El trabajo es primero
En el Programa de Acción del Congreso Confederal se incluye un análisis de la "financiarización" de la economía anterior al estallido de la crisis de este otoño con elementos interesantes: se denuncia que el valor para el accionista sea el valor absoluto o que sólo se apueste por crear riqueza especulativa y no riqueza real. La UGT recuerda una frase del canciller alemán Helmut Schmidt: "los beneficios de hoy son la inversión de mañana y los empleos de pasado mañana". Conviene seguir teniendo esto muy presente para construir un bienestar estable. Eso sí, el sindicato en el análisis de la actual crisis carga excesivamente la mano en señalar las causas internacionales sin reconocer del todo su carácter español. Y eso suena a exculpación de la política económica de la primera legislatura.
Pero las afirmaciones sobre la relación entre la crisis y la educación son quizás las más ilustrativas. Se establece como prioridad en el Objetivo 3 una transformación de la educación "para mejorar los niveles de cualificación profesional". Cuando ese objetivo se concreta en el punto 201 del Programa de Acción se afirma que la "UGT defiende el carácter eminentemente público de la educación, como garantía del acceso al conocimiento y para evitar la discriminación de origen". El adjetivo "público" en este caso se utiliza como sinónimo de "estatal". Por si no hubiese quedado claro que se rechaza la enseñanza de iniciativa social, más adelante se menciona expresamente a la Iglesia católica, que es la que ha puesto en marcha y mantiene gran parte de los colegios concertados. Punto 538: "la pretensión permanente de la Iglesia católica de imponer sus creencias en materia de enseñanza a la sociedad y al Estado es causa de muchos de los problemas con los que se enfrenta y se ha enfrentado la educación de nuestro país, aunque no sólo ha afectado a esta materia sino a otras facetas de la vida política".
Las frases sobre el modelo educativo, más allá de los resabios anticlericales, son las que mejor retratan el modelo económico que la izquierda sindical española tiene en la cabeza. Un modelo, por cierto, muy diferente al modelo económico de una izquierda como la británica. El único sujeto que garantiza la primacía del trabajo y de la economía real es el Estado. En unos casos se mira con profunda desconfianza, casi con animadversión, a las iniciativas que, desde abajo y como expresión de pluralidad, educan o construyen sociedad con una identidad propia. En otros casos se consideran "irrelevantes" para la vida pública. Quizás sea porque a la izquierda española le falta esa tradición de pequeñas empresas y cooperativas que desarrollaron en tiempos los comunistas italianos. Por eso no le resulta fácil compartir una laicidad positiva, que reconozca la aportación de las religiones a la vida pública. Y la traducción económica de esa laicidad, que es la susidiariedad: un Estado al servicio de la riqueza que se crea desde abajo.
Sin duda, como pondrá de manifiesto la cumbre del G-20, es absolutamente necesaria una intervención reguladora del Estado en los mercados financieros. Pero lo cierto y trágico es que caminamos hacia los 4,5 millones de parados, con un mercado laboral muy segmentado en el que hay algunos trabajadores sobreprotegidos y otros a la intemperie. Y que hace falta flexibilidad para ayudar a las PYMES, que son las que mantienen el 80 por ciento del empleo. No se entiende que UPTA, los autónomos de la UGT, no haya apoyado las reivindicaciones hechas por ATA la semana pasada: rebaja del impuesto de sociedades, protección frente a la morosidad, cambio en el sistema de tributación de módulos. La primacía del trabajo está en esas pequeñas, o grandes, cosas.