la mentira sistemática sin apenas penalización electoral, es porque hay una masa acrítica de votantes cuyos sentimientos y resentimientos han apagado la voz de la razón. Por lo tanto, la responsabilidad no sólo está en la política de partidos, sino también en una sociedad que debería exigir ser tratada como adulta.

Los estudios sociológicos reflejan un interés sostenido por la política, pero una desafección hacia los líderes políticos. Parece imposible pensar en la política como una vocación animada por un ideal. ¿Qué nos ha pasado? ¿Tenemos graves carencias culturales y educativas?

Me temo que en esto los españoles tampoco somos especiales. En todas las sociedades occidentales se ha producido un incremento de la tensión política durante los últimos años. Antes hablaba de las redes sociales, pero también la ansiedad provocada por el estancamiento de las clases medias y la sensación de pérdida de control ante los cambios sociales y tecnológicos están facilitando la aparición de discursos antipolíticos. Los populismos son síntoma de que algo no funciona, pero con su retórica agresiva también son causa del agravamiento de los problemas de nuestras democracias, ya que socavan aquellas virtudes cívicas, desde la responsabilidad hasta la tolerancia, necesarias para una vida en común.

A menudo parece que, desaparecido el voto de pertenencia, lo que prima es el instinto o el sentimiento, quizás un deseo de defender ciertos intereses o el miedo a la derecha o a la izquierda. ¿Es esto reversible?  

Las emociones adversativas fueron clave en la última campaña presidencial de Estados Unidos. Se votaba más por miedo u odio al candidato rival que por orgullo por el propio. No es algo extraordinario, ya que la identidad se suele construir por contraposición. Por lo tanto, el conflicto nunca desaparecerá de la política democrática y es bueno que así sea. Solo se puede avanzar contraponiendo ideas y proyectos. La cuestión es que el conflicto se canalice a través de las instituciones y no destruya la convivencia.

Por otra parte, me parece que el debate público tiene algo de pendular. Como ha escrito Jaron Lanier, las redes sociales tienen un sesgo, no hacia la izquierda o hacia la derecha, sino hacia abajo, hacia las bajas pasiones, hacia la degeneración del debate. Pero también creo que acabaremos hartos del tipo de debate que sufrimos en Twitter y volveremos a premiar la serenidad y el rigor.

Desaparece el voto de pertenencia a los partidos tradicionales y sin embargo toma fuerza el voto identitario. En una sociedad cada vez más fragmentada parecen interesar no tanto ofertas políticas con soluciones generales sino opciones de sectores sociales que quieren hacer oír su voz. ¿Por qué las agendas se fragmentan? ¿Es posible reconstruir una agenda común?

Con la exaltación de lo diferente y lo emocional que practican nacionalismos y populismos es ciertamente complicado reconstruir una agenda común, un proyecto de finalidades morales compartidas. En este sentido, el tribalismo que ha resurgido durante los últimos tiempos es una verdadera amenaza para la democracia y la libertad. Estas necesitan ser defendidas, ya que las generaciones actuales las dan por supuestas o las desprecian al considerar que no han satisfecho unas expectativas de felicidad. Necesitamos recuperar urgentemente el vínculo entre la libertad y la responsabilidad. Abandonar la segunda ha supuesto un golpe en la confianza en la primera.

La recuperación económica colaboraría en la recuperación de la confianza en una agenda común. Sin embargo, no será suficiente para superar los populismos divisivos. Serán necesarios liderazgos políticos y actitudes ejemplares que ayuden a superar algunas ideas tan malas como atractivas. Será necesaria mucha valentía en defensa de la verdad.

¿Qué nos permitiría reconstruir un nosotros, una tensión a lo que antes se llamaba el bien común? Es un concepto que cada vez suena más abstracto en la vida cotidiana de la gente.

Las identidades no son compartimentos estancos, ni son fijas en el tiempo. Pueden dividir sociedades, pero también unirlas sin homogeneizarlas. Los defensores de la democracia liberal no debemos caer en las trampas del populismo o de las políticas de identidad, pero debemos mejorar nuestra gestión de las emociones en democracia para ponerlas al servicio de identidades integradoras, como son la España constitucional o la Unión Europea, y de las reformas necesarias para superar esos retos que han generado tanta ansiedad en nuestra clase media. Es decir, debemos superar tanto el discurso tecnocrático como el populista con una retórica de la razón apasionada.

¿Qué permitiría conectar las experiencias de participación, de vida social, con el voto?

No es descartable que acabemos alejándonos de las redes sociales y de aquellos medios que favorecen la fragmentación y la polarización social, y volvamos a buscar una comunicación y una participación más presencial. En Estados Unidos el “puerta a puerta” sigue más vigente que nunca. Y los partidos y las campañas invierten en formar voluntarios y líderes de barrio, porque estos transmiten más confianza que cualquiera que aparezca en una pantalla.

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