El teatro de la política en Cataluña

España · Francisco Pou
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7 marzo 2018
Les propongo un ejercicio; yo lo acabo de hacer. Vea los titulares de prensa sobre Cataluña. Si es un medio catalán, subvencionado, los encontrará seguro, porque llenan las portadas y el espacio, interese en la calle o no. A continuación busque la forma verbal, y verá un común denominador. Son términos como “pretende”, “culpa”, “amenaza”, “supone”, “planea”... Como comprobarán, todo parece ocurrir en el mundo de las ideas. La crónica de un éter irreal, separado de los hechos. Lejos del clásico canon del buen periodismo del New York Times en su era Rosenthal sobre los hechos, la sagrada realidad, para definir qué es noticia para merecer ser publicada.

Les propongo un ejercicio; yo lo acabo de hacer. Vea los titulares de prensa sobre Cataluña. Si es un medio catalán, subvencionado, los encontrará seguro, porque llenan las portadas y el espacio, interese en la calle o no. A continuación busque la forma verbal, y verá un común denominador. Son términos como “pretende”, “culpa”, “amenaza”, “supone”, “planea”… Como comprobarán, todo parece ocurrir en el mundo de las ideas. La crónica de un éter irreal, separado de los hechos. Lejos del clásico canon del buen periodismo del New York Times en su era Rosenthal sobre los hechos, la sagrada realidad, para definir qué es noticia para merecer ser publicada.

Cuando el periodismo no es real se convierte en aburrido, cursi. El debate sobre el “procés” de independencia de Cataluña, que en la calle, en la calle real, ha dejado de tener el protagonismo de una obsesión, empieza a ser una historia congelada en el tiempo. Como esas obras de teatro de Agatha Christie en Londres, como “The mouse trap”, La Ratonera, que aguantaba función tras función, año tras año, renovando generaciones de actores y narrando siempre el mismo argumento.

¿No tiene muchas veces la información política de Cataluña el tono de una crónica teatral? Es innegable que la dramatización de un sueño se ha hecho con gran aparato simbólico-litúrgico. Es lo que convierte una estafa en una quimera romántica. Pero es que no es ya sólo “el procés”. El “contra-procés” llega también hasta un satírico esperpento teatral, el de la independencia de Tabarnia, con un payaso-comediante profesional, Albert Boadella, como “Presidente” en el exilio. El nuevo país de Tabarnia pidiendo una independencia de Barcelona-capital y grandes ciudades frente a la Cataluña rural, Tractoria la llaman, donde radica la mayoría independentista, el supuesto enemigo. “Tractoria nos roba, viva Tabarnia”. Con este cartel una nutrida manifestación, quizá unos 15.000, protagonizaba ácidas portadas al día siguiente. El formato, simplificado hasta lo bufo, tiene siempre su parroquia. Vean cómo algunos, y esto es lo sorprendente, ya se lo toman en serio, con partidos de derechas como Vox o PxC, Plataforma per Catalunya, encabezando la última procesión de Tabarnia en Barcelona hace una semana. ¿Ha empezado con Tabarnia otro incendio vecinal? ¿Alguien habla en serio?

Política y fútbol

Se puede haber vendido en Cataluña y en España una epopeya, pero no hay nada consistente que haga dramáticamente diferente el sueño de esa nueva patria que nadie es capaz de describir con seriedad. “Nos lo jugamos todo”, decía un policía autonómico el día de la “intentona” de referéndum cayendo, en mi opinión, en el planteamiento de un “tiffosi” ante una gran final. Jugárselo todo… ¡Qué poco era pues ese todo! Nos lo jugamos todo en la vida… y en la muerte. Y entre una y otra hay muchos que sí que se juegan “todo” de verdad, pendientes de un hilo de decisión, en el hambre, en la guerra, en la enfermedad o en un lejano y nuevo país volviendo a empezar. Pero eso queda muy lejos de esta parte del planeta, asfaltada y con wifi, que es Cataluña y que es España donde, tras 500 años conviviendo, nuestro debate en un planeta ahora hirviendo se revela en el fondo, otra vez mi opinión, como un asunto profundamente provinciano y burgués.

Hoy era noticia que la mujer de Puigdemont recibirá 6.000€ al mes por un programa semanal de hora y media que le paga la Diputación de Barcelona para una televisión. Podrán salir adelante. Me alegro por ella y por Puigdemont, y porque va quedando patente que jugar, lo que se dice jugárselo todo, quizá en el “procés” no sea más que eso, para los de siempre, un pedazo u otro del pastel.

O también, ¿no lo estaremos tomando todo demasiado en serio? ¿Valió la pena saltarse la ley con la que convivimos para un efecto “simbólico”? ¿Qué hay además de verdad en juego? “Nos lo jugamos todo”, decía un policía autonómico el día de la intentona de referéndum cayendo, en mi opinión, en el planteamiento de un “tiffosi” ante una gran final. Jugárselo todo… ¡Qué poco era pues ese todo! Nos lo jugamos todo en la vida… y en la muerte. Y entre una y otra hay muchos que sí que se juegan “todo” de verdad, pendientes de un hilo de decisión, en el hambre, en la guerra, en la enfermedad o en un lejano y nuevo país volviendo a empezar. Pero eso queda muy lejos de esta parte del planeta, asfaltada y con wifi, que es Cataluña y que es España donde, tras 500 años conviviendo, nuestro debate en un planeta ahora hirviendo se revela en el fondo, otra vez mi opinión, como un asunto profundamente provinciano y burgués que empieza a ser aburrido. Cierto es que se generan odios en Cataluña, lo cual es grave. Pero también el omnipresente fútbol, un juego al fin y al cabo, genera odios (hasta muertes) y el problema no es la gravedad de lo que se discute, sino el vacío nihilista de las personas y la gravedad que otorgan. No es gravísimo el destino azaroso de un balón. Y lo de ser romántico no deja de ser algo para acomodados, algunas veces peligrosamente alejados de la realidad.

Hace unos días era noticia que la mujer de Puigdemont recibirá 6.000€ al mes por un programa semanal de hora y media que le paga la Diputación de Barcelona para una televisión. Me alegro, podrán salir adelante los Puigdemont. Y va quedando patente que jugar, lo que se dice jugárselo todo, quizá en el “procés” no sea más que eso, para los de siempre, un pedazo u otro del pastel.

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