El sueño del caballero

Cultura · PaginasDigital
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30 octubre 2013
El sueño del caballero de Antonio de Peredaes mucho más que una tenebrista pintura barroca, pues encierra una sabiduría, nada truculenta, que el mundo actual parece haber olvidado.

El sueño del caballero es un lienzo pintado por Antonio de Pereda hacia 1670 y que puede contemplarse en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Es una de esas pinturas alegóricas en las que un joven y apuesto caballero que se ha dormido junto a una mesa en la que se agolpan objetos de toda condición. Hay allí joyas y dinero, naipes y armas, pero también un reloj, una vela apagada, una calavera, una máscara de teatro… Esto no pasaría de ser un extraño y variopinto bodegón, si no viéramos además al lado a un ángel que despliega un mensaje en latín, que en castellano sonaría así: La fama de las grandes hazañas se desvanecerá en un sueño.

¿Estamos ante un mensaje sombrío y pesimista? No me lo parece al contemplar la pintura. No, el Barroco no me infunde pavor y no creo en ese tópico al uso de que se trata de una época tenebrista, en la que amaban más la muerte que la vida. La profunda minuciosidad en el tratamiento de los objetos en este cuadro demuestra, sin embargo, un interés por las pequeñas cosas de la vida cotidiana y me sugiere que no es cierto que aquellas gentes prefieran morir a vivir. Tampoco doy sentado que aquel tiempo transcurrió en un mundo de sueños, locuras y muerte; en un mundo de fingimientos y apariencias, de teatralidad e hipocresía. Sin embargo, nos encontraremos con filólogos e historiadores del arte que sentenciarán ante El sueño del caballero: fue una época en la que los hombres tenían fe en la religión porque no entendían de explicaciones racionales y se apegaban a consuelos sobrenaturales. Seguramente suscribirían que muchos artistas del Barroco creían que el mundo es un escenario, tal y como afirmaron en sus obras Shakespeare y Calderón. Hay quien añadirá que existe una especie de dios del Barroco, más parecido a un Saturno devorador del tiempo que a Cristo, que es un mero espectador privilegiado de la representación y que no interviene en absoluto en el teatro del mundo. Terminadas las escenas, las máscaras de los actores se disolverán en la nada. ¿No apreciamos una máscara en el cuadro que estamos comentando? Si dónde hay máscaras, hay hipocresía, sólo cabría emitir una sentencia condenatoria  e inapelable sobre el Barroco.

Otras mentalidades de ahora verán en El sueño del caballero una especie de ilustración para un relato “gótico”, en la línea de los popularizados por los escritores anglosajones del siglo XIX. Esto es pura superficialidad, pues el cuadro debe de ser entendido como una sensata advertencia, un consejo dirigido a jóvenes y a viejos, a creyentes y no creyentes. El consejo podría resumirse en esta frase: Es preferible ser a tener. En caso contrario, la vida y la carrera del joven caballero del siglo XVII está destinada a convertirse en un mero sueño o en una ilusión fugaz, si todos sus afanes consisten en acaparar objetos materiales que el tiempo y el uso irán inevitablemente deteriorando.  Vemos una mesa tan repleta como desordenada, llena de múltiples bagatelas, y aunque algunas parezcan muy importantes, no dejan de ser provisionales  y efímeras. El cuadro es un alegato contra los caprichos del ser humano; es un modo peculiar de fustigar lo que más tarde se llamará La feria de las vanidades.

Hay que ver esta pintura como expresión de una belleza, la del Barroco, que hunde sus raíces en lo sagrado. Sirve también para recordarnos que no es cierto aquello de que los seres humanos no tenemos elección, que no somos libres y que vivimos en una cáscara flotante a la deriva hacia los abismos de la nada. Pero la belleza y las enseñanzas de esta pintura no son exclusivamente barrocas. Detrás de ella está el legado de Jerusalén, Atenas y Roma. Es el legado de una Europa que quiere seguir viviendo en el escéptico e incierto tiempo presente.

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